Lun 16.08.2004

ESPECTáCULOS  › VICENTICO PRESENTO SU DISCO “LOS RAYOS” EN UN LUNA PARK LLENO

Un equipo con hambre de campeonato

En un show disfrutable y emotivo, el cantante presentó un disco pródigo en canciones que explicitan un presente fértil, lleno de futuro.

› Por Eduardo Fabregat

“¿De quién es esta culpa, de quién esta verdad?”, pregunta Gabriel Fernández Capello, y el escenario del Luna se enciende con relámpagos figurados, explosiones, contraluces que apenas permiten adivinar la (generosa) figura del cantante al centro, enguantado como en el clip de Los caminos de la vida y con una camiseta con el logo clásico de Kiss, ese que emparenta el dibujo de las eses con el rayo que parte la cara del cantante en la tapa de su nuevo disco. Un segundo disco que confirma todo lo bueno insinuado en el debut, y que pone al más mainstream de los ex Cadillacs –y el término no es peyorativo–, al fin, en el lugar del escritor de canciones muy respetable. Vicentico boxea en “la casa de Tito”, y el público que llena el templo de Corrientes y Bouchard enarbola el “ooooooh, oh oh, oh oh oh” de Yo no me sentaría en tu mesa, pero no apela al “sólo te pido que se vuelvan a juntar” típico de un show de Skay o Gustavo Cerati. Es que Los Cadillacs son parte indiscutible del mejor libro del rock argentino, pero Vicentico tiene con qué llenar sus propias páginas: si quedaba alguna duda, el Luna sirvió para despejarla.
Eso no quita, claro, que el lugar estalle con Demasiada presión, primera referencia al pasado de una lista conjugada mayoritariamente en tiempo presente. O que el público se emocione casi tanto como los mismos protagonistas en la aparición –y el abrazo final con Capello– de Flavio para una versión de El satánico Dr. Cadillac que arrancó tranqui y terminó a todo gas, y dio paso a otro clásico, Mal bicho. Y que haya espacio en la andanada final para Carnaval toda la vida (que con ese “si no hay galope, se nos para el corazón” sigue sirviendo como buena declaración de principios), y para Gallo rojo y, finalmente y para gusto de todos los presentes, aquel clásico del cantito de guerra alguna vez dedicado a la UCR.
Pero esos títulos no fueron “concesiones” del cantante para la Liga de la Nostalgia. Las elecciones-Cadillac vinieron a matizar y reforzar el sólido presente solista de Vicentico, que hoy puebla las radios con su versión del vallenato de Omar Antonio Geles Suárez, pero bastará con que una emisora se anime a Soy feliz o La libertad para que los hits sean de su propia pluma. El primero, gozoso himno con un coro que puede imaginarse en cualquier cancha de fútbol, se coló entre los bises y dejó rebotando en la cabeza de la gente la simple pero contundente afirmación de “ya no me queda tiempo para sufrir...” El segundo apareció no bien iniciada la noche, a caballo de la apertura con El cielo y demostrando bien las alturas compositivas que alcanzó Vicentico, con toda la emoción puesta en la invocación de “fuera, ya estoy afuera/ y ahora tengo miedo de tanta libertad”. Homogénea y compacta, la lista que el cantante fue bajando le dio cuerpo a una velada enormemente disfrutable, de esas que invitan al canto, que mueven al baile con El tonto, Algo contigo (¿cómo puede ser que Chico Novarro considere “ofensiva” esta versión?) o el funk de Las armas,o que permiten el brote combativo con el doblete de Desapariciones y Tiburón.
Los temas de Blades, precisamente, llegaron cuando Vicentico, atravesada la mitad del show, abandonó el mutismo y se permitió un par de discursos. En el hit de El león recordó que “esta canción la cantábamos pensando en otra cosa, pero los primeros culpables están viejos, podridos, decrépitos, ya no vale la pena hacerles nada. ¿Cuánto hace que venimos escuchando historias de gente que desaparece, que se pierde, que es llevada? ¿No tenemos algo que ver nosotros? ¿No deberíamos plantarnos, de verdad?”. Después, la alusión al escualo imperialista y la línea “Tiburón, ¿qué buscas en la orilla?/ cuidao con la ballena” le permitió reírse de sí mismo y su barriga, aceitando el juego emotivo con su gente.
Y eso de “su” gente está lejos de ser exagerado. Al comando de una banda ajustada y precisa, que sigue basando su poderío en el ataque percusivo –por momentos hubo cinco especialistas transpirando en escena– pero encuentra otras pinceladas expresivas en la trompeta de Ervin Stutz, las teclas de Leandro Bulacio y los arranques rockeros de la guitarra de Marcelo Muir, Vicentico está construyendo un espacio que atrae público de varios palos, tanto del sector más rockero como del que sigue a solistas del pop latino como Diego Torres o Juanes. Lo consigue a fuerza de buenas canciones, de un innegable olfato para la melodía bien construida, y de un raro carisma que a veces lo hace lucir como desinteresado, pero que a la vez lo muestra bien consciente de su sitio bajo las luces. Ejemplo de ello fue una de las anécdotas del viernes, cuando descubrió a una chica con una cinta fosforescente con el azul y rojo del disco. Cuando la saludó por la ocurrencia y la piba se quedó helada, lanzó: “¿Te dio vergüenza? ¿Viste lo que es que te mire todo el Luna Park?”
Con todo el Luna Park mirando, Vicentico hizo una faena impecable. Capitán y número nueve de un equipo con hambre de campeonato (contando a Flavio, fueron once exactos), el cantante llevó su segundo Luna Park a paso firme y con buen ánimo. Para seguir sus propias ironías con respecto al físico, podrá no tener un pique avasallante. Pero le sobra potrero para intentar el jueguito y, al cabo, clavarla en el ángulo.

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