ESPECTáCULOS
› LUIS SALINAS Y LOS HERMANOS FATTORUSO EN LA TRASTIENDA
El estilo más allá de los dogmas
El virtuoso guitarrista tocó durante dos horas junto a una banda que funcionó en todo momento como un cuarteto, a despecho de las individualidades. El show fue un gran encuentro de música rioplatense.
› Por Diego Fischerman
El guitarrista Jim Hall suele decir que la improvisación es composición instantánea. Hay músicos, como el propio Hall, que cultivan una exquisita introspección. Que cuidan los silencios, que recorren casi en privado el doloroso camino hacia cada idea, que bucean en ella y le exprimen, de a poco, todo el jugo. Están los que, como Keith Jarrett, exponen ese proceso sin pudor. Los que no disimulan los momentos de búsqueda, los vacíos, los pliegues de un discurso que jamás se pretende homogéneo. Y otros, en cambio, practican una especie de extroversión militante. Exhiben, además, la alegría permanente por tocar –aun cuando toquen melancólicos blues o tristísimas baladas–, no ocultan cuando están conmovidos y exponen, con cierto descaro, que las ideas les fluyen con facilidad. Sería un error suponer que estos músicos son menos profundos que los otros. A esa categoría pertenecía Louis Armstrong y de esa tela está cortado, también, Luis Salinas.
En las dos horas de creatividad constante durante las cuales ofició como sacerdote de una inmensa fiesta, ante la multitud que colmó La Trastienda, tocó temas propios, recorrió algunos ritmos de tradición folklórica, fue del jazz al bolero, a algún aire de bossa nova, a las reminiscencias de Ivan Lins y al candombe. Pero ese aparente eclecticismo no hizo sino poner en escena hasta donde el estilo propio –ese sello Salinas que hace que cada músico de jazz extranjero que llega a Buenos Aires quiera tocar con él– va mucho más allá de los géneros. Cómo su manera personal de hablar, de decir cada cosa, termina siendo mucho más fuerte que las cosas que dice. No importa, en realidad, si la base sobre la que Salinas decide desplegar su andamiaje expresivo remite a modelos populares argentinos, caribeños, al funk o a cualquier otra cosa. Lo que termina imponiéndose es ese trazo explosivo, siempre sorprendente, en que el virtuosismo jamás suena forzado o difícil y en donde el gesto lírico–¿tanguero?– lo atraviesa todo. Salinas logra cantar aun en los pasajes más veloces. Consigue, en todo caso, lo que la mayoría de los músicos de jazz desearía pero está reservado sólo a unos pocos privilegiados: pensar melódicamente sin dejar de tener en cuenta la armonía. O, mejor, concebir la melodía como un despliegue, como una consecuencia natural y una extensión de la armonía.
En esta ocasión, el guitarrista presentó por primera vez ante el público porteño un grupo ejemplar, con el que ya había tocado en otras partes, entre ellas Montevideo, que incluye, además de su habitual compañero, al bajista Daniel Maza, a Hugo Fattoruso en teclados y a su hermano Osvaldo en batería. Esta dupla legendaria, que estuvo en el origen de casi todo con el fenomenal grupo Los Shakers (el último disco del grupo, La conferencia secreta del Toto’s Bar, aún asombra), por azares diversos nunca había tocado en Buenos Aires junto a Salinas (sí lo había hecho cada uno de ellos por separado). Lo que aporta el increíble entendimiento de los hermanos no es un dato menor. Precisamente en el hecho de que, a pesar del magnetismo y la electricidad del guitarrista, el grupo se perciba en todo momento como un cuarteto, es donde radica una de sus virtudes. La interacción entre los dos Fattoruso resulta un todo que es mucho más quela suma de dos partes ya de por sí con fuerzas singulares. Esa unidad, potenciada por la firmeza rítmica de Maza y en combinación con la cualidad explosiva de Salinas, produce uno de los encuentros más felices que puedan imaginarse en la música rioplatense. Por supuesto, quienes intentan catequizar acerca de cuál es (cuál debe ser) la verdadera música o, peor, el verdadero jazz, encontrarán múltiples motivos para criticar a Salinas . Curiosamente, cualquiera de esos motivos terminaría involucrando globalmente todo su estilo. Esas críticas acabarían diciendo que lo malo de Salinas es ser Salinas y no ser otro. Y en el jazz, a pesar de los catequistas, esa característica (el tener un estilo, un sonido, fuertemente identificable y personal) ha sido siempre una virtud y no un defecto.