Mar 07.09.2004

ESPECTáCULOS  › ALFREDO ARIAS, ACTOR Y DIRECTOR DE “KAVAFIS, LOS TRES CIRCULOS DEL EXILIO”

“En el exilio, cada lugar se convierte en pérdida”

Radicado en Francia desde 1969, Arias siempre encuentra tiempo para realizar puestas en Buenos Aires que luego viajan al mundo. Aquí explica las bases de la obra que se ve a partir de hoy, basada en textos del poeta griego Konstandinos Kavafis y en la que el desarraigo es un tema central.

› Por Hilda Cabrera

Mezclar lo sagrado y lo profano de la cultura es una de las tareas del actor, director y régisseur Alfredo Arias, artista argentino radicado desde 1969 en Francia, donde obtuvo la ciudadanía treinta años más tarde. Salvo los diecisiete años en que se mantuvo alejado de la Argentina, Arias regresó periódicamente al país para montar una pieza teatral o encargarse de una régie, algunas en calidad de estreno mundial, como lo es Kavafis. Los tres círculos del exilio, obra musical auspiciada por la Embajada de Francia y de la que participa el Grupo TSE, fundado y conducido por Arias. La obra puede verse a partir de hoy y hasta el domingo en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), Viamonte 1161, a las 20.30, a excepción del domingo 12, día en que se ofrecerá a las 17. Se incorporó una última función para el martes 14 (20.30). Este trabajo, creado en ese mismo espacio, será presentado en París durante la temporada 2005/2006. La dramaturgia pertenece a Arias y a René de Ceccatty, la música a Arturo Annecchino (interpretada por el Ensamble Suden, dirigido por Diego Ruiz), la coreografía a Diana Theocharidis y a Pablo Fontdevila, y el vestuario a Renata Schussheim. La pieza, en la que se alternan el castellano y el francés (aquí con subtitulado electrónico), recrea aspectos del universo literario del poeta griego Konstandinos Kavafis, quien nació y murió en Alejandría (1863-1933) y vivió experiencias de exilio y soledad. Hijo de comerciantes griegos, pasó años en Liverpool y Estambul, además de Alejandría, pero amó la tierra de sus padres.
La pasión por regresar es una constante en Arias, quien anticipa, en diálogo con Página/12, otras presentaciones para noviembre de este año, en al marco del Festival Tintas frescas en Buenos Aires. Se trata de una serie de semimontados de los que participará la actriz Marilú Marini. El texto pertenece a la novelista y ensayista francesa Chantal Thomas y fue escrito especialmente para Arias y Marini. “Tintas frescas..., un proyecto de la Afaa/Ville de París, nació de una experiencia artística de Marilú”, cuenta el actor. “Ella pidió a escritores contemporáneos, sobre todo novelistas, que se acercaran al teatro. Chantal posee una escritura fina, lúcida, cómica e irritante a la vez, inusitada dentro del teatro.” El título es Incrustations, que quizá se sustituya por El paladar de la reina. “La creación será en Buenos Aires, lo estrenaremos en la Sala Casacuberta y lo llevaremos a París”, puntualiza Arias.
–Por lo que cuenta, Buenos Aires es su laboratorio...
–Me da placer trabajar aquí, y también con Marilú. Nuestras creaciones son reflejo de una coherencia artística asumida por los dos. Esa es nuestra gran satisfacción, más allá de los éxitos o de los fracasos. Poder sostener un pensamiento y perfeccionarlo, aprender a mirarse en los otros y a reflexionar con otras escrituras es lo que ha hecho Marilú con Beckett, por ejemplo, y yo con Jean Genet, Yukio Mishima y ahora con Kavafis. Mi delirio personal sumado al de los otros fue dando cuerpo a una manera de vivir, de insertarme en la realidad y comentarla, que me parece un acto de resistencia a la banalidad.
–Sin embargo, no está entre los que desdeñan lo superficial...
–Me encantan las cosas superficiales y banales para divertirme y reír, pero yo no milito en ese campo. Es solamente una vidriera que se me ofrece para sacar de ahí lo que me interesa y proyectarlo en mi mundo. Mezclar lo sagrado con lo profano es sólo una forma de observar la realidad y la cultura.
–¿Qué importancia tiene el desarraigo en Kavafis...?
–Es el punto más alto de la obra. El símbolo es la ciudad griega de Itaca. Los que hemos vivido fuera de nuestro país sabemos qué significa volver, no poder irse, o irse y guardar la ciudad de uno en la cabeza. Como dice el poeta en un poema sobre ese distanciamiento: “Llegar es tu destino./ No apresures el viaje,/ mejor que dure muchos años/ y viejo seascuando llegues,/ rico con lo que has ganado en el camino/ sin esperar que Itaca te recompense... Si pobre la encuentras, Itaca no te engañó./ Hoy que eres sabio, / y en experiencias rico,/ comprendes qué significan las Itacas”.
