ESPECTáCULOS
› JEAN-LUC GODARD FUE EL CENTRO DE UNA CALIENTE CONFERENCIA DE PRENSA
“Moore no ataca a Bush, lo está ayudando”
El legendario director cedió la mitad de su tiempo a los gremialistas en conflicto con el Ministerio de Cultura y luego disparó a diestra y siniestra. Mientras tanto, el cine asiático demostró otra vez sus valores.
› Por Luciano Monteagudo
La política sigue siendo todo un tema en el festival, pero ayer lo fue desde un punto de vista estrictamente cinematográfico. Y no podía suceder de otra manera con Jean-Luc Godard como protagonista. A los 73 años, el padre fundador de la nouvelle vague sigue tan contestatario como siempre. En primer lugar, cedió la mitad de su conferencia de prensa –destinada a hablar sobre su nuevo film, Notre musique– a los intermittents, los trabajadores temporarios de la cultura, que hasta ahora no habían podido expresarse dentro del Palais y que a través de un vocero (Olivier Derousseau, amigo personal de Godard) volvieron a reclamar por su régimen de seguridad social, amenazado por el gobierno de Jacques Chirac.
Luego del planteo del gremialista –que en su discurso citó a Bre-sson, Mizoguchi y Kiarostami, ¿qué tal?– llegó el turno del propio Godard, quien no tardó en apoyar sus palabras y calificar al ministro de Cultura de Francia, Renaud Donnedieu de Vabres, como “una auténtica bestia negra, que afortunadamente está por dejar el cargo”. Y como si eso fuera poco, Godard cargó luego contra “el totalitarismo de la televisión” y finalmente contra Michael Moore, que el lunes acaparó toda la atención de la prensa con Fahrenheit 9/11. “Ahora Hollywood produce textos que llama imágenes”, aseveró Godard. “Por ejemplo, yo no he visto la película de Moore y sin embargo puedo hablar de ella, porque la leí en los diarios. Me parece que Moore no se da cuenta de lo que está haciendo: está ayudando a Bush en vez de atacarlo. Porque Bush no es tan estúpido como parece.”
En todo caso, más allá de su repercusión mediática, que fue sin duda el motivo por el cual Cannes se aseguró la presencia de Michael Moore, queda claro que Fahrenheit 9/11 en todo caso no está en condiciones –como cine, que es lo que se supone prioriza el festival– de compartir la competencia oficial con la mayoría de los films que tiene como pares. Con La niña santa, de Lucrecia Martel, sin ir más lejos. O con todo el conjunto asiático, que como bloque se presenta particularmente sólido y al mismo tiempo múltiple, diverso. A los méritos de Nadie sabe, la utopía de un mundo puramente infantil del japonés Kore-eda Hirokazu, exhibida en la jornada inaugural del concurso, en los últimos días se sumaron otros films fuera de norma, que están en condiciones de pelear algún lugar en el palmarés del sábado.
Old Boy, del coreano Park Chan-wook (Seúl, 1963), podría llegar a ser una de las favoritas del presidente del jurado, Quentin Tarantino. Es más, casi parecería que la nueva película del director de Sympathy for Mr. Vengeance (vista el mes pasado en el Bafici porteño) fue programada especialmente para Tarantino, un reconocido admirador del cine asiático de género. O, en todo caso, de géneros, porque –como suele suceder últimamente en el cine coreano– hay unos cuantos mezclados en Old Boy: una venganza, un melodrama desatado y una intriga que se mantiene hasta el minuto final. Y hasta una tragedia edípica. Si todo esto parece demasiado, sin duda lo es. Pero el mérito de Park –que no se ahorra la violencia y el sadismo tan característico de mucho cine asiático contemporáneo– es el de construir un film capaz de responder a su propia lógica interna, una pesadilla autorreferencial fácil de asociar con el cine de Brian De Palma, incluso por sus virtuosismos técnicos.
El caso de su colega coreano Hong Sang-soo (Seúl, 1960) es completamente diferente. Otro viejo conocido del Bafici, donde se exhibieron sus cuatro films anteriores, Sang-soo hace un cine de una austeridad y un despojamiento absolutos, como lo vuelve a probar con La mujer es el futuro del hombre, un título inspirado en un poema del surrealista francés Louis Aragon. En este sentido, su nueva película se acerca particularmente a La virgen desnudada por sus pretendientes (2000), originada a su vez en uno de los cadáveres exquisitos –esos ejercicios de creación automática a que eran tan afectos los surrealistas– de Marcel Duchamp. No se trata sin embargo de films oníricos, sino de una construcción muy particular, donde los personajes –en este caso dos hombres y una mujer que rondan los 35 años– van recordando cada uno a su manera, desde su propio punto de vista, los encuentros que tuvieron en el pasado, hasta construir una suerte de memoria colectiva sentimental.
El film-ovni de la competencia provino, a su vez, de Tailandia. Y de quien se ha convertido –después de Blissfully Yours, premiada primero aquí en Cannes 2002 y luego en Tesalónica, Tokio y también en Buenos Aires– en el nuevo nombre a seguir del cine asiático, por difícil que sea de pronunciar: Apichatpong Weerasethakul. Proveniente del campo del cine y el video experimental, Weerasethakul (Bangkok, 1970) trajo a Cannes Tropical Malady, un film de una originalidad absoluta, que parte del realismo más puro y duro para convertirse de pronto en una fábula tan bella como inquietante. Los personajes son apenas dos, un soldado y su joven amigo campesino. En la ciudad, comparten los momentos libres de la manera más casual –una partida de billar, una función de cine, una sesión de karaoke, una visita a un templo budista–, pero cuando vuelven a la jungla el muchacho campesino desaparece. La gente del lugar habla de un monstruo que acecha en la espesura y el soldado sale en su búsqueda, para encontrarse finalmente con un hombre-tigre, un fantasma, que tiene los rasgos de su compañero. Es sencillamente notable lo que consigue Weerasethakul con los recursos más simples del cine: la luz, el sonido, el tiempo. La naturaleza parece hablar a través de su film, que sugiere un mundo interior de una riqueza y un misterio insondables.