ESPECTáCULOS
Rebeldía, de los pies a la cabeza
La coreógrafa y bailarina Estela Erman habla sobre su espectáculo de danza, inspirado en la relación entre George Sand y Chopin.
Por S. F.
“La vida es una triste y amarga ironía. Espero morirme para encontrar un mundo mejor.” La que escribió estas palabras –acaso harta de verse involucrada en sórdidos pleitos económicos con sus hijos y sus ex amantes– fue la escritora Aurore Dupin (baronesa Dudevant), una mujer que rechazó la sumisión social y personal respecto del hombre y que escandalizó a la sociedad francesa del siglo XIX. No era frecuente que una mujer abandonara a su marido y que tuviera más de una decena de amantes más jóvenes que ella. Para colmo se vestía con levita, pantalones y botas y fumaba cigarrillos. Cuando escribió su segunda novela, Indiana –en la cual dejó traslucir su frustración por el matrimonio– firmó como George Sand, un nombre de sonido inglés y género masculino. A 200 años de su nacimiento, la bailarina, coreógrafa y docente argentina Estela Erman se inspiró en la relación amorosa de la escritora con el músico polaco Frederic Chopin para crear su espectáculo Concierto para el alma, que se presenta los sábados a las 18.30 en el Espacio Artístico Colette (Corrientes 1660).
El concertista Ignacio Mason, que interpreta musicalmente el rol de Chopin, empieza a pulsar las teclas del piano. Es el preludio de Concierto para el alma, un espectáculo auspiciado por la Alianza Francesa, en el que Erman propone conectarse con la energía sublime que Chopin legó en sus composiciones. La música y el ambiente del Espacio Colette transportan a los espectadores al moderado brillo de los salones parisinos del 1800. La mujer que se desplaza entre las mesas hacia el escenario, con la fuerza de un animal, ya no es la bailarina Estela Erman, es la libérrima George Sand, una criatura poderosa e indómita, iluminada por las velas de un candelabro. Pero no está vestida como hombre sino como una novia radiante que se acerca a Chopin, un hombre con fama de carácter difícil, tuberculoso y, según comentaban, con asco al sexo, un asco que Sand logró vencer parcialmente. Erman-Sand, acodada sobre el piano, lo mira (“sus miradas ardientes me volaban el corazón”, decía Chopin) y lo admira, lo cuida y lo protege.
Mientras el concierto continúa, se produce el desdoblamiento: aparece el bailarín Gastón Pasín que, desde el movimiento, se sumerge en el alma del músico polaco. La coreografía refleja la pasión y la intensidad que unía a la pareja a través de una especie de simbiosis corporal entre los bailarines. “La evidencia de su fuerza de hombre la pongo más en lo coreográfico que en el atuendo masculino”, dice Erman en la entrevista con Página/12. Sin embargo, la puesta no deja de enfatizar el modo en que Sand era difamada, simplemente por luchar por la emancipación de las mujeres. Pero ella se mantenía impertérrita, atenta a las palpitaciones de la existencia y a su propia obra: “El oficio de escribir es una pasión violenta, casi indestructible”. En la que fue considerada su obra más feminista, Las cartas de Marcia (1837), escribió: “Las mujeres reciben una educación deplorable, ése es el gran crimen de los hombres para con ellas”. Baudelaire decía que Sand era “estúpida, pesada y charlatana”, y que, “en cuanto a las ideas morales, tenía la profundidad de juicio y la delicadeza de sentimiento de las porteras”.
No hay en el siglo XIX, tal vez con la excepción de Madame de Staël, otra mujer que ocupe un papel semejante al de Sand en la historia y la literatura de Francia. Es cierto que tuvo grandes amores –el poeta Alfred de Musset, el abogado revolucionario Louis Michel, con quien reafirmó su ideología radical y aprendió a hablar del proletariado, y el músico húngaro Franz Liszt, entre otros–, como lo requería el ideal romántico, pero nunca pretendió derivar de ellos los cimientos de su prestigio, y prefirió apoyarse en una vasta y laboriosa obra literaria. Aunque para la época su estilo era tan luminoso como repulsivo, su obra alcanzó un gran éxito; Flaubert, Dostoievski, Charlotte Brontë, George Eliot y Turgeniev la admiraban, Henry James la llamaba “la gran maga” y Proust elogiaba la hermosa fluidez de sus frases, pero hoy las novelas de Sand resultan anticuadas. Los textos de la escritora que se ensamblan con la danza y la música, especialmente fragmentos de sus cartas –escribió y envió 19.000– los dice, a veces en francés, otras en castellano, la artista francesa Jasmine Issola.
“La danza es mi forma de amar y de vivir, no solamente en el escenario”, señala Erman. “Mi propuesta es lograr elevar el nivel de vibración del cuerpo y llevarlo a una zona un poco más sutil. Por eso trabajo desde los mundos burdos a los más elevados, tratando de rescatar lo sublime que todos tenemos, aunque no lo conozcamos o nos cueste verlo. A mí me gusta pensar que el bailarín baila en el centro del universo como en el centro de su corazón”, explica la bailarina. “El universo está bailando permanentemente porque desde su punto de creación no hace más que danzar”, dice. Becada en la escuela del teatro Bolshoi, Erman vivió en Italia, Bélgica y Francia. En París fue elegida como intérprete por el coreógrafo Joseph Lazzini, de quien heredó el estilo lazziniano que la identifica como bailarina. “George Sand sacaba a sus amantes de los problemas cotidianos, de las bajezas humanas, para utilizarlos como canales de una energía superior –opina Erman–. Chopin era un personaje frágil, que sólo podía desarrollarse como artista porque estaba tranquilo, porque tenía a alguien que lo cuidaba y le proporcionaba un mínimo de seguridad y bienestar. El artista cuando se dispersa no está disponible para que la energía de la creación fluya en él.”
“El tópico del artista torturado está relacionado con la sensibilidad, pero no implica que para ser artista sea necesario sufrir –aclara Erman–. No creo en eso, pero sí sostengo que el artista tiene una sensibilidad superior. Por eso, todas las cosas pequeñas de la vida lo afectan mucho más.” Con el tiempo, Chopin, que estuvo más de diez años conviviendo con la escritora, llegó a convertirse en un hijo para Sand. “¡Ah, qué descanso, qué liberación! ¡Siempre soportando a ese espíritu estrecho y despótico, pero siempre encadenada por la compasión y por el temor de que se muriera de pena!”, se quejó la escritora, después de que se separó de Chopin.