ESPECTáCULOS
› TONINHO HORTA Y LO MEJOR DE LA ESCENA LOCAL PASARON POR ROSARIO
La familia del jazz, con invitados de lujo
› Por Diego Fischerman
Desde Rosario
La luna llena encandila el río. Mientras tanto, Toninho Horta toca, en el escenario del Centro Cultural Parque de España, a metros de la barranca rosarina, la bellísima balada Moonriver, de Henry Mancini. Y, de paso, pone en escena de qué se trata ser un guitarrista brasileño. Precisamente en ese tema clásico, tomado por más de un intérprete de jazz como punto de partida para su música, es donde se ve qué es lo que Horta tiene de diferente: un uso polifónico del instrumento, el paso fluido de la púa a los dedos, los distintos planos –bajo, melodía, acordes–, la riqueza rítmica, la armonía entendida como color y la melodía, muchas veces, como ritmo.
Toninho Horta fue, en la noche ribereña del sábado, una de las atracciones de la octava edición del Festival de Jazz Santiago Grande Castelli, que realizan en conjunto el Centro Cultural que funciona como su sede, y la Municipalidad de Rosario. Dos días antes había actuado en el Ateneo de Buenos Aires y aquí repitió la magia. Dos sets ininterrumpidos, primero solo, con guitarra de concierto, y luego junto al trío de los hermanos Osvaldo y Hugo Fattoruso –en teclados y batería, respectivamente– y el bajista Daniel Maza, sumando, en el último tramo, la guitarra eléctrica. Con un repertorio que recorrió, sobre todo, temas propios (algunos tan célebres como Beijo partido, que cantó entre otros Milton Nascimento), Horta recreó el sonido que se convirtió en marca de fábrica de las grabaciones de Nascimento y de Elis Regina en los comienzos de los ‘70. Los tres uruguayos sintonizaron a la perfección con el espíritu del guitarrista. El show se convirtió, poco a poco, en una celebración, más allá de la funcionalidad del concierto. Lo que se festejaba era la continuidad del único festival del país abierto a tendencias y estéticas variadas. También se festejaba un sonido. Una manera de hacer música particularmente brasileña – también, un poco uruguaya– en que virtuosismo, pensamiento vanguardista, rescate de tradiciones populares y alegría van rigurosamente de la mano.
El festival, que cerró ayer con actuaciones de Marcelo Torres y su grupo, del dúo Olivera-Lúquez y del trío de la pianista Paula Shocron con el saxofonista Julio Kobryn y el trompetista Mariano Loiácono tuvo, además de la presencia de El Umbral –que con Fernando Kabusacki como invitado navegó en las cercanías del free y la improvisación sin red–, a varios de los músicos más representativos de la actividad rosarina. La noche del viernes fue abierta por el trío del guitarrista Guillermo Rizzoto, el bajista Axel Perepelycia y el baterista Marcelo Gallego. Con juventud e ideas, los tres trabajan alrededor de materiales melódicos y rítmicos provenientes del folklore rural. El dúo del excelente guitarrista Carlos Csazza y el pianista Leonel Lúquez, con un repertorio que se mueve con fluidez entre Ralph Towner, temas propios, Falú y Dávalos o Milton Nascimento, apuesta a la sutileza, al trabajo sobre los planos y a formas que escapan de la limitación del esquema tema-solos-tema. El final, en el que el saxofonista Rubén Chivo González pasó revista a más de treinta años de trayectoria, fue el pretexto para que desfilaran personajes ejemplares de varias generaciones de jazz rosarino, empezando por el elegante baterista Pau Ansaldi y terminando por el deslumbrante Francisco Lo Vuolo, de apenas 21 años y una madurez pasmosa que, con su personal relectura de Thelonious Monk, aparece como una de las grandes revelaciones de los últimos años.