ESPECTáCULOS
El descenso al infierno de una ciudad perdida
La temporada lírica 2002 del Teatro Colón abrió con un título cargado de significaciones. “Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny”, de Bertolt Brecht y Kurt Weill subió a escena con buenas voces e impacto teatral.
› Por Diego Fischerman
Tres grupos convergen en escena mientras suena una de las marchas más pegadizas (y ominosas) de la historia de la música. En un costado, las mujeres hacen un rito de santería centroamericano. Atrás, una suerte de gigantesco cacerolazo ocupa, también, un lugar entre las montañas de basura. Ya ha tenido lugar el juicio en que Jim Mahoney ha sido condenado a muerte. Ya se lo ha ahorcado por “el peor crimen que se puede cometer: no tener dinero”. La ciudad crecida en las manos de un grupo de prófugos, leñadores enriquecidos en Alaska y prostitutas languidece entre auténticos carteles de alquiler y venta de inmobiliarias porteñas. La diversión se acabó y los habitantes quieren irse. En esos cúmulos de escoria, ellos han hecho el amor, se han masturbado mirando una escena de box femenino en top less, han bebido y han bailado. Y el telón se cierra sobre ese cuadro de furioso desencanto. Allí, en ese espacio de significado que, inevitablemente, se crea a partir de la mutua implicancia entre la obra imaginada por Bertolt Brecht y Kurt Weill en 1930 y el Buenos Aires actual, es donde el régisseur Jérôme Savary eligió centrar su artillería de viejo lobo del teatro para la puesta que inauguró la temporada de ópera 2002 del Teatro Colón.
Que sea ésta la ópera destinada a abrir el primer ciclo lírico de la era del corralito no es, en todo caso, un hecho menor. Como no lo es, tampoco, que la del estreno haya sido la primera función de Gran Abono en la historia del Colón en que la gala en la vestimenta de los concurrentes fue optativa y no obligatoria. O que la totalidad del elenco haya estado conformada por cantantes y bailarines argentinos. Incluso Savary, a pesar de su nombre, acento y trayectoria franceses, nació aquí y decidió regresar esta vez, justamente, porque se trataba de este título con el que Weill y Brecht buscaron contar la decadencia del sistema capitalista, a través de la historia de la creación y posterior caída de la que ellos llamaron “ciudad de las redes”. Actual director de la Opera Comique de París, Savary defiende a rajatabla la ópera popular y en esta visión de Mahagonny se juega por el trazo grueso, por los gags (algunos de ellos algo envejecidos), por el efecto más o menos fácil y por el impacto escénico antes que por la sutileza. Eventualmente, allí no hay error sino premeditación. Esa es la estética de Savary y en este caso cumple su cometido. No obstante, lo mejor de la puesta sucede en los momentos en que el régisseur se permite el delirio y superpone códigos y géneros contrastantes. Allí donde un tango se sobreimprime con las boxeadoras desnudas y con un absurdo show voyeurista en que las cabinas son heladeras, donde un hombre revienta –literalmente– por haber comidovarias reses, donde la gente vuela por el aire y la amenaza de un huracán es acompañada por una suerte de delirio onírico de gran belleza plástica.
Graciela Oddone, en el papel de Jenny Hill, y Carlos Bengolea, como Jim Mahoney, están al frente de un elenco sumamente homogéneo y comprometido con la obra, en el que se destacan también Marcela Pichot como la viuda Begbick, Luis Gaeta en el papel de Moses, Juan Barrile en el de Joe y Carlos Sampedro en el de Jack O’Brien, componiendo actuaciones de gran nivel, al igual que Guy Gallardo como un eficaz narrador. También brillaron las parejas de baile conformadas por Soledad Alfaro y Aníbal Jiménez y por Estela Erman y Gastón Pasini. La Orquesta Estable fue dirigida por Gerardo Gandini, y logró momentos de gran belleza en los pasajes de solos de maderas. Los bronces, en cambio, mostraron importantes desajustes y un fraseo carente de flexibilidad (en particular la tuba). Faltaron, por otra parte, matices (sobre todo los pasajes contrapuntísticos, que remiten en gran medida a Bach, fueron tocados casi escolásticamente) y, por momentos, hubo importantes problemas de planos entre la orquesta y los cantantes solistas. Tal vez haya tenido que ver con eso que los integrantes de la Estable no se hayan quedado a recibir la ovación del público, y que el director, al señalarlos mientras era aplaudido, se haya encontrado apenas con unos pocos rezagados que tardaron más de la cuenta en guardar sus instrumentos. El coro, por su parte, además de haber estado mal balanceado en los pasajes en que cantó fuera de escena, mostró significativos problemas rítmicos.
Esta ópera, que fue la primera obra grande encarada por la dupla WeillBrecht (en una lista que incluye títulos como el Requiem Berlinés y la Opera de tres groschen), está basada en el Mahagonny Songspiel que ambos habían creado en 1927 para un festival de Baden-Baden. En Buenos Aires tuvo una recordada puesta de Jaime Kogan, que se presentó en 1986, en el Colón y en el Luna Park. Esta vez habrá, además de la del estreno, otras siete funciones (tres de ellas extraordinarias, es decir que todas las entradas estarán en venta y a precios populares) y contará con un segundo elenco del que participa otro notable conjunto de cantantes, encabezado por Adriana Mastrángelo, Gustavo López Manzitti, Alejandra Malvino, Luciano Garay, Fernando Chalabe y Omar Brandán.