Vie 23.07.2004

ESPECTáCULOS  › “LOS PERROS”, DOCUMENTAL DE ADRIAN JAIME

La memoria ardiente

Un remisero santiagueño, que en los ‘60 supo integrar la lucha armada en la selva tucumana y el Cordobazo, es el hilo conductor de esta película testimonial, evocativa de la experiencia guerrillera del PRT-ERP.

› Por Horacio Bernades

“Yo de pibe era muy cagón, y después... ¿viste? Ya me pasé de corajudo.” Desde un comienzo queda claro que a Poroto (cuyo nombre real, Angel Belisario Gutiérrez, casi ni se pronuncia durante toda la película) no le interesa vender ninguna imagen. Que no tiene ningún problema en mostrarse tal cual es, aunque ese modo de ser –teñido del sencillo coloquialismo del paisano– vaya en contra de la figura brava y heroica que tiende a construirse de un guerrillero. Bastante más adelante en el metraje y con tanta despreocupación como la que mostró a la hora de tirar abajo su coraje, Poroto Gutiérrez hará referencia (pero una referencia siempre sesgada, apenas insinuada, jamás subrayada o machacada) a más de un combate a tiros contra la milicada. A su papel clave en la instalación de un foco guerrillero en Tucumán, a su obstinado silencio en la mesa de tortura, a su condición de ex guerrillero y al orgullo de haberlo sido.
Chofer de remise en la actualidad, Poroto Gutiérrez es el protagonista de Los perros, el hilo conductor de esta película que rememora la experiencia guerrillera del PRT-ERP, y cuyos mejores momentos son justamente aquellos en los que este santiagueño cincuentón tiene la palabra. La idea de contar la historia de una organización armada a través del relato de uno de sus sobrevivientes recuerda inmediatamente a Montoneros, una historia, en la que Andrés Di Tella construía enteramente el relato a partir de la presencia y los recuerdos de una ex militante. Por largos pasajes, Adrián Jaime, realizador y coguionista de Los perros, parecería querer recorrer la senda trazada por Di Tella, y es allí donde su película consigue tener un cuerpo, un tono y una voz, rehuyendo toda generalización y buscando reflejar lo general a través de lo estrictamente particular, lo intransferible, lo que está a años luz del canon del héroe.
También como en la película de Di Tella, el viaje a través de la memoria adquiere un sentido literal, traslado geográfico que es también histórico y lleva al protagonista de Buenos Aires hasta Santiago del Estero, y desde la contemporaneidad hacia ese otro planeta que fueron los ’70. El hecho de que, de pequeño, Gutiérrez se haya cruzado con los Santucho (que eran de esa misma zona) ayuda a que el relato pueda viajar sin accidentes hasta la prehistoria misma del PRT. Hasta la fundación, por parte de Mario Roberto y sus hermanos, del FRIP, Frente Revolucionario Indoamericano y Popular. A partir de allí, y vinculando siempre la historia personal y familiar de Poroto Gutiérrez con la de la izquierda armada, Los perros recalará en el Cordobazo (en el que Angel Belisario participó casi sin quererlo) y llegará finalmente hasta el interior de la selva tucumana, con un par de relatos sobre enfrentamientos, compañeros caídos en combate, aprisionamientos y tortura que marcan, sin duda, el punto culminante de Los perros. Dicho esto tanto en sentido dramático y emocional como de puesta en escena, ya que en esos momentos la cámara y el cuerpo y el rostro del protagonista parecerían encontrar, finalmente, una sintonía perfecta.
Lamentablemente, Jaime es consecuente sólo a medias con su propia apuesta, y es así como durante largos tramos Los perros se dispersa o se interrumpe, con la inclusión de fragmentos fútiles (la visita del protagonista a una radio local), material de archivo de mera intención ilustrativa (manifestaciones callejeras, enfrentamientos con la policía, barricadas) o testimonios relevantes pero desgajados del conjunto, como los que prestan Luis Mattini, Pedro Cazes Camarero y otros notorios ex dirigentes del ERP. De igual manera resulta fuera de lugar la aparición en cámara del propio realizador en un par de ocasiones, suerte de atisbo metalingüístico que por circunstancial jamás trasciende lo aleatorio. Pero el film se recupera y es allí donde aparecen los relatos más emotivos, heroicos o dolorosos, que Gutiérrez sabe rememorar como quien toma mate. O ese diálogo con el hijo de un compañero muerto en combate, que en su contenida, recelosa intimidad, resulta más poderoso y convincente que mil recordatorios de compromiso.

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