ESPECTáCULOS
› CHARLY GARCIA LLENO OBRAS EN TRES FUNCIONES, PERO CAMBIO LOS PLANES
Fin de semana en el planeta Say No More
La serie fue anunciada como un repaso de sus diferentes etapas artísticas, pero al cabo García siempre mezcla las cartas a su antojo: los shows mezclaron épocas y grupos, en performances que fueron de mayor a menor. Y que terminaron con una declaración indiscutible: “Me chupa un huevo todo”.
Por Cristian Vitale, Esteban Pintos y Roque Casciero
La oferta era tentadora: Charly García repasando su archivo metódicamente, cada noche con su etapa bien definida, un festival para el nostálgico. Pero García es cualquier cosa menos predecible, y si hay algo que puede preverse con él es que las cosas siempre pueden enfilar hacia cualquier rumbo. Algo de eso pasó este fin de semana en Obras Sanitarias, donde García convocó a la grey y, fiel a su costumbre, hizo lo que quiso. Para entender el rompecabezas, entonces, nada mejor que ir por partes.
Viernes
¿Estrategia comercial?, ¿provocación?, ¿aburrimiento?, ¿burla?, ¿deseo? Un poco de todo. El viernes, García esquivó el perfil retro previsto para abrir su trilogía y se despachó con un set en el que las canciones de Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Seru Giran fueron la parte y no el todo. Fiel a su estilo, García se salió de cartel... hizo lo que quiso sin rendir cuentas y el resultado fue casi impecable. “Disculpen, ya la toqué mucho”, dijo en el medio de Popotitos y cortó. “Esta también me aburre, Spinetta nunca toca Muchacha”, se excusó para abortar una desabrida versión de Canción para mi muerte. El público –mucho cuarentón con hijos, mucho ex seguidor de Sui– no emitió queja ante el desplante, sencillamente porque no hubo razones más allá del repertorio heterogéneo y espontáneo. De las causas presuntas, probablemente una mezcla de deseo y aburrimiento –con el lleno resuelto, claro– primaron para que Charly decidiera activar otro plan.
El tedio se notó en otras dos canciones clave: Confesiones de invierno y Rasguña las piedras. “Para tocarlas así, mejor no las toques”, gritó un fan poco convencido. Pero fueron la excepción en un show soberbio. Ejecución rápida, a desgano y cantadas con más entusiasmo por el público que por quien las creó recién salido del Dámaso Centeno. Fue una excepción porque el resto de las canciones de época –poco menos de la mitad– colmó y hasta superó las expectativas de los nostálgicos más estrictos. Quedó claro de entrada: “Yo miro por el día que vendrá/ hermoso como un sol/ en la ciudad”, fue la primera estrofa entonada por Charly, que provocó la explosión del público. Instituciones retrotrajo la memoria emotiva al momento más inspirado del dúo. “Los inocentes son los culpables... dice la policía”, mandó el hombre con disfraz de beduino, ante el segundo disparo hacia atrás con Canción de Alicia en el país: solo de guitarra denso, explosivo y una reparación histórica, que también alcanzó a Viernes 3 AM, sin el dramatismo de antaño, más fresca y visceral.
El cenit llegó con el único tema de La Máquina de Hacer Pájaros: No te dejes desanimar. La consistencia del trío de cuerdas dirigido por Alejandro Terán fue la herramienta clave para recordar cómo tocaban las bandas progresivas en los ‘70. Una versión virtuosa, poblada de imágenes y sensaciones oníricas, tiñó de irrealidad un auditorio que pareció superado ante el brote de musicalidad. Parecida sensación provocó Desarma y sangra: entre un intenso humo azul y cuerdas mansas de fondo, Charly sensibilizó su talento y contagió a la multitud, que tampoco salió del asombro con el tema posterior, 20 trajes verdes. Así, el gran provocador desempolvó aquel instrumental melanco de Peperina inspirado en Erik Satie, y demostró su parte más “erudita”. Menos arregladas sonaron Eiti Leda –la banda chilena que lo acompaña desde hace dos años entendió cómo tocarla sin variaciones– y Perro andaluz, que sonó como un calco de la original, grabada en 1979.
Llorando en el espejo, Tribulaciones de un tonto rey imaginario o no y Seminare completaron “La venganza”. El resto (popurrís, cortes, enganches, idas, vueltas y versiones de Los dinosaurios, Nos siguen pegando abajo, Fanky, Demoliendo hoteles, Cerca de la revolución, Me tiré por vos y un largo etcétera, hasta llegar a 35) pareció equivocarse de día.
