Mar 22.06.2004

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL DOCUMENTALISTA PATRICIO GUZMAN, DIRECTOR DEL TRIPTICO “LA BATALLA DE CHILE”

“Ya en 1972 percibí que la fiesta se había terminado”

El chileno Patricio Guzmán es uno de los documentalistas latinoamericanos más prestigiosos. Hasta ahora en la Argentina su obra se pudo ver muy poco. Su obra cumbre, La batalla de Chile –un trabajo que demandó siete años y que dura más de cuatro horas– se proyectará en la sala Lugones.

› Por Horacio Bernades

Por alguna misteriosa razón hubo que esperar más de un cuarto de siglo para verla. Lo cual, dada la cercanía geográfica y relevancia del tema –tanto en términos políticos como afectivos–, suena entre absurdo y vergonzoso. Si a todo esto se le suma que La batalla de Chile, monumental recuento fílmico de los últimos meses del gobierno de Salvador Allende, está considerada no sólo una obra maestra del género documental sino también uno de los mayores trabajos fílmicos que jamás haya dado el cine latinoamericano, mueve a franca perplejidad que recién ahora este tríptico de cuatro horas y media de duración conozca una primera exhibición, más o menos regular, en Buenos Aires. Comenzada en octubre de 1972 y finalizada siete años más tarde, el opus magnum del cineasta chileno Patricio Guzmán se proyectará hoy y mañana en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, como parte de un ciclo retrospectivo que tendrá lugar en esa sala y se extenderá hasta el próximo domingo, incluyendo otras realizaciones de este verdadero coloso del cine regional.
Organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires, la Fundación Cinemateca Argentina y el Centro de Producción de la Universidad Nacional de General San Martín (Unsam), el ciclo, denominado Encuentro con Patricio Guzmán, es parte de una serie de actividades que contarán con la presencia del propio realizador, radicado en París desde hace décadas. Exiliado en Europa desde el golpe de Pinochet, Guzmán ha bajado especialmente hasta Buenos Aires para participar de una mesa redonda que tuvo lugar anoche en el Malba, además de hacerse presente en las funciones de la Lugones y dictar un seminario intensivo sobre cine documental, que se desarrollará desde hoy y hasta el sábado 26 en la Universidad del Cine (FUC). Además de las tres partes de La batalla de Chile, en el Encuentro con Patricio Guzmán habrá ocasión de ver otros seis documentales dirigidos por el cineasta chileno, completándose el ciclo con un puñado de films del género que resultaron esenciales en su formación cinematográfica, tales como Morir en Madrid y Mein Kampf.
Entre las películas de Guzmán que se presentarán en la Lugones figuran Chile, la memoria obstinada (1997, el único de sus documentales que había tenido exhibición regular en la Argentina) y El caso Pinochet, exhibida en la edición 2001 del Festival de Cannes, y estrenada más tarde en varias capitales europeas (ver detalle aparte). Entrevistado por Página/12 a poco de su arribo al país, Patricio Guzmán –nacido en Santiago en agosto de 1941– se extendió largamente sobre el titánico proceso de realización de La batalla de Chile, filmada a lo largo de un año y finalizada en el exilio, tras la detención y posterior liberación del cineasta. La proyección de este verdadero monumento fílmico constituye sin duda la columna vertebral del ciclo de la Lugones, y tendrá lugar por duplicado: sus tres partes se verán por separado entre hoy y mañana, y de un solo tirón el sábado próximo, desde las 14.30.
–La batalla de Chile se inicia en marzo de 1973, seis meses antes del golpe contra Salvador Allende, y se extiende, a lo largo de sus dos primeras partes, hasta la toma del poder por parte de Augusto Pinochet. Finalmente, la tercera parte representa una vuelta atrás, iniciándose en octubre de 1972, cuando tiene lugar el primer gran paro patronal en contra del gobierno constitucional. ¿Por qué razón decidió darle esa estructura a su tríptico?
–Las dos primeras partes están presididas por un principio de organización, en el cual a una cierta acción del gobierno corresponde una reacción (tanto en sentido político como dramático) por parte de las fuerzas de la derecha y ultraderecha, siempre con el aval y el apoyo del gobierno estadounidense y la CIA. La batalla de Chile se inicia con las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, en las cuales la oposición esperaba un triunfo aplastante y se encontró con una derrota para ellos
inesperada. De allí en más, junto con los miembros de mi equipo seguimos en detalle el desarrollo de los hechos políticos: la oposición cada vez más dura por parte de un Parlamento dominado por la oposición, las manifestaciones en apoyo del gobierno, los sucesivos paros y tomas de minas, las discusiones en el seno de la alianza de gobierno y de la propia izquierda, finalmente el endurecimiento de la derecha, los aprestos del golpe y el golpe mismo. Llegados a ese punto, nos pareció que estaba faltando un mayor hincapié en la vida cotidiana y la construcción de poder popular durante el último año del gobierno de Allende, y a eso está dedicada la tercera parte.
