Dom 04.07.2004

ESPECTáCULOS

“Mis canciones maduran de a poco y cuando quieren”

Así explica Edelmiro Molinari, ex integrante de Almendra y Color Humano, las larguísimas pausas entre un disco y otro. Ahora está presentando ET, un disco donde da rienda suelta al formato de trío.

› Por Cristian Vitale

Una limitación básica y autoasumida explica por qué Edelmiro Molinari tarda tanto en editar discos. “No soy un compositor prolífico. Mis canciones maduran de a poco y como quieren”, reconoce. Entre el flamante ET (Edelmiro Trío), que presentará el jueves 15 en La Trastienda, y Edelmiro y La Galletita –sin contar el material en vivo que editó en 1995 con la última formación de Color Humano– pasaron nada menos que 21 años. “No exijo a las canciones, porque son productos de vivencias a veces imposibles de explicar”, redondea el músico, para que se entienda mejor. El equilibrio llega cuando se constata el resultado de sus demoradas obras. Tal como sucedió con el disco grabado con Skay Beillinson –La galletita– en 1983, este trabajo, apuntalado en una base formidable (Daniel “Maza” Correa en bajo y Sebastián Peyceré en batería), muestra que el mítico guitarrista de Almendra no perdió las mañas buceadoras y experimentales que lo llevaron a transformarse en un modelo de culto para ciertos guitarristas de la nueva generación. El disco tiene temas nuevos mechados con canciones rearregladas como Mestizo –del segundo disco de Almendra– y Coto de caza, de Color Humano. “Mestizo la elegí porque es una canción que nos une como latinoamericanos. Nosotros no somos ni tan italianos ni tan gallegos, somos una amalgama de mestizos. Es un tema de unión latinoamericana. Pero también lo grabé porque quiero rescatar un material que fue violado y afanado por las compañías grabadoras... quiero recuperar mi vida y mis derechos”, sostiene.
–¿Qué vuelta le da a Cosas rústicas?
–No es un tema al que se le puedan dar demasiadas vueltas... tiene su propio peso. Pero suena con un swing terrible.
–¿Y las canciones nuevas?
–Una es Un planeta, un amigo, que compuse cuando nació Jidu, mi tercer hijo, un domingo de verano a las 5 y 5 de la tarde. Es una canción de esperanza, porque los hijos para nosotros siempre son una bendición, no una casualidad. Me tocó muy especialmente tener uno con más de 50 años... es como si Dios te dijera: “Che boludo, acá tenés otra oportunidad... ¿te vas a dar cuenta de lo que tenés que hacer o no?”. Ahora estoy viendo esa sonrisa, esa cosa que no tiene ninguna carga histórica. Vos ves en los chicos esa pureza, esos ojos y esa sonrisa y te mata... “Una letra/ un amigo/ el mundo está perdido/ muchas voces/ una esperanza/ el amor, todo lo alcanza... salpicándote”. El otro se llama Teta de amor y alude a la leyenda de la Difunta Correa... que siguió amamantando a su hijo luego de muerta. Trazo un paralelismo entre la Difunta y Argentina, no porque el país esté muerto, sino porque lo hicimos mierda y sin embargo nos sigue dando la teta, seguimos teniendo una gota de leche: “Un manto de locura/ que cubre a los que caen/ porque caen/ los que cubren su dolor”. Hay que disipar ese manto de locura que te mata. Lo único que te salva es el amor, un concepto muy hippie, una solución.
–¿El disco se parece más al que grabó con Skay o a las épocas densas y líricas de Color Humano y Almendra?
–Siempre rescato las raíces. Pero mi evolución musical fue más por lo negroide. Viví 23 años en Los Angeles –también tres en Chile– y tomé muchas influencias de los músicos afronorteamericanos. Con Color Humano había instrumentaciones pomposas porque no le poníamos límites a la experimentación. Se nos ocurría hacer... –tararea la introducción de Cosas rústicas– con unos arreglos increíbles y lo hacíamos. Pero esto se fue depurando con los años.
–¿La depuración se relaciona sólo con sus vivencias en Estados Unidos?
–Con un ingrediente: uno toca desde el corazón y es más, creo que ni siquiera toca... lo que se transmite viene de Dios y pasa a través del corazón.
–Sorprende esta salida mística...
–A mí también, pero las cosas son así. Me gustan los tipos apasionados como Jimi Hendrix, Santana, B. B. King, que ponen el corazón, y no los mentales o técnicos.
–¿Cómo se lleva con Maza y Peyceré? Siempre se dijo de usted que era un “músico difícil” para tocar en banda...
–A Maza lo conocí tocando un estilo que yo no curto, que es la bossa nova. Pero me pareció regrosso. Para grabar mi disco estaba buscando algo que realmente me diera vuelta, algo impagable. Vino a casa a zapar y fue maravilloso. Fue él quien me marcó a Peyceré... y cuando un bajista te marca un baterista sin pensarlo, no te queda otra opción. Son cosas difíciles de explicar: vos podés tocar con tipos que toquen bien, pero si no hay química humana la cosa no funciona.
La conexión entre este viejo iluminado de la guitarra con parte del rock argentino actual ancla en su relación con La Renga. El 13 de diciembre de 2003 se subió al escenario de Gimnasia y Esgrima La Plata para compartir tres canciones con Chizzo, Tete y Tanque, ante 50 mil personas. “Chizzo encaró a la gente y le dijo: ‘¿se acuerdan de Cosas rústicas?’... y algunos, por supuesto, lo cantaron”, evoca, con un matiz de orgullo. “La Renga tiene un contenido, un mensaje, una onda. No pasa porque sí. Me fascina que sea un grupo, como en nuestros comienzos... el entorno, el Gordo Gaby, las familias. Me hacen recordar a Almendra”, afirma.
–¿Tan directa es la analogía?
–Al menos a nivel humano. Ellos son un grupo y nosotros también lo éramos, porque teníamos fines, sentimientos e ideales comunes.

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