ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA CON EL CINEASTA ISRAELI AMOS GITAI
“Apostar por la convivencia”
Bajo esa consigna se construye la obra de este director reconocido internacionalmente, que llegó a Buenos Aires a presentar sus films.
› Por Horacio Bernades
Desde hace décadas forma parte de un restringido y envidiado círculo áulico: el de aquellos privilegiados cuyas películas recorren indefectiblemente el más alto circuito de festivales internacionales, sobre todo los de Cannes, Toronto y Venecia. De hecho, en pocos días su más flamante producción –Tierra prometida, a la que un equipo de técnicos parisinos le da los últimos retoques por estos días– competirá en Venecia, como había sucedido el año pasado con Alila y unos años antes con Devarim y Yom Yom. Estas tres serán parte del Encuentro con Amos Gitai que se inicia hoy en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, y que le pondrá fin al imperdonable destierro al que la cartelera porteña había condenado a este notable cineasta israelí, unánimemente considerado el más importante en la historia del cine de ese origen. Organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires, la Embajada de Israel y la Cinemateca Argentina, el encuentro contará con la presencia del propio Gitai, quien ha bajado hasta Buenos Aires, a pesar de que en días más debe subirse al avión que lo llevará a Venecia.
Nacido en Haifa en 1950, la primera vocación de Gitai fue la arquitectura, herencia de un padre que llegó a estudiar en la Bauhaus, en sus tiempos fundacionales. Tras cursar esa carrera en la universidad de Berkeley, California, Gitai debió regresar a su país en 1973, ante el estallido de la Guerra de Yom Kippur. Junto con la sangre, el dolor y la tragedia (varios de los miembros de su escuadrón resultaron gravemente heridos o murieron en combate) llegó también el descubrimiento definitivo del cine. Fue allí, a bordo de un helicóptero que sobrevolaba territorio sirio en misiones de rescate, que el joven Gitai realizó sus primeras filmaciones, gracias a una camarita súper-8 que su madre le había regalado poco antes. Al día de hoy, Gitai lleva realizadas cerca de 40 películas, contando desde cortos hasta largometrajes e incluyendo documentales y films de ficción. Todas ellas serán exhibidas en el Museo Pompidou en octubre próximo, en lo que constituirá la primera retrospectiva completa que de su obra se realiza en el mundo entero.
Conformado por nueve de las películas más significativas de Gitai, en el encuentro programado por la Lugones (ver detalle aparte) se destacan sus documentales sobre Wadi –un enclave ubicado en el corazón de Haifa en el que árabes e israelíes afrontan por igual las políticas oficiales– tanto como sus films de ficción Kedma (donde echa luz sobre la conflictiva llegada de los primeros inmigrantes a la región, antes de la fundación del Estado de Israel), Kadosh (severa denuncia de la ultraortodoxia religiosa en su país, que había podido verse hace años en el Festival de Mar del Plata) y Kippur, en la que reconstruye su propia experiencia en el campo de batalla, en un estilo que recuerda al de los films bélicos de Sam Fuller, quien de hecho lo instigó a rodarla.
–Una de las constantes de sus películas es la convivencia étnica. ¿A qué se debe esa búsqueda de diversidad?
–A que creo necesario apostar por la convivencia: ser pesimista es un lujo que en Medio Oriente no podemos permitirnos. La región se constituyó en base a pueblos desplazados: los fundadores del Estado de Israel provenían del mundo entero y sobre todo de Europa Central, donde habían sobrevivido a la Shoah. A su vez, los palestinos resultaron desplazados de sus tierras y propiedades, algo que yo mostré ya en algunos de mis primeros documentales, que molestaron mucho al gobierno de mi país.
–¿Una apuesta por el mestizaje?
–No hay otra solución que el mestizaje, yo pretendo que Israel llegue a ser algún día una sociedad abierta. En esto tiene bastante que ver que yo sea nativo de Haifa, una ciudad que registra una larga tradición de convivencia entre árabes e israelíes. En mis películas reúno a actores de ambos orígenes, pero incluso en la conformación de mis equipos intento favorecer el mestizaje. Mi director de fotografía, Renato Berta, es de origen italiano y participó en películas francesas y portuguesas. Suelo trabajar con técnicos de esos orígenes, e incluso cuento en mi equipo con un argentino, que es mi director de arte. El mestizaje enriquece el producto final, ya que permite el intercambio de experiencias y de puntos de vista, y eso siempre es bueno.
–En algunos casos, esa apuesta se vuelve bastante provocativa. En Kadosh, el actor que hace de rabino intolerante es nada menos que un palestino.
–Eso no les gustó nada a los sectores más retrógrados de mi país. Por otra parte, hace unos años filmé una película de a dos con el realizador palestino Elia Suleiman, el de Intervención divina, que es amigo mío.
–Hay algo que lo une a Suleiman en términos estéticos y es la utilización extensiva del plano secuencia, la toma sin cortes, lo cual constituye algo así como la “marca de fábrica” de sus películas. ¿Qué lo lleva a adoptar ese recurso?
–Básicamente, el respeto por los espectadores. El cine contemporáneo suele manipular al espectador, lo lleva de una toma a otra, selecciona y predigiere qué es lo que el espectador va a ver, le impide una observación más atenta. Yo intento lo contrario y es por eso que recupero el tiempo real, ofreciéndole al espectador una cierta duración y un cierto tamaño del plano, para que él mismo pueda seleccionar qué es lo que más le interesa de la escena y tenga el tiempo suficiente para “leerla” con propiedad. De nada sirve tratar temas muy loables si no se lo hace con una forma que sea en sí misma liberadora. Una forma que permita pensar, en el cine, de un modo distinto a como se lo hace cotidianamente en la realidad. Si no se produce ese cambio jamás será posible hacerlo en otro plano, ya sea el político, el étnico o el religioso.
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