–¿Qué fue lo que lo movió a filmar La batalla de Chile?
–Yo había filmado El primer año, que fue mi primera película y mostraba, desde un tono entusiasta y celebratorio, los primeros doce meses de gobierno de Allende, que en mi país se vivieron como una verdadera fiesta popular. Pero en octubre de 1972 tuvo lugar el primer paro del gremio de propietarios de camiones, y allí percibí que la fiesta había terminado y venían tiempos más difíciles. Reuní entonces a un equipo de seis personas y planeamos llevar una suerte de registro cotidiano de lo que sucedería de allí en más, a partir de la íntima certeza de que se vivían tiempos históricos, en los cuales se decidiría la suerte del primer gobierno socialista que en Latinoamérica había llegado al poder a través de elecciones.
–Usted era consciente de que emprendía un proyecto de largo aliento.
–Era consciente del tiempo histórico que quería retratar, pero obviamente no podía saber, de antemano, cuánto duraría, cómo se desarrollaría y cómo iba a finalizar. Lo que tenía claro era que no quería que ese registro se redujera a lo periodístico e inmediato. Tras el triunfo de Allende llegaron a Chile montones de equipos de filmación europeos, que se quedaban unos días y entonces, lo único que podían registrar era lo inmediato, lo que estaba más a la vista: una manifestación progubernamental u opositora, declaraciones de algún político, el presidente saludando desde el balcón de la Casa de la Moneda. Yo contaba, en cambio, con la ventaja del tiempo y del conocimiento, y entonces me propuse filmar lo pequeño, lo que no estaba tan a la vista ni era, en apariencia, tan definitorio. No sólo la manifestación sino también la asamblea, obrera o patronal, en la que esa manifestación se había resuelto. No sólo la presencia del Presidente sino la participación de la gente del común en el día a día. Y el entero proceso político, narrado como una crónica e intentando abarcar no sólo el gran hecho político, sino también el detalle que los noticieros suelen dejar afuera.
–Vaya si lo logró: así como su camarógrafo logró filmar el bombardeo de la Casa de la Moneda, también sigue, en detalle, el desarrollo de largas asambleas y reuniones, de un modo que recuerda al que, desde la ficción, más tarde aplicaría Ken Loach en Tierra y libertad.
–Seguíamos un método muy estricto para ello: salíamos todos los días a las 10 de la mañana y filmábamos hasta las 8 de la noche. Y teníamos un recorrido estricto: las sesiones parlamentarias, las reuniones en casa de gobierno, la actividad dentro de los gremios patronales y la plana mayor del ejército, la vida cotidiana en las fábricas y las organizaciones de base.
–¿Cómo hizo para meter la cámara dentro de los lugares donde la oposición conspiraba cotidianamente?
–En muchos casos, con documentos fraguados, haciéndonos pasar por un equipo de rodaje francés o por gente de algún canal de televisión, de los que apoyaban a la oposición.
–La vividez y sentido de inmediatez que transmite la película hubieran sido imposibles de no haber contado con un camarógrafo extraordinario, atento al menor detalle y con reflejos asombrosos para captar siempre lo que más importa, además de darle a la película una dinámica visual incesante.
–Se llamaba Jorge Müller Silva, era efectivamente extraordinario y fue secuestrado y desaparecido por el gobierno de Pinochet, en noviembre de 1974. Es uno de los 3000 desaparecidos que hubo en Chile y la película está dedicada a él.
–Usted también fue secuestrado tras el golpe, ¿no es cierto?
–Sí, un grupo de parapoliciales pasó a buscarme por donde yo estaba en ese momento y me llevaron al Estadio Nacional, donde permanecí detenido 15 días y fui sometido a juicios a cargo de personal encapuchado, además de simulacros de fusilamiento. Finalmente resulté liberado y marché rumbo a Suecia, donde el gobierno socialdemócrata me ofreció alojamiento. Finalmente terminé radicándome en París, pero mucho más tarde.
–¿Cómo hizo para terminar la película?
–Tal como lo cuento en Chile, la memoria obstinada, las latas de película habían quedado bajo resguardo, en casa de un tío mío. Una vez que llegué a Suecia me las mandó por barco. Llegaron todas, por suerte o milagro no se extravió ni una en el camino. El Icaic, el organismo cinematográfico cubano, me ofreció trasladarme allí con la pila de latas, para hacer el montaje definitivo. Fui por unas semanas y terminé quedándome siete años en La Habana, montando la película de a poco, buscándole su estructura definitiva. Hasta que en 1979 la tuve finalmente terminada, con sus tres partes y cuatro horas y media, tal como se la va a ver ahora en Buenos Aires.

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