ESPECTáCULOS
“Ante tanta inhumanidad, me gusta sentir que hago canciones humanas”
El uruguayo Daniel Viglietti, que actuará este fin de semana en ND Ateneo, cuenta su modo de hacer convivir pasado y presente.
› Por Karina Micheletto
Los múltiples amores de Daniel Viglietti lo transformaron en un artista en expansión. Está el Viglietti escritor y periodista, que puso su firma en el mítico semanario uruguayo Marcha, y en su continuación, Brecha. Por estos días ese Viglietti tiene en sus manos la escritura de un libro de memorias. También está el “buscador cultural”, como le gusta llamarse, ese que atesora entrevistas a todo tipo de personajes y que las difunde en El Tímpano, el programa de radio que conduce desde hace veinte años (en la Argentina se emite por Radio Nacional los sábados a las 19). Además está el hombre vinculado a la imagen, con ganas de embarcarse en proyectos de cine, que este año emprendió un programa de televisión en Uruguay cuyo nombre no quiere revelar, para no restar sorpresa en caso de que se concrete su emisión aquí. Con tantas pasiones puestas en marcha, el Viglietti cantautor quedó algo relegado en el último tiempo. El lo acepta como parte de la cuestión, aunque aclara que tiene planeado un nuevo disco. Mañana y pasado Viglietti volverá a poner en marcha el más conocido de sus oficios en el teatro ND Ateneo (Paraguay 918).
“Yo soy de los años ’60, dicho con humor, porque los tengo pasaditos”, dice enseguida el trovador. “Pero, además, muchas veces invocan los ’60 cuando hablan de mi trabajo.”
–¿Y eso le cae bien o mal?
–¿Cómo me va a caer mal? No se puede renegar de la memoria. Sólo que para ponerla en acción hay que mezclarla con lo porvenir, con el futuro, con lo que tiene que nacer. Hay que lograr ese engranaje.
–¿Qué piensa contar en su libro de memorias?
–No quiero hablar de mi vida, ésa no es la idea. Me gustaría que sea una excusa para rescatar momentos de la historia, experiencias, encuentros. Como el encuentro con Yupanqui en su departamento de Francia, cuando pasé de ser un colega joven que él miraba con cierta desconfianza a sentirme un amigo, un interlocutor. O con el escritor alemán Henirich Böll, o con el compositor Luigi Nono, un comunista al modo italiano, muy abierto. Con tantos que marcaron una época, y también con la cantidad de personas anónimas que son ejemplos de una humanidad nueva. En lo que yo cuente quiero hablar de eso. Por ahora estoy trabajando en mis dos casas principales, el corazón y mi cabeza, me falta abrir la puertita de la pluma. El trabajo de televisión lo demoró, igual que al disco.
–¿En el disco va a mostrar canciones nuevas?
–Algunas nuevas y otras que no fueron grabadas en su momento porque no las sentí, no las asumí, como me pasó tantas veces en la vida. Con todo eso haré una mezcla, como en casi todos mis discos. Y quizá también haga algo como intérprete de otros, un trabajo que requiere de un difícil equilibrio: el respeto a la obra ajena no puede llevar a una fidelidad exagerada que sea casi reproductiva, y la imaginación no puede hacer caer en deformaciones.
–En una época sus canciones eran “de protesta”. ¿Ahora cómo se llaman?
–Yo nunca acepté esos rótulos de géneros. De protesta, combativa, de opinión, qué sé yo... Son clasificaciones de las que me siento ajeno. Yo lo que hice son canciones. ¿Puede ser que llamen de protesta a una canción como A desalambrar? Y Negrita Martina, entonces, qué es? ¿O Gurisito, o Ana Clara? Yo acepto una sola definición: en un mundo en el que hay tanta inhumanidad promovida por el poder, me gusta pensar que escribo canciones humanas. Y esto recordando los Poemas humanos de César Vallejo y sin compararme con el maestro.
–¿Si tuviera que elegir una entre tantas que hizo, con qué canción se queda?
–En mi vida afectiva tuve muchas compañeras, y elegiría la última. Lo mismo con la canción: me siento más cerca de lo último que hice, tiene más que ver con lo que soy hoy. Pero yo nunca renuncié a una canción, nunca guardé nada en un cajón diciendo “esto no”. Lo que sí hago con canciones muy marcadas por una etapa es contextualizarlas en el vivo. Las narro, las introduzco, comento en qué mundo nacieron. Es algo que aprendí de Yupanqui: la canción vive mucho de la palabra que la introduce. Sería lindo llegar a que un recital fuera una larga narración interrumpida por canciones.
–¿Cómo percibe el panorama político uruguayo de frente a las elecciones de octubre?
–Creo que la instancia electoral conmueve, apasiona, polariza, pero es una instancia, una hoja del almanaque que en un momento cae. Lo importante es que se recupere la movilización y que no se crea que las cosas vienen de las cúpulas, por más bien intencionadas que éstas sean. El Frente, como otras instancias políticas latinoamericanas de corte progresista, no salió de la nada, ni por obra y gracia de uno o dos tres líderes. Fue un trabajo colectivo que implicó desaparecidos, torturados, presos, hombres y mujeres que buscaban un mundo nuevo, sin duda revolucionado, que no se pudo obtener. Fue ahogado en sangre, pero quedó el impulso de aquella búsqueda, la experiencia de todo lo que pasó, el ejemplo de los que lucharon. Por eso los grupos de Hijos no sólo reclaman saber dónde están sus padres, quién los mató, y castigo a sus asesinos, también señalan por qué luchaban sus padres. En toda esta política nueva que se está perfilando, y que ojalá tome forma, hay un mensaje que viene de los desaparecidos. Eso hay que tenerlo muy presente. Además, lo de octubre es fácil, solamente hay que ganar una elección y ojalá se pueda ganar en una primera ronda.
–¿Cuál sería la parte difícil?
–Lo embromado viene después: ahí hay que conquistar un proyecto de cambio. La gente no puede desmovilizarse porque haya un gobierno progresista, no puede crearse un fenómeno religioso, de fe ciega. El referente puede ser otro, al que incluso se le puede reclamar mucho más si es progresista. Pero hay seguir andando con los ojos abiertos.
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