Lun 25.10.2004

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A JULIO RAFFO, DIRECTOR DEL FILM CASEROS, EN LA CARCEL, UN TESTIMONIO REVELADOR

“En esa cárcel había sadismo destructivo”

El realizador cuenta cómo reconstruyó la tétrica historia del penal que sirvió de campo de concentración “legal” para prisioneros políticos, apelando a la experiencia directa y a los testimonios de sobrevivientes.

› Por Mariano Blejman

Habría que retener esta fecha en la memoria: la cárcel de Caseros fue inaugurada el 23 de abril de 1979 por el oscuro ministro de Justicia Alberto Rodríguez Varela, del gobierno de Videla. Esa misma cárcel que hace tres años quieren tirar abajo con una implosión y tiene a los vecinos asustados por los efectos colaterales. El modelo de Caseros se inspiró en la mítica Alcatraz que 15 años antes fue cerrada en EE.UU. por “inhumana”, si es que alguna cárcel puede preciarse de ser humana. En 85 mil metros cuadrados cubiertos estuvieron –según registros– 1029 presos políticos desde el ’79 al ’85 que, como se sabe, habían sido detenidos antes de la dictadura, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, durante el gobierno de Isabelita. Un 60 por ciento de los presos políticos eran Montoneros y un 40 por ciento del ERP-PRT, aproximadamente.
“Se trata por primera vez el tema de los presos políticos de la dictadura. Porque los desaparecidos fueron bien retratados en el cine, el teatro, los libros, pero recién con Trelew (de Mariana Arruti) se toma a los detenidos políticos”, cuenta Julio Raffo, director de Caseros, en la cárcel, producida por el Centro de Estudios y Producción Audiovisual de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. El film funciona como prolegómeno de un acontecimiento donde todavía se discute sobre los efectos posibles de un bombazo hacia adentro de la ciudad. Pero su llegada a los cines puede convertir la implosión del penal en una explosión de memoria.
No deja de ser curioso que dos proyectos sobre presos políticos hayan visto la luz este año. Mientras Trelew habla de la fuga-masacre de la cárcel de Rawson en 1972 con loable precisión, Caseros... completa la historia de los presos políticos al meterse en la Unidad Penitenciaria Nº 1 del Servicio Penitenciario Federal en la dictadura. Al comienzo de este film que está en posproducción y se estrenará en los cines el 24 de marzo de 2005, el ministro Varela habla de “consolidación de dichos y garantías individuales” en la cárcel más macabra de este país, de 1360 celdas con 140 puertas centrales, donde pasaban 23 horas encerrados por día.
Las imágenes de la inauguración estaban en el Museo del Cine y reflejan en blanco y negro la legalización del terror. Caseros... muestra testimonios de presos que evocan el pasado recorriendo celdas, pasillos, el locutorio, la enfermería, el patio, la capilla. Así hablan de la vida cotidiana, los interrogatorios, la comunicación clandestina, los castigos, las requisas, el papel de la Iglesia represora y los curas presos. Caseros fue para algunos entrevistados, en el aspecto político, un campo de concentración legal, un modelo para atormentar a los presos que no se podía hacer “desaparecer” porque estaban blanqueados. Dan testimonio Carlos Kunkel, Hernán Invernizzi, Manuel Gaggero, Marcelo Vesentini, Julio Mogordoy, Pedro Avalos, Alberto Pizzinini, Hugo Soriani, Ernesto Villanueva, Juan Carlos Dante Gullo, Alberto Piccinini, Valentín Mastrángelo y Martín Jaime, entre otros.
Esos primeros cortes muestra el director a este diario. La idea surgió una noche que un ex preso contó a Raffo historias de aquellos fríos días de invierno del país de los ’70. “Al otro día me enteré de que querían demoler Caseros y quise preservar los testimonios dentro de la cárcel”, cuenta Raffo. Llamó a Patricia Bullrich, entonces ministro de Trabajo de De la Rúa. Se habían conocido en el exilio en Brasil. “Bullrich me recomendó que me apurara porque estaban por sacar las rejas”, recuerda. Así, corrió con un grupo del laboratorio de Medios de la Universidad de Lomas de Zamora, de la cual había sido rector antes de la dictadura. El director estuvo fuera desde junio del ’76, hasta diciembre del ‘83. “Me nombró Taiana y me echó Isabelita”, recuerda.
Se tomaron seis horas de testimonios y unas 12 horas de inserts. Después se hicieron algunas entrevistas fuera de la cárcel. “Armamos el rodaje de un miércoles para un sábado, y en dos fines de semana pudimos grabar en el penal”, cuenta Raffo. En 2003 se hicieron las últimas tomas del barrio, para mostrar el contexto. “Al entrar a Caseros sentí la misma angustia que en la ESMA. Me generó mucha ansiedad y soñé con los entrevistados. Estoy satisfecho, pero también sobresaltado”, cuenta Raffo.
Caseros fue una cárcel de máxima seguridad inaugurada en la dictadura para los supuestos “encausados”. Dos de sus pisos fueron utilizados para aislar a los presos políticos detenidos antes del golpe. Se decía que las cárceles de Lanusse eran una especie de escuelas de formación de revolucionarios. “Pero ni existe comparación con lo que sucedería en la dictadura”, explica Raffo. Con Cámpora en el poder, las cárceles se vaciaron de presos políticos, pero sólo por un año: desde 1974 las cárceles volverían a llenarse de presos políticos. Después, la mayoría terminaría en Caseros.
Otra parte de los que arribaron en 1979 (muchos estarían tras las rejas hasta el primer año del gobierno de Alfonsín) fue cuando se demolió la cárcel de Las Heras. La parte vieja de Caseros estaba destinada a militares, policiales y gendarmes. La parte nueva tenía, empero, una vocación enloquecedora que llevó a dos presos al suicidio: Jorge Toledo y Eduardo Schiavone. “No había noticieros ni reglas: era un sadismo destructivo”, cuenta Raffo. Con Augusto Conte hasta el ’85, Raffo visitó a los presos políticos que habían quedado en cárcel por ser procesados bajo tribunales militares. También estaba Graciela Fernández Meijide por la APDH y el actual juez de la Corte Eugenio Zaffaroni.
A casi tres décadas, los ex presos viven aquella época como un pasado intenso, lejano y superado. “La mayoría no se quebró ni tiene resentimiento”, cuenta Raffo. Muchos volvieron por primera vez a la cárcel con Caseros.... Se habían convertido en taxistas, periodistas, diputados. Pero quedan las secuelas de haber pasado 8 años tras los barrotes, mientras Argentina convivía con el horror cotidiano. Sobre el final, la mayoría de los entrevistados fueron invitados a decir quiénes eran. “Casi todos dieron su identidad política”, subraya Raffo, quien trae a colación una frase del film mexicano Amores perros: “Somos lo que hemos perdido”.

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