ESPECTáCULOS
› LUIS MACHIN, ENTRE EL TEATRO Y LA EXPOSICION DE “PADRE CORAJE”
“La TV es un buen ejercicio actoral”
Es uno de los personajes más oscuros de la tira de Canal 13, pero su historial abarca una multitud de registros: Machín posee un entrenamiento que le permite disfrutar las funciones íntimas del Camarín de las Musas y el trajín infernal de la tira diaria: “Para mí todo se renueva y es como si lo hiciera por primera vez”.
› Por Cecilia Hopkins
Hay quienes lo conocieron dos años atrás, cuando en Son amores interpretaba el rol del sojuzgado Belucchi. Otros, que ya lo habían registrado en publicidades televisivas –la del gangoso “tapa a rosca” o la del adicto a las tortas fritas– terminaron de ubicarlo a principios de este año en la piel del multifacético doctor Ponce de Padre Coraje. Pero el espectador de teatro descubrió a Luis Machín hace tiempo: comprobó su temperamento actoral, sus cualidades expresivas en Varios pares de pies sobre piso de mármol, con dirección de Rafael Spregelburd, tanto como en El pecado que no se puede nombrar, bajo la dirección de Ricardo Bartís y sobre textos de Roberto Arlt. Después de ambas puestas y sus correspondientes giras, a Machín se lo volvió a ver, entre otros, en el personaje perturbador que le tocó interpretar en Teatro proletario de cámara, sobre textos de Osvaldo Lamborghini, en Casa de muñecas, de Ibsen, en Amores perros de Ignacio Apolo y Lo que va dictando el sueño, de Griselda Gambaro.
A pesar de haber hecho cine (Felicidades, de Lucho Bender, El astillero, de David Lipszyc, Un oso rojo de Adrián Caetano) y de que actualmente graba para Pol-ka diez horas por jornada, la pasión de Machín por el teatro no ha disminuido: en estos días, ensaya junto a Patricio Contreras Ella, un texto de Susana Torres Molina que la misma autora dirige, y acaba de reponer junto a Alejandro Catalán y bajo la conducción de Omar Fantini, un trabajo de creación colectiva que se reestrena cíclicamente el cual, incluso, fue visto en Brasil, Venezuela y Francia. Se trata de Cercano Oriente, tal vez más conocido como La caja, espectáculo de corte experimental que puede verse los domingos a las 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). El personaje que le corresponde a Machín, solamente identificado con el nombre de “el del piloto”, (el otro es “el del saco”), protagoniza un insólito rapto del destino: a raíz de un cortocircuito “deja este mundo y pasa a habitar un oscuro y degradado más allá y, desde entonces, la existencia de ambos personajes toma la forma aberrante de una épica del reencuentro”.
“Quiero que me vean jugar con la pelota un ratito... pero que no me la mezquinen, que puedan verme”, pedía Machín para sus adentros hace once años, antes de dejar su Rosario natal para instalarse definitivamente en Buenos Aires. Unos años antes, a los 23, ya había logrado tanta empatía con el público y la crítica rosarina que sentía que le faltaban estímulos y posibilidades concretas de crecimiento actoral: “Empecé a ver que me destacaban en las críticas y, al mismo tiempo, que a mí no me dirigían sino que confiaban en lo que yo producía... entonces pensaba, ¿de qué consagración me hablan si yo todavía no hice ni cine ni televisión?”, cuenta a Página/12. Para ponerse a prueba, Machín comenzó a viajar a Buenos Aires, a veces solamente para asistir a un casting y pegar la vuelta. A la espera de una oportunidad, seguía desarrollando en su medio una intensa actividad teatral.
Desde que decidió su vocación (en 1984, cuando cursaba el penúltimo año de la escuela secundaria), Machín pasó por el CRIT (Centro Rosarino de Investigación Teatral) y la Escuela Nacional de Teatro, donde se recibió en 1989. Llegó a hacer teatro infantil en Santa Fe por la tarde, y teatro para adultos por la noche y en Rosario. Recorrió de punta a punta su provincia, además de hacer giras por Corrientes y Chaco. También se vinculó con el grupo Arteón que dirige Néstor Zapata, y tuvo su propia agrupación cuando se creó la Filodramática La Quisimos con Locura, donde trabajó en puestas interdisciplinarias inspiradas en películas de James Bond o en letras de tangos. Hizo giras por Latinoamérica y en 1991 viajó con una obra de títeres para adultos por varias ciudades de España. Pero de tarde, para no perder la costumbre, se instalaba en las plazas paradedicar al público infantil obras de Javier Villafañe. Finalmente, una beca le permitió estudiar con Bartís en 1993, al tiempo que hacía con Alberto Ure un curso de actuación para TV. En vista de tanto trajín actoral, se comprende que a Machín no le caiga muy bien que algunos piensen que saltó de la publicidad de la cerveza a la TV. Pero tampoco se considera famoso: “No soy un actor mediático, a mí no me llaman para que hable sobre los piqueteros sino que me reconocen por los personajes que hago. Y está bien que sea así: los actores son lo que producen en la gente desde su lugar, que es el de la actuación”.
