ESPECTáCULOS
› “NIP TUCK”, AVANZADA CONSERVADORA EN MODO DE COMEDIA
Contra la cirugía estética
La presentación de Nip Tuck, una nueva serie que llegará por Fox, fue un happening de cirugías, con operaciones virtuales y extras.
› Por Julián Gorodischer
En la discoteca Opera Bay, de Puerto Madero, alguien propone jugar a operar. Hay que ponerse frente a la computadora y empezar a recortar kilos o agregar pómulos a un tipo. Después, se le puede poner un implante de pelo para terminar diciendo: “¡Qué asco!”. La idea es que siempre quede mal, para estar a tono con el último grito en series: Nip Tuck (por Fox, a partir del martes 17, a las 22), que se presentó en la Argentina como si se tratara de un parque temático de cirugías y que se verá en la pantalla chica por Fox, a partir del martes 17, siempre a las 22. En la suerte de happening que fue el avance en vivo de la serie, se pudieron reducir cinturas, agrandar tetas o deformar pómulos hasta el espanto (gracias a la cirugía virtual), y hasta recibir el comentario indiscreto de un extra contratado a tal fin: “Si quiere un retoque, llame...”. En el quirófano en vivo hubo un sujeto momificado y un falso cirujano, que se esforzó por parecer creíble. Y cuando empezó la proyección, ya quedaban algunas cosas claras: los cirujanos McNamara y Troy, en Miami, operan para embolsar y –seguro– serán castigados antes de que el primer episodio se termine.
Y así sucede. En la clínica en cuestión se convoca a lo peor de Miami: el narco que busca el cambio de rostro, la modelo que quiere ser “más que diez”, el paidófilo y la esposa del asesino, todos juntos para reclamar su golosina: un poco más de busto, menos arrugas. El paciente reúne una totalidad de faltas: la condensación imposible de pecados, delitos y vanidades del lado del cirujaneado, siempre opuestos al valor familiar. Tocar el cuerpo, en la serie de Fox, significará alterar una santidad. El castigo será ejemplar, como una tormenta que aporta el daño o la desfiguración y hasta provoca la crisis de la familia tradicional (la del cirujano). Entre los médicos, uno (McNamara) es más bueno que el otro, pero los dos se largan a su misión maléfica: desfigurar modelos ninfómanas o atraer esposas histéricas para el retoque innecesario (“cirugía placebo”, le dicen), siempre en busca del vil metal. Las chicas no quedan bien paradas: o son casadas que quieren distraerse con un implante o son modelos saturadas de clichés que se presentan diciendo: “No como, soy modelo”.
La de Nip Tuck, con fuente en el relato bíblico, es una respuesta directa a la promoción de “una movida quirúrgica” que hizo el reality show (a través de Extreme Make Over, en Sony): en la ficción, al menos, pecarán y deberán pagar. Si el reality ofreció al elegido del casting una transformación completa para gustar, la ficción inaugura el último villano post-Guerra Fría, más allá del talibán: el botox. La TV encontró su perfecto demonio, la reacción que faltaba después del “viva la pepa” que llegó con el reality y las performers de cirugías.
Es que si la artista plástica Nicola Costantino expone (actualmente en el Malba, con la muestra Savon de Corps) los jabones hechos con restos de su liposucción, y el reality Extreme Makeover promueve el cambio de imagen con la liviandad de un retoque en el look, Nip Tuck pretende una misión menos terrenal: restituir al cuerpo su santidad. Para Costantino o la francesa Orlan (que acumula una veintena de cirugías de rostro transmitidas en vivo), el cuerpo es obra. Como contrapeso en la era de las cirugías estetizadas, hacía falta “el grito en el cielo”. Si Costantino juega a que te bañes con “esencia de Nicola” y Orlan defiende la conversión de su cara en lienzo, la respuesta ejemplar de la ficción ubica el reino del pecador en la sede de la clínica: desfilan paidófilos, tatuados, infieles, asesinos para aportar al infierno quirúrgico. Para dar con la fábula, cada operación será puesta en primer plano, tanto que el chorro de sangre mancha la lente, se escapa la grasa abdominal por el tubito y enchastra a todos. Moraleja de amplio alcance: puede salir mal. Una estética de la cirugía (la de las performers y el reality show) asoció la intervención al erotismo: los médicos de Extreme Make Over operaron para hacer que sus pacientes gusten o se levanten a una presa codiciada, y hasta añadieron lecciones de seducción al resultado del quirófano. Nicola Costantino ofreció su jabón para ser frotado en la intimidad. Y Orlan permitió que la vean desnuda más allá de la piel. Para oponerse al “desvío”, Nip Tuck se alinea en una avanzada conservadora contra un octavo pecado capital (“No operarás”), anteponiendo los valores de familia y caridad al resultado de una cirugía.