ESPECTáCULOS
Tom Cruise subido a un taxi que va al infierno
En Colateral, un taxista es obligado a acompañar a un asesino a sueldo que debe matar a cinco en una sola noche: ¿Podrá escapar al final del viaje?
› Por Martín Pérez
Ningún hombre es una isla, dijo el poeta. Pero a Max le alcanza con soñar dos o tres veces por día para estar en una. Detrás del parasol de su taxi, allí donde todos esconden las llaves de su auto en las películas norteamericanas, guarda una hermosa foto de las islas Maldivas. Ahí es donde se escapa cada vez que su trabajo de conducir por las calles de Los Angeles lo supera. Y eso que Max es bueno en lo suyo. Se olvida de todo cuando cierra la puerta de su auto, se preocupa por mantenerlo limpio y reluciente y, lo más importante, conoce muy bien todos los secretos de las calles de su ciudad. Una extensa ciudad de diecisiete millones de personas –la quinta economía del mundo, como señalará alguien al promediar el film–, en la que casi nadie se conoce. Una ciudad llena de islas, como Max. O como Vincent.
Así como Max está orgulloso de ser un buen taxista, Vincent también se vanagloria de hacer bien su trabajo. Aún más: Vincent es su trabajo. Con aspecto de ejecutivo, frío y eficiente, Vincent no es de Los Angeles. Subirá al taxi de Max, le dirá una dirección y escuchará cómo Max inmediatamente le anuncia cuánto tardarán en llegar allí. Para hacer bien su trabajo, Vincent debe saber reconocer el talento de los demás, e inmediatamente se da cuenta de que Max sabe hacer tan bien su trabajo que lo querrá a su lado durante toda una noche llena de –según explica– reuniones de negocios. Cuando un cuerpo caiga sobre su taxi mientras espera que Vincent termine con su primera “reunión”, Max tendrá en claro que los negocios de su cliente son peligrosos. Y terminará atado a él durante una noche que promete ser larga, demasiado larga.
No es ningún secreto de qué se trata Colateral: un taxista se ve obligado a acompañar a un asesino a sueldo que debe matar a cinco personas en una sola noche. ¿Podrá escapar al final del viaje? ¿Logrará evitar que lo mate a él también? Esas son las preguntas fundamentales de una película sencilla, tan básica como aquel chico-conoce-chica. Es más: taxista-conoce-asesino a sueldo debe ser lo más parecido a chico-conoce-chica para Michael Mann, un director que hace películas de hombres capaces de arriesgarlo todo en sus vidas con tal de hacer lo que tienen que hacer. Hombres definidos por sus trabajos.
Conocido por haber sido el cerebro detrás de Miami Vice, Mann dirigió aquel pre-Hannibal Lecter que fue Cazador de hombres, y sus trabajos más famosos son películas como Fuego contra fuego o El informante. Además de ser dueño de un estilo visual clásico y moderno a la vez, tal vez sea el director de acción de Hollywood que mejor trabaja los personajes. Masculinos, de ser posible. Y en Colateral pone frente a frente a dos actores como Tom Cruise y Jamie Foxx. La superestrella internacional, el dueño de aquella sonrisa del millón de dólares, es el asesino a sueldo. Y Foxx, un humorista televisivo famoso dentro de las fronteras de Estados Unidos, es el tímido y eficaz Max, que con Vincent completa la pareja más despareja reunida en una película de acción desde 48 Horas, aquella comedia policial protagonizada por Eddie Murphy y Nick Nolte. Pero la comparación sólo sería posible si Murphy en vez de ser un pillo de poca monta fuese un ciudadano honesto, tímido y obsesivo, y Nolte en vez de ser un policía heroico y algo desharrapado fuese un frío asesino a sueldo, capaz de actualizar aquel parlamento de Orson Welles en El tercer hombre para justificar su trabajo, sentado en el asiento de atrás de un taxi.
Entre los dos hombres reunidos por las circunstancias –Darwin o I Ching, lo que sea– aparecerán pequeñas historias (y más de una estrella devenida en actor secundario, como Javier Bardem), y las cosas se irán complicando lo suficiente como para que Colateral no deje de ser una película de acción. Pero en realidad lo único que hay delante, detrás e incluso entre Max y Vincent, es la ciudad de Los Angeles. Una presencia filmada en digital y que, al menos para la cámara de Mann, lejos de ser la escenografía de la historia es la verdadera protagonista. Porque si Max y, especialmente, Vincent tienen cosas para decir de Los Angeles (y muchas de ellas dignas de ser recordadas), Mann tiene cosas para mostrar. Y eso es lo que importa.
Al igual que sus personajes, Mann es un director dispuesto a hacer lo que tiene que hacer. A pesar de tomarse en sus films todo el tiempo que necesita, nada está ahí de manera gratuita. No hay cabos sueltos en sus historias. Hasta subraya demasiado las cosas, pero es que así es como debe ser. Ese es su trabajo. Y así es como cuenta la historia de Max y Vincent, hombres solitarios atrapados en un mundo que no se detendrá a observarlos, un mundo surrealista casi sin quererlo, con esas palmeras y esos coyotes nocturnos, y esas luces titilantes de una ciudad que parece brillar para nadie.