ESPECTáCULOS
› “LA BATALLA DE RIDDICK”, CON VIN DIESEL EN PELIGRO
Un juego de deportes extremos
Por M. P.
“¿Cómo se llama ese mundo de fantasía en el que vivís?”, no puede evitar preguntarle uno de sus enemigos al prófugo Richard Riddick, cuando éste lo amenaza a pesar de estar engrillado y en la mira de su arma. Pero el mundo de Riddick es en realidad el mundo de Vin Diesel, el héroe de acción del Hollywood berreta del nuevo siglo, una suerte de muñequito Ken de combate que puede venir acompañado tanto por el adicional de un auto de carrera como por toda clase de armas futuristas. Siempre el mismo, ya sea disfrazado de 007 de los deportes extremos, velocista urbano o héroe de acción de un futuro con gusto a pasado, Vin Diesel habla siempre con frases cortas y directas. “Como si hubiese sido criado en una prisión”, como explica aquí su Riddick, un guerrero capaz de conquistar por sí solo a un imperio.
Secuela de una película de bajo presupuesto que es considerada en los Estados Unidos como un clásico del video llamada Pitch Black (2000), La batalla de Riddick fue presentada como la película que debería terminar de posicionar a Vin Diesel en el papel del Schwarzenegger de estos tiempos. Al margen de los grandes estudios a su manera, Diesel se pone al frente de una épica de ciencia ficción que está llena de explicaciones que jamás entendería su protagonista, y más que una historia es una especie de juego de supervivencia extremo, con toda clase de protagonistas. Hay un imperio conquistador que parece seducido por una estética hitleriana, un fugitivo perseguido por un caza recompensas, un planeta-prisión donde al fugitivo lo espera el amor de su vida y un sistema solar a punto de ser conquistado si no fuese porque la profecía asegura que el único capaz de derrumbarlo es ese fugitivo. Eficaz en su estética ominosa, con más puentes hacia el pasado que el futuro que pretende representar, y llena de esas escenas de acción que siempre califican para el trailer, La batalla de Riddick es una parodia permanente de sí misma. Empezando por Vin Diesel, por supuesto, que –salvo por unos ridículos ojos de gato– parece nunca haberse bajado del auto que conducía en la primera Rápido y furioso.
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