Vie 10.09.2004

ESPECTáCULOS  › ALBERTO SEGADO HABLA DE “EN CASA/EN KABUL”, DE TONY KUSHNER

“Esto es un espejo del presente”

“Los horrores contemporáneos tienen gobiernos y personalidades que los avalan, y eso es lo que denuncia esta obra”, dice el actor de una historia que transcurre en la bombardeada Kabul, símbolo de tiempos “de avasallamiento e hipocresía”.

› Por Hilda Cabrera

Todos los planos de la devastación individual y colectiva se cruzan en En casa/en Kabul (Homebody/Kabul), del estadounidense Tony Kushner (el mismo de la celebrada Angeles en América), que se presenta de miércoles a domingo en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, dirigida por Carlos Gandolfo. El autor se ocupa aquí de los daños que producen las políticas de “pensamiento único” y de las complicidades de los poderosos acostumbrados a desplegar un cinismo “de alcance mundial”, como apunta en la entrevista con Página/12 Alberto Segado. El actor compone aquí a Milton Ceiling, un inglés especialista en computación, cuya mujer, también inglesa y “señora de su casa” (de ahí el título de Homebody...), viaja sin aviso previo de Londres a Kabul, donde desaparecerá en circunstancias no totalmente aclaradas. Un médico afgano dirá después que fue brutalmente asesinada.
En esta historia, Ceiling es ya un esposo alejado de su mujer, e incluso de la hija de ambos, Priscilla, quien había intentado suicidarse al parecer tras un desengaño amoroso. La joven muestra cierta dureza de carácter. Según una descripción de Milton, “partículas de polvo y rayos de luces la cubrían de la cabeza a los pies, y como la mayoría de las princesas de los cuentos de hadas es asombrosamente cruel”. Priscilla es, sin embargo, quien presiona a su padre para que se trasladen juntos a una Kabul bombardeada, donde, supone, encontrará a su madre viva. “Cuando llegan, Milton recibe el primer cachetazo de una realidad atroz. Su primera reacción es buscar refugio en el hotel y evadirse anímicamente consumiendo alcohol y opio”, resume Segado.
La necesidad de evasión es uno de los varios rasgos conflictivos que asoman en la familia Ceiling y que el autor pone de relieve en En casa/en Kabul, cuya acción transcurre en Inglaterra y Afganistán, “antes y después del bombardeo estadounidense a los supuestos campos de entrenamiento de terroristas en la afgana Khost”, en agosto de 1998. En cuanto al desapego de la realidad, también éste es un “deporte” de la señora inglesa: al iniciarse la obra se la ve en su cocina de Londres, leyendo una vieja guía de Kabul, como si evitara por medio de la lectura desconectarse de un presente aciago. Al igual que la bibliotecaria Malhala, ella cumplirá sin embargo un peligroso y raro periplo. Kushner juega así de modo singular, a través de viajes imaginarios o ciertos, con las “certezas” –que aquí adosa al “pensamiento único”, generado tanto en Occidente como en Oriente–; con las contradicciones y los prejuicios respecto del conocimiento científico. En opinión del personaje de Milton, por ejemplo, la ciencia es un lugar implacable: “Si uno no habla su lenguaje –sostiene el técnico– te escupe sin lástima”.
Protagonista de otra importante pieza que dirigió Carlos Gandolfo (la convocante Copenhague, de Michael Frayn, presentada también en el San Martín), Segado no se ve exigido aquí a hablar en dari ni pastún, como sí deben hacerlo quienes componen los personajes de origen afgano del elenco, integrado por Elena Tasisto (en el protagónico de “la homebody”), Laura Novoa (Priscilla), Claudio Tolcachir (un joven inglés de una ONG), Horacio Peña (poeta afgano y guía), Marta Lubos (bibliotecaria afgana), Ricardo Merkin (ministro talibán), Sergio Oviedo (médico afgano), Pablo Razuk (un afgano ex actor y vendedor de sombreros) y Roberto Trujillo (policía afgano de los talibán y guardia fronterizo). El entrenamiento lin-güístico en dari y pastún está a cargo de Emilia Shabman Yazdani. En esos pasajes se utiliza subtitulado electrónico.
–¿Cuál es la particularidad de esta pieza?
–Su estructura, que es muy compleja y cambiante. La obra se inicia con el largo monólogo de una mujer que se encuentra en la cocina de su casa de Londres. Después de esa secuencia, el montaje es casi cinematográfico. La acción se torna pendular: va del hotel en Kabul, donde se encierra Milton, a un escenario exterior de devastación en el que deambula Priscilla en busca de su madre.
–¿O sea un contrapunto entre el miedo y el deseo de recuperar un cuerpo?
–Ese contrapunto es constante. El monólogo de “la homebody” es también un ir y venir de un punto a otro. En realidad, su discurso es un diálogo con el público, puesto que le comenta a éste sus impresiones sobre una vieja guía de turismo en la que aparece Kabul (la guía es de 1965), le relata fragmentos de la historia de Afganistán, y mezclado con esto habla de su familia.
–Se refiere también a “las creencias mágicas”, a su poder, cuando se respeta su esencial fragilidad, cuando “no se las manosea”, según dice. Ese clima de magia surge en una secuencia en que imagina comprar sombreros en cantidad. ¿Es un símbolo semejante al de los zapatos que son amontonados después de una destrucción?
–La obra tiene infinidad de resonancias, y es por esa multiplicidad paradigma de un mundo, como el de hoy, de tierras arrasadas. La visión de mi personaje es la de un inglés muy estructurado que se ocupa sólo de su tarea como ingeniero en computación. Este hombre está al día en materia tecnológica, pero en lo personal ha perdido toda comunicación con los demás individuos. Interiormente está hecho pedazos.
–Esa destrucción interior y exterior aparecía también en otra obra de Kushner, Angeles en América...
–Allí se trataba una problemática que el teatro no tocaba, como el sida, aunque es cierto que Kushner iba en esa obra mucho más allá de la discriminación y de las ideologías. En casa... es un espejo del presente, en cuanto a las destrucciones que se practican hoy con el beneplácito de la comunidad internacional. Los horrores contemporáneos tienen gobiernos y personalidades que los avalan. Eso es lo que básicamente denuncia la obra. Como actor, siento que este material me permite mostrar que todavía existe gente que piensa y quiere combatir la inercia. Creo que vale la pena denunciar, desde el lugar que cada uno ocupa, el diario ejercicio del avasallamiento y de la hipocresía.

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