Mar 12.10.2004

ESPECTáCULOS  › LA BERSUIT ENCENDIO LA FIESTA DEL DOMINGO EN FERRO

El día en que el rock se dio la mano con el discurso indigenista

El quinto día del Quilmes Rock tuvo rock con los Ratones, fiesta con Bersuit y Decadentes y arengas anti Día de la Raza.

› Por Cristian Vitale

Descontando algún festival de impronta hippie como el Farm Aid o ciertos circuitos under que sobreviven, ¿será hora de comprender que el rock, como movimiento sociocultural, ha perdido su (relativa) autonomía respecto del establishment?; ¿habrá sido una ilusión aquella de entenderlo –y utilizarlo– como una actitud de rebeldía frente al totalitarismo del mercado?, ¿será definitivamente legítimo concebirlo como una parte más de la industria cultural de masas, que no se pregunta ni se responde, sino que sólo es? Si alguna utilidad “extramusical” tiene el megafestival Quilmes Rock, con sus sponsors, sus salones vip, su farándula, sus promociones de celulares y tarjetas de crédito, es precisamente la de detonar este tipo de preguntas recurrentes y (cada vez menos) discutidas, al menos de 20 años para acá. En todo caso, éste sería su trasfondo ideológico que poco empaña, se sobreentiende, lo que los músicos puedan o no ofrecer en escena, más allá de legitimarlo con su presencia. Durante su quinta jornada, en efecto, el goce musical fue pleno y gratificante. Al margen de un grupo de fans bersuiteros al grito de “El Quilmes Rock se va a la puta que los parió” –ante la aprobación de un puñado de militantes de Venceremos–, la mayoría de los más 30 mil presentes disfrutó inmune a cuestiones doctrinarias. La actitud colectiva fue entregarse al goce de la música y, en todo caso, entregar aplausos a sus efectos discursivos, que es distinto.
Entre este tipo de efectos, entonces, el rescate emotivo estuvo dado por la arenga latinoamericanista y proindígena que La Mancha de Rolando y Bersuit Vergarabat –principio y fin de la grilla en el escenario principal– imprimieron a sus sets. El Negro Manuel, cantante de La Mancha, redundó en alegatos anti Día de la Raza, e incluso dedicó parte del breve show de canciones con olor a esquina suburbana a mencionar esa fecha como “el día de la masacre”. Con consignas del tipo “América latina Unida” o “Colón y Pizarro, asesinos”, el cuarteto de rock cancionero de Avellaneda se metió en el bolsillo a un público que no había ido a buscar necesariamente eso. Una zamba electrificada (Vagabundear) y algunos clásicos del contagioso acervo barrial de La Mancha (Calaveras, Siempre esperando y A vivir) mostraron a una banda con más futuro que pasado pese a sus 15 años de actividad.
Parecida intención devino del video proaborigen que abrió el show de Bersuit –con voz en off de Pergolini reivindicando a Tupac Amarú y repudiando a Benneton–, que pudo haber sido el nexo apropiado entre ambas. El Pelado Cordera invirtió buena parte del tiempo en apelar a la conciencia colectiva en términos de reivindicación mapuche-wichí-kolla. “Va nuestro reconocimiento a todas las comunidades que están a punto de extinguirse y que todavía tienen la sabiduría de la tierra”, dijo en clave concientizadora, y logró limitar el éxtasis de una muchedumbre agitada por la Murga de la limousine, El viejo de arriba y Espíritu de esta selva. Hubo altísimos momentos de emoción (Mi caramelo, Un pacto, El viento trae una copla) combinados con la mejor cosecha Bersuit (Tuyú, La Calavera o Negra murguera), para reconfirmar, por si hiciera falta, el mejor momento del grupo desde siempre, mezcla de argentinismo y desmesura, a veces pesimista, a veces no.
Pero el nexo entre La Mancha y Bersuit, que hubiese resultado el más adecuado en términos de coherencia discursiva, no pudo ser porque mediaron –con otros planes– Los Auténticos Decadentes y Los Ratones Paranoicos. Unos a caballo de esos temas que mantienen siempre agitada a la masa, más Gente que no. Y otros con su inoxidable repertorio stone en manos de Juanse, Sarcófago, Roy y Quintiero. Mucha hinchada ratona –con banderas, bengalas, flequillos y lenguas–, mística urbana y nocturna, y dos versiones para destacar: Sucia estrella e Isabel, con ¡Alejandro Lerner! en teclados. “Vivan el rock and roll, Argentina, el negro Hendrix y Los Rolling Stones”, lanzó Juanse, tribunero, después del ensordecedor “el que no salta es un inglés”, motivado por Para siempre Diego.
Los fierreros Lovorne y Palo Pandolfo brillaron a su turno en el escenario 1. Para menos gente, claro, y con propuestas casi en las antípodas, mantuvieron en vilo de principio a fin al inquieto público que en general toma los escenarios alternativos como un paseo. Luciano Napolitano ofreció un set impactante y enérgico a iguales dosis. Rock pesado del bueno y una demoledora versión veloz de Sucio y desprolijo, en honor a su padre Pappo, atentaron contra cierta calma de media tarde. Va un mérito también para Pandolfo, que refrendó sus pergaminos audaces con una heterodoxa versión del Hipercandombe de La Máquina de Hacer Pájaros y resucitó a Los Visitantes con Bi bap um dera.
Una rareza de dudoso gusto impidió pulir mejor el brillo: los puertorriqueños Circo. Cantante con saco, corbata y zapatillas verdes, guitarrista con cresta punk menos creíble que Menem y una música que suena a híbrido (mezcla de pop con funk) y sólo se salva por la poderosa voz del frontman, José Abreu, provocó más cantidad de gente que la prevista al escenario 2: allí, nadie se debe haber arrepentido. Pese a su origen reciente, a Don Adams le sobra actitud para ocupar un rol relevante en breve para los fieles del rock reviente, de cuero y pose callejera. Un cantante movedizo, seductor, con flequillo, pañuelo Jagger y remera de Pescado Rabioso, y un puñado de tumultuosos fans, que casi incendian el más garagero de los escenarios con una bengala, no resultaron un dato menor. Con potenciales himnos retro y pseudorrolingas (Italpark, Brooke McQueen) y letras sin rollos, los chicos piden y dan rock and roll. Más experimentado, Carca revalidó su estirpe de provocador: retornado de España, el ex Tía Newton salió del paso ante un público escaso pero fiel. Riffs repetitivos, voz grave y esos solos de guitarra que sólo Carca puede hacer (y entender) resultaron suficientes como para tener en cuenta que no todo pasa por el centro.

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