–¿Desacraliza también la poesía?
–Sí, pero para quererla más. He tratado los temas históricos con un sesgo irónico, como si estuviera en una clase, para retomar después el tono épico. Eso, creo, emociona.
–¿Cómo fue que obtuvo la nacionalidad francesa después de treinta años de haberse radicado en Francia?
–Me la hubieran dado apenas llegué. Justamente por eso tuve un encuentro con el ministro de Cultura de entonces. Pero el mío fue un proceso muy largo: me costaba muchísimo sentir la cultura francesa como propia. La adopción exterior fue rápida, pero interiormente muy compleja. Impresiona como una cultura “conocida”, pero sus raíces son totalmente diferentes de las nuestras. Hasta ahora se muestra atenta a lo que viene de afuera. Mis obras fueron bien aceptadas. Mambo místico, que vamos a estrenar con Marilú en marzo del 2005, se está posicionando como el primer espectáculo en la lista de las reservas de entradas. ¿Quién iba a pensar en el interés que despertó Mortadela, una obra con temas locales? La Argentina representa para el francés un territorio de cultura. Las distinciones abundan: Héctor Bianchiotti fue elegido académico de la lengua francesa, por ejemplo; y se adora a Piazzolla, cuya historia como compositor nace con Nadia Boulanger en París.
–¿Qué lo atrapó de Kavafis?
–Leí a Kavafis en mi juventud. Sus textos me produjeron siempre gran violencia sensorial. Se relacionan con el duelo por la patria, con los hechos de la antigüedad, las complejidades del deseo sexual...
–¿A qué se debe el subtítulo “Los tres círculos del exilio”?
–Exilio porque cada lugar se convierte en pérdida. No se puede retener lo que se desea sino como material poético. Kavafis lo dice en unos versos eróticos: recordar lo que se ha vivido carnalmente. El amor prohibido o ilícito es, pasado el tiempo, un verso. Esta actitud frente a la fragilidad del amor y el deseo me produce gran impacto. Hace veinte años hice una puesta en escena bastante increíble, por la combinación de cosas muy diferentes, de La bestia en la jungla, de Henry James. Era una historia fabulosa sobre la búsqueda de conocimiento, la fragilidad de la vida y el duelo. Es la fábula del hombre que espera algo excepcional en su vida y pide a una mujer que lo acompañe en ese camino. Ella enferma y muere. El hace un viaje y al regresar va al cementerio. Ve entonces a alguien llorando frente a otra tumba, y en ese momento descubre que el hecho excepcional era la pérdida de la mujer. Cree ver entonces a una bestia que se le acerca y en un movimiento brusco por zafar cae sobre la tumba. Este trabajo me marcó, Kavafis... también, y espero que me ocurra lo mismo con la versión que estoy preparando de Muerte en Venecia para el Colón.
–¿O sea que el mundo de Kavafis seguirá influyendo?
–Durante los diecisiete años en que no volví a la Argentina, tomé como patria de adopción a Grecia. Viajaba todos los años desde Francia. Era, extrañamente, como volver acá. Siendo tan diferentes, Atenas me parecía Buenos Aires. Esa impresión me produjo vértigo. Aprendí a hablar griego, a descubrir la poesía que flota entre la Antigüedad y el presente, y a encontrarla en personajes de la vida diaria. Imaginé que lo mío era una alucinación producida por el desarraigo. Leí a Kavafis muy intensamente en ese período: creí hallar sus puntos de fuga, saber de sus misterios, reconocer la entidad épica de sus textos. Me di cuenta de que no era una elección cultural y que todo era sensaciones.
–En ese contexto, ¿Buenos Aires podría ser otra Itaca?
–Kavafis retrata con gran lucidez en su poema Itaca qué es un regreso. La vida misma debe ser una continua búsqueda del significado del viaje a Itaca, y en este sentido la ciudad que cada uno lleva en su cabeza es Itaca. En el espectáculo que ideamos los espacios son el café, desde donde el poeta ve el mundo y lo convierte en su fantasmagoría; la habitación en la que se encuentra solo y reflexiona sobre los deseos; y el espacio de la memoria, una mirada irónica sobre la historia y el desarraigo.

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