ESPECTáCULOS
› DOS VIEJITOS ILUSTRES: IBRAHIM FERRER Y LEE “SCRATCH” PERRY
Las dos caras del Caribe global
Uno –Ferrer– es cubano, convertido en estrella a partir de Buena Vista Social Club. El otro –Perry– es jamaiquino y se lo considera un músico de culto dentro del reggae. En estos días sus actuaciones coinciden en Buenos Aires y no conviene perdérselos.
› Por Esteban Pintos
Ibrahim Ferrer y Lee “Scratch” Perry no se conocen entre sí y es posible que tampoco sepan que, azar del mundo del espectáculo mediante, coincidirán con sus espectáculos en una capital del sur de Sudamérica. Los dos vienen del archipiélago mayor del Caribe, del calor, la pobreza y el baile, y ahora están en Buenos Aires en pleno invierno, gracias a la música. Ibrahim Ferrer nació en 1927 en San Luis, una ciudad próxima a Santiago de Cuba, la “capital trovadora” de la isla mayor. Tiene 77 años y desde que Buena Vista Social Club redescubrió al mundo el poder de la música cubana, es una estrella global. Dos de sus hijos viven en Buenos Aires y él llega a esta ciudad por segunda vez, en la gira de presentación de su último disco, Buenos Hermanos, para cantar esta noche en el Estadio Obras. Lee Perry nació en 1936 en St. Mary, una zona de los suburbios de Kingston, la capital de Jamaica, la isla menor. No es una estrella global, pero sí un músico de culto para todos quienes no resisten al reggae: está loco, o dicen que está loco, inventó la combinación letal reggae-dub, grabó y produjo a un joven y todavía desconocido Bob Marley, vendió aquellas cintas que hoy se reproducen en miles de ediciones piratas y no tanto de “los primeros años” de Marley, quemó su mítico estudio Black Art por considerarlo “el hogar del diablo”, trabajó con famosos devotos como The Clash y Beastie Boys, sigue grabando, fumando marihuana y de vez en cuando, viajando por el mundo. Así llegó para presentarse mañana en Hangar, en el barrio de Liniers, junto a su alumno favorito, otro genio del dub, Mad Professor.
“Me gusta Buenos Aires, a todos los cubanos nos gusta el tango, así que venir aquí es para mí un gran honor. Yo escuché a Gardel desde muy jovencito y siempre admiré la forma de cantar los tangos que tenía: era un hombre con una gran voz, pero además tenía sentimiento para decir las cosas que el tango dice”, responde con gracia formal y admiración el cantor cubano, figura central del maravilloso colectivo Buena Vista, del que ya no están Rubén González y Compay Segundo. En ese seleccionado Sub80 redescubierto y formado por Ry Cooder, que marcó la década del noventa con su talento, sentimiento y simpatía, Ibrahim sobresalía por peso propio. Capaz de caminar por las calles de Manhattan mirando hacia arriba en busca de cielo entre tanto rascacielos; capaz de mostrar su propio santuario casero, con esa particular devoción cristiana-santera que tienen los cubanos, Don Ferrer todavía da rienda suelta a su extraordinaria voz. “¿Cuándo dejaré de cantar? Cuando no pueda más, hasta ese momento seguiré”, le dice convencido a Página/12. Ibrahim se vino abrigado, porque sabe que aquí en junio hace frío y porque sus hijos y nietos lo esperaban para pasear por la ciudad en la que viven desde hace varios años. La sonrisa serena no se le va ni siquiera cuando le toca hablar de una situación enojosa que le tocó vivir el año pasado: “bloqueados” por la rigurosa administración federal de los Estados Unidos, él y otros compatriotas suyos, artistas también, no pudieron asistir a la entrega de los premios Grammy. “No entiendo tanto odio, nosotros somos artistas, no terroristas”, razona un tanto molesto. “Yo quisiera ir allá, hablar con mis compatriotas –con los que quieran, sé que otros me consideran un enemigo–, cantar para ellos y para todos. La música es un lenguaje universal, que debería estar por encima de cualquier circunstancia, pero ya lo ve, amigo, no es así”, dice.
De Lee “Scratch” Perry se ha dicho y escrito mucho, tal vez desde que el reggae se volvió un ritmo mundial de la mano de Bob Marley, la primera superestrella de rock nacida en el Tercer Mundo. Desde entonces, principios de los ’70, Don Perry es visto como un loco, un genio, o un genio loco, según se prefiera. En la tabla de adjetivos debería figurar, antes que su condición mental, su entidad como revolucionario del sonido, figura capital del reggae a la altura de King Tubby (el otro grande en la era pre-Marley), productor, compositor y científico de estudios capaz de adosar dub al sabroso reggae cocinado en la isla. Como tal, Perry fue más audaz y experimental que todos los que estuvieron antes y los que vinieron después. Le corresponde el crédito de la invención del reggae “riddim”, esto es: la presencia protagónica del bajo y su repetición hipnótica como base de la canción. “Soy el primer científico en mezclar el reggae y en encontrar aquello que es realmente reggae”, dijo alguna vez, en las pocas entrevistas con un cierto desarrollo lógico que ha brindado. “Todas las cosas empiezan del scratch. Entonces, compruébenlo ¿quién soy? Si no empiezan por el scratch, están en problemas”, desafió. “Si ven el alfabeto de la A a la Z, verán que Lee es por luz, amor (love en inglés) y señor (Lord). S es por el cielo (sky), también por shit (mierda). P es por poder y por pirámides. Entonces soy la pirámide del poder”, dijo en otra oportunidad. Declaraciones excéntricas al margen, la relevancia de Perry es notable. Ecos, reverb, sonidos a repetición, adosados a cierto estilo vocal pleno en onomatopeyas y un bajo omnipresente, fueron su legado para los tiempos del reggae como ritmo mundial. Todo eso y el aire místico propio de la música negra, hicieron el resto. El reggae es infeccioso, así opera en los oídos y el cerebro. Así lo concibió Lee “Scratch” Perry.