ESPECTáCULOS
› VACACIONES DE INVIERNO
El mundo de María Elena Walsh, para chicos que crecen con el siglo XXI
Fabián Gianola y Anita Martínez conducen un
espectáculo que nunca descuida el humor, con una estética circense y murguera.
› Por Silvina Friera
Los murgueros de María Elena siembran y cosechan ilusiones con un puñado de acrobacias y coreografías que potencian la atmósfera lúdica planteada por las canciones. Sólo falta añadir el apellido Walsh, para comprender por qué ni bien aparecen en el escenario y empiezan a cantar y a bailar, la imaginación de los espectadores se libera de ataduras e ingresa en la dimensión de lo fantástico. Escritora faro en el campo de la literatura y la música para chicos, los personajes y las situaciones ideadas por esta creadora, hace más de 40 años, son el mascarón de proa de un imaginario que se ha ido modelando al compás de La canción de tomar el té, El twist del mono liso o En el país del no me acuerdo. En El reino del revés, Fabián Gianola y Anita Martínez conducen las riendas de un espectáculo que subraya, con un estilo desenfadado, sin corsets verbales que abrumen a los más chicos, una poética que aglutina el humor y el disparate con una fuerte impronta circense.
“En la calle –dice Gianola– pasan muchas cosas.” Los acróbatas se hacen zancadillas, rebotan, tropiezan, amagan con caerse, forman pirámides humanas, se suben al trapecio o se deslizan por las telas de seda, saludan al público boca abajo y gozan de esa libertad extrema que les confiere el dominio de las distintas técnicas.
Presentada como la segunda parte de Canciones para mirar (estrenada hace dos años, con un elenco que incluía a Gianola), El reino del revés integra de un modo más acabado la murga y lo circense con las coreografías, las actuaciones, las canciones y la percusión en vivo de Miguel Mendonòa. La murga de María Elena, de un desempeño notable, está integrada por Juan Bautista Carreras, Analía Riamonde, Leandro Aita, Cecilia Roche, Javier Davis, Mariana González, Facundo Pires, Marcela Figini, Fernando Montejo y Rosina Fraschina. Estos jóvenes murgueros conquistan a los espectadores con el desparpajo de sus números –malabares con esferas, con pelotas y globos, zancos, trapecios circulares y hasta una cama elástica en miniatura–, y porque detrás de un antifaz de ingenuidad se esconden unas chicas muy inquietas que se burlan de los chistes deliberadamente malos que cuenta el personaje interpretado por Gianola.
La dirección de Rubén Pires (también responsable de Canciones para mirar) acierta en regular la adrenalina que irradian los murgueros, cuando en El país del no me acuerdo recurre al teatro de sombras. Anita, ubicada detrás de una pantalla, parece irrumpir de un sueño lejano y distante, de un país más fantástico que real. En esta ocasión hay una amalgama más equilibrada entre las letras de Walsh y la música original de Martín Bianchedi, un detalle que se manifiesta especialmente cuando Gianola narra el cuento La plapla, mientras Martínez se luce interpretando esa letra traviesa que aparece en el cuaderno de Felipito. Que las canciones de Walsh son patrimonio de la infancia lo certifican, entre otras, la Marcha de Osías: ni bien escuchan los primeros acordes, los chicos empiezan a corearla y en el estribillo sus voces se superponen con las de los intérpretes.
Otro de los buenos momentos es la escena con el mago Polonio. Típico oportunista, el mago en cuestión promete mover con los poderes de su mente un enorme barril, pero pronto Gianola y la platea descubren la trampa a la que apela este impostor o mago trucho. Como en un círculo, el epílogo encuentra a los protagonistas y a los murgueros sembrando ilusiones en El reino del revés.
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