Sáb 18.09.2004

ESPECTáCULOS  › LOS HERMANOS ABALOS, MAÑANA CON LA EDICION DE PAGINA/12

Todos diferentes, todos necesarios

Eran cinco y se comparaban con los dedos de una mano. Universitarios, santiagueños y con swing, fueron capaces de fundar mucho de lo que, con la llegada del boom del folklore, sería patrimonio del género. La antología que presentará este diario reúne sus clásicos.

› Por Karina Micheletto

Corría el año 1938 y al folklore argentino todavía no había llegado el boom que lo popularizaría entre las capas medias, décadas después. Cinco hermanos santiagueños –Napoleón Benjamín (Machingo), Adolfo, Roberto Wilson, Víctor Manuel (Vitillo) y Marcelo Raúl (Machaco), “en orden de cigüeña”, como se presentaban ellos– comenzaban a escribir la historia de la formación que dejó su sello en el folklore argentino. Fue en ese año que Adolfo, el pianista, compuso la zamba Nostalgias santiagueñas, transformada en clásico del cancionero y en himno provincial. Ese fue el evento iniciático elegido por el grupo para poner fecha de nacimiento a una hermandad musical que se mantuvo durante más de cinco décadas. Página/12 presenta, con su edición de mañana, una antología que reúne algunos de los más recordados de sus temas –todos propios, excepto la zamba Viene clareando, de Atahualpa Yupanqui–, editada originalmente por el sello RCA Victor en su centésimo aniversario.
Además del mítico tema que marcó el nacimiento del grupo (aunque ya desde antes Los Abalos funcionaban como quinteto), el álbum incluye clásicos como Chacarera del rancho, Carnavalito quebradeño, Casas más, casas menos, La chacarera doble o El escondido o la zamba Agitando pañuelos, estos últimos retomados y reactualizados en el último tiempo, entre los más jóvenes, por el Dúo Coplanacu. Algunos son presentados en forma instrumental y otros cantados, como es la marca del grupo, a dos voces. Ese fue, precisamente, uno de los aportes importantes del conjunto al repertorio de tradición folklórica: el criterio integral con que gestaron su conjunto, vocal e instrumental a la vez. Más tarde aparecerían los grupos puramente vocales, con leve acompañamiento de guitarra y bombo, o los puramente instrumentales.
Otra marca sembrada por Los Hermanos Abalos fue la del camino del piano en el folklore, ese piano que dibuja la estructura rítmica en los bajos (algo que continuaron otros intérpretes) y que en el disco redescubre la belleza de temas como Viene clareando y Nostalgias santiagueñas, presentados en forma instrumental. Los Abalos solían afirmar que para hacer folklore hay que tocar muy bien jazz, y la influencia de todo el jazz que escucharon desde chicos aparece, sobre todo, en ese piano de Adolfo que, definitivamente, tiene swing.
Los temas de Los Abalos son, en rigor, bellos en su simpleza. Con algunos, como Nostalgias santiagueñas o la Chacarera del rancho, tantas veces repetidos en las circunstancias más diversas (desde guitarreadas hasta actos escolares) los cinco hermanos lograron la aspiración máxima de todo artista popular: que su voz se confunda con la voz de otros, que su obra deje de pertenecerles y pase a ser de todos, porque ya ni se sabe quién la hizo. En el disco que presenta Página/12, algunos de los temas fueron grabados en vivo en Achalay Huasi, la mítica peña del grupo en Buenos Aires. Allí, en el subsuelo de la confitería Versailles, en Santa Fe y Paraná, Los Abalos hacían verdadera docencia de “arte nativo”, tanto en la música como en la danza. Por entonces, el folklore no se había popularizado en Buenos Aires de la mano de la inmigración del interior y lo telúrico no era masivo sino más bien elitista. Los provincianos que lo cultivaban en peñas como El Cardón y Mi Rancho eran, como Los Abalos entonces, universitarios, de clase media acomodada. Los Abalos encabezaron la avanzada folklórica de los años cuarenta sobre Buenos Aires y su peña porteña fue una de las principales sedes de aquel movimiento. “Las primeras veces que tocamos en Buenos Aires la gente se preguntaba de qué norte veníamos. Si de Salta, Bolivia o Estados Unidos”, recordaban ellos, divertidos, y chicaneaban: “Todo empezó por Gardel. No nos gustó cómo cantaba un gato. Nos pareció que no llevaba ni el ritmo ni la melodía del verdadero gato, y pensamos que sería bueno hacerlo conocer a los porteños”. Pertenecientes a una familia acomodada de Santiago (su padre fue el primer odontólogo de la provincia), uno a uno Los Abalos fueron llegando a Buenos Aires para estudiar (no música, por supuesto). La historia que estaba escrita para ellos estaba muy lejos de aquella que comenzaron a cambiar Machingo y Adolfo, que había estudiado farmacia en Tucumán y vino a Buenos Aires para ser bioquímico. Una vez aquí, él y los hermanos armaron un grupo “por jugar, nomás”. De casualidad los vio tocar alguien de Radio El Mundo, y de ahí al contrato fue cuestión de poco tiempo. Después llamarían a sus dos hermanos menores y, finalmente (cuatro años más tarde), a Roberto, maestro de escuela. Después, mucho después, recorrerían el mundo varias veces, llegaría la fama y la conclusión en forma de humorada que se escucha en el disco, con la que nació el clásico tema: “¿Y qué tal esas Europas? ¿Y esas Nuevas Yores? Y, mirá, casas más, casas menos, igualito a mi Santiago”.
Los Abalos continuaron funcionando como grupo hasta la enfermedad de tres de sus integrantes (Roberto, Machaco y Machingo, postrados largo tiempo y ya fallecidos, este último hace poco). La posterior incursión como solista de Adolfo incluye una joya editada en 2000, El piano de Adolfo Abalos. “Los cinco hermanos Abalos somos una mano, el resultado de los cinco dedos, todos diferentes, todos necesarios”, solían decir. Cuando se les preguntaba cómo era posible que siguieran juntos después de tanto tiempo respondían siempre lo mismo: “Porque ninguno perdió su personalidad”. Y cuando agradecían a la vida por todos esos años juntos volvían a la dedicatoria de su Primer álbum para piano, danzas y canciones regionales argentinas, editado en 1952: “A nuestros padres, que nos enseñaron a querer las tradiciones santiagueñas. A Santiago del Estero, que nos enseñó a querer las tradiciones argentinas”.

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