Dom 07.11.2004

ESPECTáCULOS  › LA PRIMERA FECHA DEL PERSONAL FEST, EN EL CLUB CIUDAD DE BUENOS AIRES

Contra el frío, un aquelarre eléctrico

PJ Harvey, The Mars Volta y Primal Scream pusieron brillo y furia en la noche. Pet Shop Boys aportó el tecno más refinado.

› Por Esteban Pintos

El extraordinario cartel internacional de la primera jornada del Personal Fest cumplió con todas las expectativas. Artistas que llegaban por primera vez a Buenos Aires como PJ Harvey, The Mars Volta y Bebel Gilberto. Otros que volvían después de haber dejado buenas impresiones (Pet Shop Boys, Primal Scream). En estos cinco nombres confluían la mayoría de los deseos de unas 20.000 personas, bastantes de ellas de neto corte ABC 1 portando teléfonos celulares con los que se comunicaban entre sí. Un detalle: en el reciente y multitudinario festival del rock nacional y popular en boga el sponsor era una marca de cerveza, pero la venta de cerveza no estaba autorizada. Aquí, en el evento repleto de nombres con más prestigio que masividad, auspiciado por una compañía telefónica, se podían adquirir tarjetas para créditos de llamada.
La dinámica propia de este tipo de festivales, cuyo formato ya está incorporado por las distintas organizaciones (rivales) locales, con sus distintos escenarios provoca gran circulación de gente, a veces sin rumbo, en otras con destino cierto y en masa y sonidos entrecruzados. Por caso, caminar del escenario principal al secundario conducía a bordear el espacio cubierto bautizado “nightfly” que acompañó el paso con una batería house en sus distintos estados. Ya ubicados en ambos escenarios, se notaban carencias de sonido –bastante bajo en el secundario y para todos los artistas, sin excepción– que se potenciaban por momentos con el viento frío de la noche del viernes a orillas del río. No es un detalle menor: de haber ocurrido este festival sólo tres o cuatro días antes, hubiera tenido otro color simplemente por la temperatura. Así Bebel Gilberto y su delicada lectura electrónica de la bossa nova hubiera tenido un marco más adecuado. Porque su ajustadísimo espectáculo de poco menos de una hora, con algunas canciones etéreas y bellas, debió enfrentar el frío de un gran escenario en un festival multioferta, y el raro frío de noviembre en Buenos Aires. Un rato más tarde, en el mismo lugar, Pet Shop Boys llenó de neón la noche, con su tecno inteligente pero con el suficiente instinto pop como para haber fabricado hits durante veinte años. Para casi todos los presentes que debutaban con estos dos curiosos personajes (su anterior show había sucedido hace mucho en un ámbito más pequeño, el Opera), la situación fue mejorando a medidaque fue apareciendo aquello que habían ido a buscar: esas canciones infalibles que, en buena medida, mantuvieron al dúo lejos de la ola inteligente de la electrónica que les siguió desde su aparición hace ya veinte años.
En otra zona del predio, ya había ocurrido el huracán sonoro de The Mars Volta y entraba en fase final el áspero set de PJ Harvey, dos de los grandes momentos de la noche. Primero fueron estos texanos de sangre latina, con el fenomenal guitarrista Omar Rodríguez-López y el sorprendente vocalista Cedric Zabala, flaquísimos y portando una imagen de rockers a prueba de balas. Ellos dos ya fueron parte de otra banda capaz de tirar abajo una pared, At the Drive-In, disuelta justo cuando estaban despegando al estrellato. Zabala y Rodríguez-López se bajaron de aquella banda y terminaron de moldear esta superbanda. Un compendio de rock culto y visceral, donde –a riesgo de caer en el lugar común de la comparación– confluyen enseñanzas sonoras de Led Zeppelin, Santana, Miles Davis, King Crimson y Jane’s Addiction. Fueron seis canciones nomás, con el brillo agregado de John Frusciante (guitarrista de Red Hot Chili Peppers) en una de ellas, pero bastó para shockear al público que apenas agitaba sus cabezas frente a esta de rock progresivo pero ejecutado después de todo (el punk, el hardcore, lo que sea). Tremendo show de Mars Volta, para entender qué hay que decir si se quiere hablar de rock en el siglo XXI.
Después de semejante derrumbe, el cuerpo flaco y pequeño de Polly Jean Harvey se apoderó del tablado con una notable banda móvil (sus integrantes rotaban de instrumentos, en un interesante juego de sonido y estilos) que por momentos se permitía dos baterías al mismo tiempo o tres guitarras eléctricas sonando en simultáneo, elevando la potencia de esas filosas canciones que esta mujer escribe desde comienzos de los ‘90. Una de ellas, de su disco Uh Huh Her, que se llama Who the fuck ,puede ayudar a entender de qué se trata. Rock de vestido y rouge, pero con una actitud única, extraña pero seductora. Así es ella en escena, aun pequeña frente a su guitarra y mucho más frente a sus músicos. Lo suyo también fue puro shock, guitarras eléctricas a todo volumen y una voz femenina capaz de todos los dramas. Una flor dentada. Cuando, por ejemplo, Polly Jean dio rienda suelta a su libido y cantó desde bien adentro los versos de Meet Ze Monsta, resultó fácil entender qué es lo bueno que tiene y brinda. La ovación que acompañó los últimos acordes del show saludó el acontecimiento que representó su debut.
Pero faltaba más: Primal Scream y su cyberpunk rock de discoteca. Una combinación fatal: una banda de rock and roll dando rienda suelta a las máquinas para obtener un tipo de sonido envolvente y zumbón, a veces extremo, en otro más calmo, sostenido en un poderoso tridente de guitarras eléctricas, con el gran Kevin Shields ubicado en un extremo del escenario como líder. Canciones como Burning wheel, Autobahn 66 y Kowalski, saturadas de efectos y a marcha de discoteca, elevaron la temperatura de un show que también tuvo espacio para jugar al rock sureño en Medication o Rocks off (dedicada a Diego Maradona por el cantante escocés Bobby Gillespie), donde también dieron rienda suelta a su maquinaria sonora. El remate, citando a MC5 con Kick out the jams a toda velocidad y volumen, concluyó una actuación otra vez (como aquellas dos noches en Museum) sorprendente. Buena parte de lo sucedido en el club Ciudad de Buenos Aires cobró ese sentido: un tipo de rock actual y vivo, que circula por una ruta paralela y menos transitada, al lado (pero separada) de la pasarela central, transitada con las últimas estrellitas de turno y las bandas convertidas en SA.

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