ESPECTáCULOS
› MAS DE CINCUENTA MIL PERSONAS EN UNA NUEVA EDICION DE CREAMFIELDS
Flashes de una noche interminable
Pese a la lluvia, la multitud celebró la presencia de prestigiosos dj’s y agrupaciones argentinas y extranjeras pero, ante todo, pareció disfrutar del “estar ahí”, en la gran fiesta de la electrónica.
Por Yumber Vera Rojas
Dios salve al beat. Interpretando el Evangelio según Faithless, si Dios es un DJ, la Costanera Sur se convirtió entonces en la diócesis del dance en la Argentina la noche del sábado. Creamfields 2004 absolvió a los feligreses de todo mal ofreciendo un jolgorio constituido por una bienaventurada congregación de disc-jockeys y agrupaciones representantes de distintas latitudes y de géneros no tan disímiles. Más allá de que el cartel no tuviera la consistencia de las versiones anteriores e incluso las estrellas bordearan el limbo de la decepción y la insipidez, parte del line up remarcado con letras chicas causó el regocijo y la sorpresa de los pisteros que se desentendieron del escenario principal –también llamado Main Stage– y se agolparon en las carpas. Justamente en ellas se produjo una fiesta maravillosa –que contrapunteaba entre la Arena 1 y la Arena 2– donde el público se convirtió en la diva de la noche. Pese a la lluvia, las cincuenta mil personas que acudieron a esta ceremonia anual palpitaron excitadas ante tanta propuesta. Y es que la muchedumbre argentina, comprobado, está en el top cinco dentro de la electrónica global.
Son las once de la noche, y la avenida España ya vive los estragos de la lluvia. Los policías aduaneros tratan de controlar el caos del tránsito. Entre un importante casino que se hospeda en esos predios –que también vive el desorden– y el acceso principal hay alrededor de media hora de trayecto. Eso si los puestos de choripán o el copetín del primer semi bar a cancha abierta que aparezca en el camino no llama para calmar el hambre o estimular los sentidos. Sólo las luces del otro lado de la ribera del Río de la Plata, las que iluminan Puerto Madero a lo lejos, sirven de guía hasta llegar a la entrada. Mientras la multitud trata de ubicar por dónde se ingresa, los revendedores deambulan por el lugar. Osados, algunos ofrecen boletos hasta por 250 pesos y se molestan si los regatean. Una pareja logra comprar un par en 200 y, ante la inseguridad de que sean truchas, le piden al vendedor que los acompañe. Este sólo puede acceder hasta la primera parte, donde les cortan las entradas de cartulina. Preguntan si es falsa, y el improvisado taquillero no lo sabe. Ahora están a su suerte. En el segundo y definitivo peaje deben introducir una tarjeta por una máquina. Alguien grita: “Che, boludo, esto parece el subte”. La luz verde les da la bienvenida. Ambos saborearán el placer del baile y del “yo estuve ahí” hasta las siete de la mañana.
Respecto del año pasado, cuando las increíbles colas causaron la furia de más de uno, el acceso a la flamante sede –en lo que alguna vez fue la Ciudad Deportiva de Boca– estuvo dinámico. Entre la confusión del olor a barro, hamburguesa y porro, Creamfields 2004 le daba la bienvenida a la masa. Tras pasar las carpas chicas de información, marketing y merchandising, en el fondo las estrellas centrales del espectáculo, Groove Armada, tocaban en el escenario principal –luego de los vivificantes sets de Catupecu Machu y la Zuker XP–. Se perdía a la distancia el grupo a causa de la aglomeración. Banderas, una sombrilla de Seven-Up que alguien se robó, remeras al aire y la alegría total se conjugaron en el live act de los ingleses, especialmente con el himno Superstylin’. No obstante, su espectáculo fue inconsistente –no se presentaron los frontman, sino el crew de la agrupación–. Eso mucho no le importó al público. La irradiación fue la misma. Y es que el aplauso se lo merece éste pues le hizo el aguante, contra la lluvia y el ocasional frío, no sólo a la banda británica sino a la insulsa incursión del casi local Paul Oakenfold y de los previsibles Deep Dish, que fueron de menos a más.
El mapa con los horarios de los artistas y las ubicaciones de la decena de carpas podía convertirse en un acertijo. Después del ensayo y error, el folleto comenzaba a tener sentido. De cinco a diez minutos de caminata distanciaban a los escenarios entre sí. En el intermedio de Groove Armaday Oakenfold, la gente vagaba en las carpas y en algunas de ellas, en los VIP, se dejaba exhibir el star system televisivo –Marley por ejemplo–. El inicio de la madrugada advertía el advenimiento de las deidades de las bandejas. En la Arena 1: los cancheros y hiteros, la Arena 2: los ultrabeateros, la Alternativas Beats Arena: la que cobijaba hip hop, mash up, electrorock y demás menjunjes, la Metrodance Lounge: las más crossover, la Cream Arena: la progressive y la Energizer Stage: que osciló entre el indietronic, el funk y el hip hop. Los picos de concurrencia se fueron alternando en parte por el cartel y otro tanto por la intermitente lluvia. En los escenarios opcionales al Main Stage, los puntos más altos estuvieron en la transición de Erick Morillo y Darren Emerson en la Arena 1, The Glimmer Twins en la Metrodance Lounge, en Jeff Mills en la Arena 2 y Hernán Cattaneo en la Cream Arena. Los himnos pasaron de mano en mano, y la banda de sonido quedó enmarcada en Seven Nation Army de The Whites Stripes, Smell Like Teen Spirit de Nirvana, Born Slippy de Underworld, Blue Monday de New Order y Beautiful Day de U2.
Pasadas las cuatro de la mañana se acercaba el último set de las carpas. Aunque el éxodo se hizo presente, los sobrevivientes definían con cuál DJ darían “el último baile de la Creamfields”. A las cinco, y mientras la mañana porteña vaticinaba que el temporal lluvioso no había terminado, lo que quedaba de masa empezaba a sufrir las consecuencias de la resaca o del cansancio. Quienes bailaron en una misma carpa ya comenzaban a reconocerse. Y es que la luz causa un efecto medio de alucinación y medio de deslumbramiento en los crepusculares. A las seis comenzó el arreo hacia Paseo Colón. En medio de las latas de bebida energizante, de cerveza y agua, el barro envolvía el ruedo de los jeans y tapizaba las zapatillas. Había que evadir a los que no pudieron más y quedaron tirados en el campo de batalla. Mientras las hordas se aglomeraban bajo un aspecto ruin en las paradas de los colectivos, Cattaneo todavía sonaba en el fondo.
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