Sábado
A mitad del show, el protagonista dio en la tecla. “¿Temático? ¿Qué temático? Esto no es un parque de diversiones...” Así, amablemente tajante, Charly desarmó el juego que mismo había construido cuando anunció un fin de semana donde bien cabía la palabra “temático”. En verdad, eso quedó como impresión final después de casi dos horas: temático o no (no lo fue, y el artista así lo hizo saber), se trató de una celebración de sí mismo. O de su obra, que es más o menos igual. “Tengo unos cuantos temas... ¿no?” preguntó en otro momento, mientras se acomodaba frente al piano en el centro del estadio. Allí, donde llegaba a través de una cinta transportadora, visiblemente separado del resto de su banda –el trío chileno, la sección de cuerdas y los aportes de Fabián Quintiero e Hilda Lizarazu–, el artista comenzó su actuación y volvió en algunos momentos.
Siempre hubo música, en estado García puro, a veces caótico, a veces genial, otras emotivo, en general desprolijo. Fueron un manojo de canciones históricas, mayoritariamente orientadas a la cosecha Serú Giran y al prometido repaso de los ‘80 y los ‘90. Más que la interpretación, la performance escénica de García o la elección del repertorio, se impuso la emoción. La mayoría de los presentes, por no decir casi todos, tienen momentos claves de sus vidas –por uno u otro motivo– emparentados con esas canciones. Charly García compuso la banda de sonido de miles, millones de argentinos en un arco generacional que abarca adolescentes, jóvenes y adultos. Echar mano de ese prodigioso manual de canciones le basta para provocar respeto, admiración, ovaciones y fanatismo. Toque como toque, se mueva como se mueva. Por eso cuando sonó Eiti leda, los cinco mil presentes fueron instantáneamente conmovidos por esos versos y el épico desarrollo instrumental que concluye la canción. Este momento, tanto como Huellas en el mar, Perro andaluz e incluso las aceleradas versiones de Los dinosaurios, Pecado mortal y Loco (“Loco, no te sobra una moneda, quiero estar la vida entera escuchando rock and roll”), quedaron como lo mejor de la noche. Sobre el final, cuando echó a rodar una desprolija aunque vibrante (esta canción siempre es vibrante, se toque como se toque) de Cerca de la revolución, arrojó suavemente su guitarra a quienes se amontonaban pegados al escenario. Una situación que motivó una corta pero complicada negociación entre sus asistentes y quienes habían “recibido” el obsequio. Con ese paso instantáneo de comedia concluyó la segunda noche.
Domingo
El tercer concierto de la serie se podría resumir en la última frase de García: “Me chupa un huevo todo”. En ese todo se incluyen sus propias canciones y el público que colmó Obras, por supuesto. El show que debía representar su etapa Say No More fue casi vergonzoso. Y por razones puramente musicales, porque no hubo escandaletes. Mientras los fans comentaban qué buenos habían sido los dos shows anteriores, García salió a escena para lo que se perfilaba como otra actuación demoledora. La ilusión duró poco. Cuando promediaba el primer tema, Cerca de la revolución, Charly apenas había abierto la boca para cantar. Y cuando lo hacía, o le aplicaba a su voz unos efectos espantosos, o desafinaba con una garganta desgastada por el trajín de las noches anteriores. La única canción que cantó completa fue Eiti leda; en el otro extremo, durante Los dinosaurios, no entonó ni un solo verso.
El show tuvo la mitad de las canciones que los anteriores, lo que lleva a pensar qué mala idea fue plantearse semejante seguidilla. Pero lo que decepcionó no fue la brevedad sino la calidad. En promedio, Charly cantó una cuarta parte de los temas. El resto del tiempo hacía gestos para quela gente asumiera el concierto como un gran karaoke con él como invitado estelar. En ese plan sonaron Demoliendo hoteles, Popotitos, No toquen, Loco (con Leticia Brédice) y Pecado mortal. Entonces Charly gritó: “¡Pipo, saliste de la cárcel!”. Apareció Cipolatti y juntos hicieron su versión de Mr. Moto, una especie de copla-homenaje al luchador de Titanes en el Ring sobre la base de Born to be wild (Steppenwolf) y I was made for loving you (Kiss). Como para sumarle bizarría a la escena, salió el propio Mr. Moto, al que le costaba dominar su máquina sobre el escenario.
Lo mejor fueron los pianos jazzeros que Charly le puso a Influencia, justo antes del primer intervalo. Después de una larga espera, se abrió el telón para que la banda hiciera Eiti leda. Como se dijo, Charly cantó toda la letra, pero los agudos se le hacían picos imposibles de escalar. Antes de que terminara la canción, volvió a irse. Intervalo dos, mientras se escuchaba a los fanáticos más obsecuentes hacer referencia a que, por lo menos, Charly estaba de buen humor. Sumados los dos intervalos, pasaron casi cincuenta minutos... y una sola canción. Por fin, García volvió para desafiar otra vez al concepto (otra vez, se suponía que era la noche Say No More): hizo El aguante (la única de ese período), Botas locas, Un hada, un cisne, No te dejes desanimar, No llores por mí, Argentina y Los dinosaurios. Tocó los teclados con los pies, castigó a su guitarra, destrozó temas suyos que son himnos generacionales y se fue. Ni siquiera hacía falta esa frase final: el concierto habló por sí solo.