–¿No es raro que viniendo del teatro no haya tenido prejuicios respecto de la TV?
–Por suerte esa situación ya fue revertida, al menos en parte. Aunque quedan todavía muchos actores y directores que tienen la idea de que la TV es un género menor, que hay que acuartelarse en el teatro. Para mí, la verdad es otra, porque el prestigio no pasa por hacer solamente teatro: se puede trabajar muy bien en una tira diaria, aunque consuma muchísima energía. Si se produce con inteligencia, si se comprenden sus límites, el fenómeno televisivo puede provocar un ejercicio de actuación enorme. Siempre y cuando se rompa con los vicios que produce el medio, que no son muy diferentes a los que produce el teatro.
–Como espectador, ¿prefiere el teatro, el cine o la televisión?
–Me produce un gran placer hacer teatro, aunque debo decir que me cuesta mucho ser espectador, porque me aburro, tal vez porque le conozco los hilos. El cine, en cambio, me produce una fascinación enorme y puedo verlo sin una mirada crítica: ahí disfruto, me río, lloro, porque se me juega un grado de identificación mayor. Televisión, en cambio, veo muy poco: Padre Coraje es la primera tira que veo en mi vida, la miro siempre y si no puedo, la grabo.
–El teatro le exige repetir noche a noche lo mismo, la televisión, en cambio, ir improvisando sobre la marcha...
–No me cansa la repetición que implica hacer teatro: tengo hechas más de 300 funciones de una misma obra y pude comprobar que para mí todo se renueva y es como si la hiciera por primera vez. En TV, a medida que se va desarrollando el personaje uno ve qué va pasando. Pero el hecho de no saber cómo va a seguir la historia me produce un gran atractivo, porque hay que resolver situaciones todo el tiempo. Y también los autores se van enganchando con lo que uno entrega como actor y así se arma un círculo. Porque ellos escriben en función de lo que uno va proponiendo desde el trabajo diario. En ese sentido, la actuación en TV no es pasiva. Salvo cuando un actor se apoya en los ojos o en el físico que tiene. Esto hace que sus personajes estén muy acotados.
–¿Qué piensa del personaje que hace en Padre Coraje?
–La actuación se vuelca en el género que uno transite, sea televisión, teatro o cine... uno tiene un instrumento que afina y usa en la medida en que pueda hacerlo. A mí me tientan los personajes que no van en línea recta. Ponce es muy contradictorio, con muchas aristas, y es por eso que me produce una enorme satisfacción hacerlo: hace cosas espantosas pero a la vez, como médico, tiene aspectos muy humanos. Uno de sus lados oscuros tiene que ver con ser un homosexual reprimido, y también, con haber tenido una hija con una prostituta. A veces me dicen que siempre hago de malo, pero yo creo que hago personajes complejos: a la gente le cuesta entender los vericuetos de un tipo que descuartiza a alguien por encubrir a una hija, porque necesita identificarse con los buenos y odiar a los malos.
–En el Camarín lo ven actuar no más de 50 personas por noche, y en Padre... la exposición es masiva. ¿Percibe esa diferencia en términos actorales?
–Desde los últimos seis años convivo haciendo teatro y televisión, además de cine y publicidades, mayormente para afuera. No sé qué genera mitrabajo para un público y para otro. La actuación es lo que más placer me da en la vida. No hay otro hecho que me produzca mayor emoción, donde me sienta más vivo. Entonces, hacer una función para cincuenta personas o participar de un programa que es visto por millones forma parte de un mismo mundo, cerrado y secreto. El placer sigue siendo íntimo y personal: lo que le pasa al otro le pertenece a él. Yo no actúo distinto, porque lo hago para mí mismo. Estudio y pruebo, pero no para sondear el rating. En cine, tampoco uno tiene conciencia de la cantidad de gente que luego va a ver la película: el actor está frente a la cámara consigo mismo y con su compañero. Por eso, sólo pienso en la escena que tengo que hacer, en lo que se le juega a ese personaje.