ESPECTáCULOS
› SKAY BEILINSON TOCO ANTE TRES MIL FANS EN REPUBLICA CROMAÑON
Las aventuras de un lobo suelto
En dos horas de adrenalina y buen gusto, el guitarrista volvió a demostrar que su música está más allá del mito ricotero.
› Por Roque Casciero
Con el debido respeto por los ricoteros, para quienes estas palabras pueden significar casi una herejía, hay que decir que los shows de Skay Beilinson como solista tienen un punto en común con los de... Gustavo Cerati. Y es un parecido muy fuerte: cada vez que Skay decide revisar su glorioso pasado y tocar alguno de los clásicos que compuso junto al Indio Solari, enseguida sus fans empiezan con eso de “Olé olé, olé olé olá, sólo te pido que se vuelvan a juntar”. Exactamente como le pasa a Cerati cuando hace algún tema de Soda Stereo. Pero, mientras el público no se puede sacudir la nostalgia, Skay –como Cerati– está parado en el presente y mira hacia el futuro. Por eso fue que el fin de semana, en República Cromañón, el ex Redonditos de Ricota mostró casi todo A través del Mar de los Sargazos y adelantó dos temas del que será su segundo trabajo posterior a la diáspora redonda. El de Skay es un presente sin el gigantismo (casi desmesurado, sin precedentes) de la última etapa de los seguidores de Patricio Rey: en lugares más reducidos el público puede entregarse al rito de las banderas y las bengalas, pero también prestarle más atención a la música. Y formarse una idea sobre cuál de los dos tipos que se paraban sobre el escenario era el alma y el motor de los Redondos.
En la Argentina existen poquísimos músicos que sean tan inmediatamente identificables como Skay. De hecho, su estilo no sólo es marca registrada sino escuela de rock (como la poesía de Solari para muchos autores). Cada vez que Skay quiebra las rodillas y encara un solo, es momento de parar de gritar y prestar atención: no habrá vértigo y velocidad desenfrenada para que babeen los que cuentan las notas como matemáticos de la música sino un fluir de ideas que destilan buen gusto.
Skay armó una banda contundente que sabe acompañarlo en sus excursiones rockeras. Es lógico que sus canciones solistas tengan, al menos, la mitad del ADN ricotero: el guitarrista lleva marcado a fuego ese estilo que creó junto al Indio. Pero Skay está más cerca de la primera etapa de la banda que de las experimentaciones tecnológicas de los últimos días. Y da la casualidad que eso es lo que los ricoteros quieren escuchar. Desde el reggae (a su manera) de Con los ojos cerrados hasta la marcial Gengis Khan, cualquiera de esas canciones podría haber integrado un cd de los Redondos, aunque las letras de Skay sean mucho menos herméticas que las del Indio. Incluso uno de los estrenos, La ley del vudú, continúa en esa línea. Zombie de Paternal, en cambio, está bastante cerca de un riff a la AC/DC, sin alejarse del todo de la personalidad del guitarrista.
Sin embargo, como Skay parece no tener complejos al respecto, parte de su presente son las canciones de los Redondos. Y cada vez que recupera alguno de esos clásicos, los ricoteros arden. Si un tema inédito como Nene nena es coreado como un hit radial, ¿hay que aclarar que Nuestro amo juega al esclavo y Todo un palo ponen la piel de gallina? Y, así y todo, nada se compara con el final y la inmortal Jijiji: transpiración, adrenalina, la garganta que revienta... Tal vez República Cromañón no tenga capacidad como para “el pogo más grande del mundo”, pero la energía de ese “No lo soñéeéeeeeee...” provoca el mismo efecto liberador que en una cancha de River repleta de ricoteros. Entonces, nostalgia sí, ¿por qué no? Pero sería una tontería que el pedir a los gritos “que se vuelvan a juntar” distraiga de lo que hoy Skay tiene para decir y tocar.