ESPECTáCULOS
› EL MARTES LLEGA EL ULTIMO CAPITULO DE “FRIENDS”
La bella gente de bella vida
Después de diez años en pantalla, y tras haber convertido a sus estrellas en multimillonarios, Friends se despide.
› Por Julián Gorodischer
Las penas se desahogaban en eternas rondas de café en el bar Central Perk, en una defensa enfática de la pérdida de tiempo, tan “flojos y descuidados” como los definió la Generación Slacker a la que dieron origen. Pero de pronto se consolidan, se emparejan, ingresan a la ronda de matrimonios estables con hijos y sobrinos; ponen punto final a lo que fue. “Fue un show sobre el amor, el sexo y las carreras profesionales en una edad de la vida en la que todo parece posible –describió la guionista Martha Kauffman, creadora de la serie junto a David Crane–. Fue una historia sobre la búsqueda de confort y seguridad, y a la vez sobre el miedo que daba ese confort y esa seguridad. Pero más allá de todo fue una serie sobre la amistad, la que uno tiene cuando es joven y soltero, en la ciudad, cuando tus amigos son tu familia.” Eso se terminó, y los detalles del “quién se queda con quién” se verán el martes (a las 21, por Warner), pero –se sabe de antemano– los amigos aceptarán lo que Friends les negó durante sus diez años en pantalla: cambiar de cifra. El pasaje del seis al dos (el número de la vida adulta) habilita, claro, la parábola.
“Eran una tribu urbana con permiso para acostarse unos con otros sin ser lapidados hasta la muerte en una plaza pública –escribió la crítica Carina Chocano en Los Angeles Times–. Lo que cambió es el país.” En el final, el foco está puesto en la posible vuelta a estar juntos de Rachel (Jennifer Aniston) y Ross (David Schwimmer), que fueron pareja en el principio, y ahora anticipan una rentrée. Y en la paternidad de Mónica (Courtney Cox Arquette) y Chandler (Matthew Perry) que esperan uno o más bebés en el vientre alquilado de una madre sustituta (Erika). Todos ellos la venían pasando mal hace rato, con sus trabajos mediocres, sin casa propia, divorciados (Ross lo hizo tres veces) o aficionados al sexo rápido, cruzándose en un “todos con todos” que reflejó, como ninguna otra ficción televisiva, a una Nueva York sin grandes complejos de culpa ni castigo. Los años trajeron una ansiedad que desconocían: cómo formar una familia, qué costos trae el intercambio de parejas, por qué hay que ser fiel a los lazos originarios. El paraíso anterior –la vida despreocupada, el desorden de la casa de solteros– se volvería una pesadilla. Nada sería como antes, cuando el presente continuo consistía en tirarse a dormir en su sofá preferido o ver películas porno.
El final de fiesta empezó a anunciarse hace dos temporadas, con la boda de Chandler y Mónica y su proyecto de paternidad. La mudanza de una pareja eliminó los tríos, pero apenas cambió el tono. Desde el 2002, los Friends disolvieron la convivencia anterior y dieron paso a relaciones más maduras, se vieron de vez en cuando siempre en el Central Perk y reescribieron su discurso. Si hasta entonces el eje fue un maratón de frustraciones (despidos, rupturas, desempleo, manías), lo que vino fue un trama en positivo, lleno de proyectos (bodas, noviazgos, mudanzas) que anticipaba un giro mayor. Llegar a los 30 años –y a un último capítulo– aportaría su carga de “cosa definitiva” hasta habilitar lo impensado: un Chandler papá, Ross suplicando a Rachel para que no se vaya a vivir a París, pero sobre todo el fin de la vecindad en el piso compartido, la fuga a los suburbios (donde queda la nueva casa familiar de Mónica y Chandler), muy lejos del happy end que se esperaba. La disolución encuentra a todos en estado de melancolía.
En su episodio final (que en Estados Unidos vieron 50 millones de personas), los amigos demuestran, sin embargo, que no están dispuestos a una última concesión: terminar con la endogamia. Desencantados con el mundo, nunca dispuestos a negociar con el vecino de enfrente, se reparten en el interior de “la familia”, donde lo viejo conocido siempre huele mejor. Los Friends fueron un bloque monolítico que expulsó a sus invitados especiales, consagró como superestrellas a sus seis protagonistas (quellegaron a cobrar un millón de dólares por capítulo) y defendió una premisa perturbadora: allí adentro de esas casas sigue latiendo el deseo. Nunca estuvieron dispuestos a que la familiaridad los volviera asexuados y, bajo presión, se dividieron en algunos pares (Mónica-Chandler, Rachel-Ross) bajo influencia de la melancolía en la ficción como en la vida. “La serie fue fiel al amor –dijo Jennifer Aniston en el talk show de Jay Leno–, fue coherente con los sentimientos profundos y la propia historia de los personajes.”
Pero lo cierto es que con Friends se acaba la ciudad siempre encendida, la de las salidas nocturnas, y los cafés hasta cualquier hora, donde no cabían sentencias morales y primaba una libertad de vínculos sin los mandatos de un “deber ser”. Era la liviandad de la década previa al 11-S. “Ya no hay lugar para una serie como ésta”, analizaron los críticos de The New York Post, sobre el final en cadena de las sitcoms más vistas y frescas: Friends, Frasier, Sex and the city y el año próximo también Will and Grace. ¿Es una casualidad que se terminen todas las proclamas del sexo sin amor, de la amistad mezclada con el deseo, de la negación de los hijos? El canon conservador empezó a casarlos y llenarlos de bebés en tandas, hasta transferir los altísimos índices de audiencia a los tonos morales del reality pop, con la victoria del siempre vigente sueño americano y su consigna “Esfuérzate y gana”. Queda la supervivencia del más fuerte en American Idol o Survivor, en vez de las discusiones de bar sobre las derrotas del día a día. Queda un grito histérico de triunfo a la hora en que antes daban Friends.
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