Lun 02.08.2004

ESPECTáCULOS

Un clásico de la guitarra popular

El guitarrista Luis Salinas abrirá hoy el Fimba, en el Colón. “La música siempre está delante del artista y del lugar”, proclama.

› Por Cristian Vitale

Luis Salinas está a horas de cumplir su primer “protagónico” musical en el Teatro Colón; sin embargo no le aparecen signos de ansiedad en el semblante. Sentado en un bar de Palermo, cualquier desprevenido que no repare en algún que otro kilo de más, podría confundirlo con Jimmy Page, y no sólo por ser un guitarrista notable. “Mi vieja me decía que alguna vez iba a tocar en el Colón, siempre lo recuerdo. Era una intuición, un deseo que tenía la vieja”, dice. Pese al desafío, Salinas goza de esa calma que lo define más allá de tiempos y coyunturas. “Lo más importante es la música, toques para dos personas o para 5 mil, en el Colón o en una plaza. La música siempre tiene que estar delante del artista y del lugar”, desmitifica.
En todo su discurso opera una máxima que estructura sus acciones: antes de ser conocido como uno de los guitarristas más virtuosos de Latinoamérica, su padre (un musiquero correntino y autodidacta) le había dicho: “En la vida está primero la persona y después el artista”. Pero lo que él hace, claro está, no puede soslayarse: Salinas se ha ganado el respeto de grandes músicos del mundo (George Benson, Scott Henderson o Chick Corea, por nombrar algunos) y por eso a nadie podría sorprenderle que le hayan ofrecido ‘hacer lo que quiera’ en el Colón, algo que el hombre criado en Villa Diamante usufructuó en una elección puntual: convocar a Javier Lozano, Juancho Farías Gómez, Horacio Avilano y Alejandro Tula para culminar el largo camino recorrido por su obra Música Argentina. “Que los organizadores me digan vení a tocar lo que quieras al Colón, es el mayor logro de mi vida”, admite.
–¿Por qué optó por el repertorio de música argentina?
–Tenía tres opciones. La primera era tocar con amigos como Rubén Juárez, Jaime Torres, María Graña, el Chango Spasiuk y Lito Vitale. Sería lo más fácil, pero todavía no grabamos el disco que tengo en la cabeza. La otra era tocar Ahí Va, que todavía lo estoy presentando y la tercera es la que elegí. Cuando la presentamos, tocábamos para diez personas en el Café de los Músicos y ganábamos 2 pesos. Lo tomo como un acto de justicia.
Salinas y su grupo subirán a escena hoy a las 20.30, como apertura del VII Festival Internacional de Música de Buenos Aires. Y no puede evitar hablar del cubano Paquito D’Rivera, personaje también ligado a la trayectoria de Salinas. “El hizo la mejor versión instrumental de El día que me quieras junto a Jorge Daltón. Una vez me invitó a tocarla junto a él ante mil personas y fue conmovedor. Y otra vez me invitó a su casa de Nueva York, a una jornada que se transformó en una jam session casera que duró desde el mediodía hasta las tres de la mañana. Mientras la mujer cocinaba, Paquito andaba con el saxo colgado por toda la casa y se paraba a tocar cuando le gustaba algo. Es un líder positivo, siempre busca lo bueno.” En rigor, es la segunda vez que el guitarrista sube al escenario del Colón. La primera vez, en 2002, lo hizo acompañado por otro de sus referentes: Dino Saluzzi. “Hacía poco que mi madre había muerto y era inevitable recordarla. Subí a tocar los dos primeros temas con una emoción enorme. Ojo, no de nervios... de emoción.”
–Usted repara siempre en aspectos emocionales y afectivos para definir su arte. ¿Cuánto hacen el estado de ánimo y el sentimiento a la música?
–Es como la vida, hay gente que piensa lo que va a decir y después lo dice, y hay otros que son espontáneos. Lo importante es llegar al mismo lugar. La emoción es fundamental, pero no quiero decir que tenga que ser así. Si tomás distancia respecto de la gente, es probable que te respeten, que digan que sos un animal, pero la relación es menos directa.
–¿Tuvo oportunidad de comprobarlo?
–Claro. El mayor ejemplo me pasó hace poco en Sáenz Peña, el pueblo de mi viejo. Me conocían 20 tipos como mucho. Imaginate, estaba toda la gente dando vueltas, en otra... Hasta que de repente la plaza se transformó en un teatro, por el silencio que había. Mi viejo me dijo después: “Pensá que por acá hay mucha gente que está postergada, que no se la respeta... si vos tocás con una actitud de respeto hacia ellos, como si tocaras en el Colón, esa gente primero te respeta y después te quiere”. Y es genial que te quieran.

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