ESPECTáCULOS
“Yo soy como un líder espiritual de los cubanos”
Así se define Fidel Castro en Looking for Fidel, el imperdible documental que presentó Oliver Stone en el Festival de San Sebastián. El cineasta dijo que la democracia en su país es “la ley de la jungla”.
› Por Horacio Bernades
Página/12
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Desde San Sebastián
“Pero este hombre está obsesionado con hacerme renunciar, chico”, bromea Fidel con la intérprete, refiriéndose a la reiterada sugerencia de Oliver Stone de que dé un paso al costado. Es uno de los momentos más festejados de Looking for Fidel, con el cual el director de JFK bate un record: el de filmar dos documentales sobre Castro en dos años. El anterior, de 2002, había sido Comandante, presentado en su momento en varios festivales internacionales y, curiosamente, nunca estrenado en Argentina, a pesar de que podría pronosticársele una trayectoria comercial más que interesante. Ahora que el Festival de San Sebastián acaba de poner en circulación este nuevo opus del dúo Stone & Castro, ¿será posible que a ningún distribuidor se le ocurra la brillante idea de estrenar las dos películas juntas?
La razón por la que Looking for Fidel es un documental imperdible es el propio Fidel, que pisando ya los 80 años se sigue probando como uno de los oradores más imbatibles que haya conocido el siglo XX (y el XXI también). La conjunción de dos motivos parece haber determinado a Oliver Stone a viajar por segunda vez a La Habana, dos años después de Comandante. Se le había criticado a Stone poner cámara y micrófono al servicio de la envolvente retórica fideliana. Sumado a eso, meses después del estreno sobrevinieron los fusilamientos de tres secuestradores de un avión de la línea aérea cubana.
Allí está entonces el realizador de Nixon, otra vez frente al hombre de barba, resuelto esta vez a no dejarle pasar una. Lo inquiere sobre la pena de muerte, el funcionamiento democrático de la Justicia cubana, la represión a los disidentes, la libertad de prensa, el eterno conflicto con los Estados Unidos y la falta de sucesión para el casi octogenario líder. No hay nada que hacerle: por más que de antemano todo parecería darle la razón, basta que el grandote de verde tome la palabra para que este Buscando a Fidel devenga fatalmente en Déjese seducir por Fidel. Con la barba cada vez más cenicienta, uñas demasiado largas y hasta unas motitas de caspa sobre el legendario uniforme (las cámaras de Stone se le echan casi encima), Castro argumenta, explica, rebate y chacotea, mientras parecería embrujar a su interlocutor. De hecho Stone en la conferencia de prensa brindada en esta ciudad, parece haber sintonizado con el discurso habitual de Castro: afirmó que su país “es un depredador que crece cada vez más y no tiene ninguna vergüenza en su política hacia Latinoamérica y el resto del mundo” y que la democracia en los EE.UU. “es cada vez más la ley de la jungla y no funciona como George W. Bush nos quiere hacer creer”. Y por último, respecto de un eventual conflicto bélico entre Cuba y su país, subrayó: “El pueblo cubano es muy fuerte y luchará duro si eso llegara a ocurrir, tanto como lo está haciendo ahora el pueblo de Irak”.
En la película, una y otra vez, Fidel carga todas las culpas sobre EE.UU. (“lo único que quieren es que los otros se rindan, y nosotros no lo haremos jamás”), explica las ejecuciones (o al menos lo intenta) en función de la “virtual situación de guerra” que atraviesa la isla, minimiza el volumen de la disidencia cubana (“son el 0,2 por ciento de la población”), califica a quienes quieren huir de Cuba de “marginales” y salta como un león cuando el entrevistador lo califica de “caudillo”. “Rechazo ese término”, lo frena. “Yo soy algo así como un líder espiritual de mis compatriotas”, sugiere, antes de asegurar, sin que se le mueva una arruga, que su poder es escaso dentro de Cuba. Cuando el interlocutor le menciona la existencia de un centenar de “presos de conciencia” (entre ellos escritores, periodistas y editores de medios), Fidel afirma: “Son mercenarios al servicio de la CIA”. El espectador ni tiene tiempo de sospechar de la generalización, que aparece en cámara uno de esos disidentes, asegurando que vive de una beca otorgada por cierta “Fundación Parkinson”. Monto de la beca: U$S 50.000 anuales. Mmmhhh...
Otros momentos memorables de Looking for Fidel son cuando Stone hace referencia a un estudio sobre represión en América latina producido por Amnesty Internacional (“Usted habla de Amnesty como si fuera el Espíritu Santo, pero el pueblo cubano no le cree a esa organización”, salta Fidel) y, sobre todo, cierta escena, en la que se le permite a Stone tener un largo intercambio con media docena de secuestradores de un avión (no se trata de los fusilados, sino de otro grupo). El realizador les pregunta cómo, cuándo y por qué, delante de abogados y fiscales. Pero además, en la sala de reuniones está presente el propio Fidel, que por supuesto no deja de intervenir, reconviniendo a los secuestradores como un padre amable. “La cadena perpetua me parece una exageración, yo me daría 30 años”, dice uno de ellos, y otro termina riéndose de un chiste de Fidel. “Poco más tarde, la mayoría de ellos fueron condenados a cadena perpetua”, dice un cartel sobreimpreso que cierra la escena.
Pero tal vez lo más increíble viene al final, cuando, frente al malecón de La Habana, Stone hace una última pregunta y Castro emprende su enésima argumentación maratónica. La cámara enfoca al realizador y se lo ve entre resignado y abatido, aunque se sabe que no es hombre de poco aguante ni baja autoestima. En ese momento, da la sensación de que si alguien le arrimara una ficha de afiliación al PC cubano, Oliver Stone firmaría con gusto.
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