Vie 30.07.2004

ESPECTáCULOS

El carnaval es un estado de ánimo

Una nueva visita de la histórica murga Araca la Cana habilita a su director, Catusa Silva, para repasar la rica historia del género.

› Por Cristian Vitale

“Las murgas de hoy no son como las de antes, bo. Si bien son artísticamente superiores, porque se han mejorado el canto, el cuerpo y las coreografías, ya no te pintan la cara con tus deseos, bo.” José María Silva –Catusa para los amigos– está sentado sobre una silla pequeña y con las piernas cruzadas. Tiene un colgante de grueso calibre que sostiene un Jesús con cara de gaucho y otro con un nombre que delata su procedencia: Araca. No pasan dos minutos sin que diga “bo”, esa especie de conector que los orientales utilizan para hilar frases y a la vez medir la atención del oyente. “Antiguamente, te pintaban una estancia de oreja a oreja, un mar, lo que vos querías. Hoy te hacen máscaras en la cara. Al murguista, bo, le robaron la expresión. Y también se perdió esa cosa hermosísima que es su movimiento natural”, redondea acerca de un tema que, se nota, lo apasiona: el devenir de la murga y el carnaval como fiel expresión de la cultura uruguaya.
–¿Se la encorsetó estéticamente, dice?
–Diría que mejoró, pero a costa de grandes pérdidas.
A Catusa le sobran pergaminos para opinar al respecto. Desde 1969 es el director artístico de Araca la Cana, agrupación murguera nacida de canillas y obreros vocingleros del barrio Paso Molino, que hoy está a punto de cumplir 70 años. Una pizca de emoción estalla en su rostro cuando recuerda sus inicios junto Cipriano “Pianito” Castro, director y letrista de una época gloriosa para el carnaval (los cincuenta). “Ingresé por un casting, necesitaban cantantes, me presenté y gané. Piano, que era el director, fue uno de los que me tiró esas frases que caminan conmigo hasta hoy. Y heredé, además, una filosofía profunda de aquellos canillas brutales, porque el canilla era un personaje cultísimo en aquella época, estaba relacionado con el canto primario de la murga, fijate que el antiguo murguista cantaba con la boca para el costado, el mismo voceo que usaba el canilla para vender diarios”, cuenta. La murga, intacta en su estilo y subida a una ola de popularidad que arrastra también a Falta y Resto, Canario Luna o Jaime Roos, se presenta hoy y mañana en el ND Ateneo (Paraguay 918) y su director promete terminar la fiesta en la calle.
–¿La murga tenía el mismo perfil político y social contestatario cuando usted ingresó a principios de los sesenta?
–No. No estaba acostumbrada a las luchas sociales. En ese momento, cuando comienza la lucha social, algunos empezamos a tomar parte y otros consideraban que el carnaval estaba al margen. Fue justo el momento en que la murga cambió. Hasta ahí, los textos eran poéticos... hay una despedida del Judío Martínez que empezaba diciendo: “En el borde del búcaro de oro / se forjó la embriaguez de la orgía / tu camelia fugaz colombina / se agoniza sin gloria ni amor”. Hermoso. Pero nosotros tuvimos que cambiar la estrategia, porque el país nos llevó por delante. Hubo que contar lo que pasaba y tomar posición, algo que hicimos unas pocas como La Soberana, Los Diablos Verdes y nosotros. Las otras criticaban, pero nosotros transformábamos la simple crítica en una cuestión sociopolítica.
La exacerbación del clima político culminó en dictadura y las murgas, sobre todo aquellas que habían “tomado parte”, comenzaron a recibir el peso de la censura y la persecución. “La única voz que quedó en el aire fue el carnaval”, evoca Catusa. “Los cuerpos y las músicas comenzaron a decir cosas entre líneas. Fue duro, porque allanaban tu casa, te interrogaban, no te podías parar en una esquina con más de tres personas porque ibas en cana, te seguían hasta el tablado, en fin, el carnaval pasó a ser elemento aglutinante y la murga fue madurando.”
–¿En qué sentido?
–Perdió parte de su belleza poética, pero se puso más la camiseta del país. El gran cambio fue cuando entró gente del teatro... vestuaristas, diseñadores, coreógrafos, autores, escritores. La murga, que era rechazada por los sectores altos de la sociedad, se transformó en la voz de todos, porque la dictadura unió al pueblo por abajo y por arriba. Estábamos todos contra el mismo enemigo. Creo que fue un momento duro y saludable a la vez. Por eso, a mediados de los ’80, ya era snob tener un disco de murga en casa, cuando antes era algo despreciado por las clases altas. Hoy nadie duda de que el carnaval es parte de nuestra cultura, inclusive el Estado cuando vende el país al turismo, pone al carnaval dentro del paquete.
–No queda claro, en definitiva, si tiene una mirada tradicionalista o futurista respecto del desarrollo histórico de la murga.
–Mi crítica se acota en que un murguista nunca debe perder su expresión natural. Pero no se puede ir a contramano de la evolución... ayer la murga cantaba a tres voces, lento y con poco ritmos (la marcha e’camión, el candombeado y alguno más) y hoy canta a siete voces y pasa por todos los ritmos latinoamericanos. Lo que se agregó estuvo bien... la viola asegura el tono y acompaña, la tumbadora acompaña a la batería, el bombo es como el bajo en una orquesta, donde el coro apoya su oreja. El agregado de pequeñas cosas no deforma a la murga.
–¿Fueron centrales Repique o Jaime Roos en este aspecto?
–El primer renovador fue Omar Román, a fines de los ’70. Modernizó viejas despedidas y tuvo éxito. Jaime no se apartó tanto de la murga tradicional, más bien la hizo canción. Igual que Canario, un artista brillante. Inclusive gente como Los Olimareños, Pepe Guerra aportaron magnificencia y progreso. Igual que murgas jóvenes como Agarrate Catalina o La Mojigata.
–¿Por dónde pasa la bajada de línea política hoy en Araca la Cana?
–Hay gente con hambre, desocupados y presidentes que generan esperanzas, cuando la palabra se ha transformado en algo negativo. Esperanza es esperar y nosotros hace 200 años que estamos esperando. Los problemas de la gente son inmediatos y la murga no puede desentenderse de ello. Ojalá algún día podamos volver a cantarles a las flores y a los pajaritos.

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