Mar 20.07.2004

ESPECTáCULOS

Los sueños del teatro itinerante

Los actores Diego Biancotto y Diego Mendoza Peña cuentan detalles de su gira de un año por diversos países latinoamericanos.

Diego Biancotto y Diego Mendoza Peña son dos actores de La Plata que trabajan juntos desde el 2000, cuando fundaron La Terraza Teatro. En su momento, dice Mendoza Peña, “el proyecto surgió por la necesidad de acercar el teatro a la gente, a los pueblos de pocos habitantes, porque son lugares donde nunca llega. Cuando fuimos a algunos pueblos chicos nos dijeron que allá no sólo no llegaba el teatro, sino el arte en general”.
Con el tiempo, la iniciativa se profundizó, sin perder el espíritu. En 2001 realizaron una gira por distintos pueblos de Santa Fe, Córdoba y San Luis, y el año pasado fueron seleccionados para participar del XIII Festival de las Artes Escénicas Bambú 2003, en Honduras. Luego de presentarse en el festival, emprendieron una gira que duró un año por Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y México, donde presentaron su tercer trabajo, Deshojando ilusiones, concierto para dos payasos. Ahora planean realizar otra gira por el país.
El festival, del que participaron representantes de diversos países hispanoamericanos, fue organizado conjuntamente por el Ministerio de Cultura de Honduras y el Grupo Teatral Bambú. “Fuimos convocados y habíamos decidido bajar de Honduras a Argentina haciendo teatro, pero terminamos subiendo a México”, cuenta Mendoza Peña. En la gira improvisada por pequeños poblados latinoamericanos, conseguían alojamiento en casas de habitantes de los lugares que visitaban (“querían que lleváramos nuestro trabajo a sus pueblos, y en esos pueblos no había hoteles”, asegura Mendoza Peña), o en los mismos centros culturales y teatros en los que actuaban. También conseguían trabajo en el momento: “En Guatemala nos contrataron para ir a dar talleres a la escuela de una comunidad muy apartada en la selva. Ellos hablaban quiche, una lengua azteca, y teníamos traductores, aunque algunos también hablaban castellano porque los profesores eran bilingües. Rescatan mucho sus tradiciones indígenas, desde comidas y ropa a canciones heredadas de sus antepasados. A nosotros nos costó mucho adaptarnos porque era un choque grande: estábamos en medio de la selva, las casas desparramadas por ahí, no había luz ni gas y sacaban el agua de un pozo del patio de la escuela”.
En México, el Ministerio de Cultura los contrató como profesores de teatro para ir a Berriozabal, un pequeño pueblo en la selva. “Nos sentíamos en deuda porque nosotros sólo ofrecíamos nuestro trabajo, lo mejor que podíamos, pero queríamos dejar algo más. Entonces se nos ocurrió escribir una obra de teatro. Empezamos a buscar historias, las leyendas del pueblo. Buscamos en las bibliotecas, hablamos con los habitantes del lugar y así fue surgiendo una obra. Como los padres de los chicos nos veían trabajando, se acercaron a ayudarnos: el carpintero con el escenario, el electricista con la iluminación y las madres con el vestuario.”
Todo el recorrido por Centroamérica y México lo hicieron por tierra, en micros “como los que se ven en las películas, con gente viajando con animales, sentados de a cuatro” y caminos que en algunos tramos estaban cortados “por la guerrilla, sobre todo en el sur de México”, relata Mendoza Peña. En cuanto al público, asegura que “después de la primera función que dimos en Honduras nos dijeron que no nos podían entender porque hablábamos rápido y con argentinismos. Entonces tuvimos que cambiar algunas cosas menores. Y en los lugares en que veían una obra de teatro por primera vez se entretenían, pero si queríamos hacer participar a la gente grande no querían saber nada, tenían mucha vergüenza; algunos no entendían que lo que veían era ficción, creían que era real. Pero se quedaban viendo todo el espectáculo. Los chicos, en cambio, no tenían ningún problema”.
Se sorprendieron por lo informados que están sobre la actualidad argentina, ya que los periódicos tienen una página diaria dedicada a nuestro país. Y lo unificador que puede ser la música de nuestro país: “En México un español agarró una guitarra y dijo: ‘Bueno, cantemos una que sepamos todos’, y empezó a tocar Rasguña las piedras y después otras de Charly García y Fito Páez. Y en Honduras, en la Casa de las Naciones Unidas, unos norteamericanos de intercambio cultural tocaron y cantaron Sólo le pido a Dios”, concluye, cerrando el círculo de un periplo nada convencional.

Informe: Sebastián Ackerman.

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