ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A SKAY BEILINSON, UN EX REDONDITOS
DE RICOTA QUE SUPO ENCONTRAR SU PROPIO TALISMAN
“Subir al escenario es entrar en tierras extrañas”
Su segundo disco lo encuentra afirmado en un terreno que conoce a la perfección, en el que su sello artístico da un plus diferente. Así, el viaje de Skay resulta contagioso.
Por Fernando D’Addario y Eduardo Fabregat
El término viaje suele tener toda una serie de agregados conceptuales, que pueden ir del periplo de descubrimiento típico de los años jóvenes a la asociación con alguna droga expansora de la conciencia. Pero el viaje, sobre todo, implica movimiento, no quedarse quieto: entender que todo plan necesita una energía para no quedar en los papeles, y una cierta amplitud de espíritu para que los deseos y objetivos se puedan ir moldeando de acuerdo con lo que el viaje propone. El término forma parte del vocabulario habitual de Skay Beilinson, y no es casual ni caprichoso. Durante la extensa charla, el guitarrista que le dio a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota un sello inimitable y personalísimo –tanto como para impregnar A través del mar de los sargazos y el flamante Talismán, sin que eso signifique reiteraciones o clones– apela al viaje como forma de explicar su vida, sus pasiones y su manera de moverse en el tiempo y la geografía que le tocó en suerte. En el viaje de Skay –y Poly, su inseparable compañera de ruta– caben entonces los devaneos de La Plata sesentista y sus recorridas por el mundo, el particular camino de los Redondos de lo subterráneo a la masividad y el viraje que lo llevó a tomar la voz cantante y envasar sus canciones con una banda cada vez más sólida (Daniel Colombres en batería, Claudio Quartero en bajo, Oscar Reyna en guitarra y Javier Lecumberry en teclados). Esta noche y mañana, Skay seguirá el rodaje en la convulsionada Rosario (en Willie Dixon, Suipacha y Güemes). Pero siempre vale la pena repasar con él un viaje en el que nunca es recomendable pensar en fronteras.
–¿Cómo fue hacer este disco?
–Lo primero que noto es que empieza a haber un sonido ya de banda: en el primero estaba todavía tanteando. Me parece que es una muy buena banda, que gana en sonido crudo. No hay programaciones y es todo tracción a sangre: la intervención de otro guitarrista le da un tinte interesante.
–Usted trabajó tanto con otro guitarrista como teniendo que llevar solo el peso. Es un trabajo bien diferente, ¿no?
–En el estudio me doy la libertad de grabar cinco, diez guitarras, volver a grabar... lo más interesante es cuando hacemos el traslado al vivo. Ahí empieza a tomar más injerencia la banda, hay muchos temas que reversionamos y aparecen los criterios de los otros músicos.
–También se lo nota con mayor naturalidad para cantar.
–Me siento más seguro. Para mí el problema era cómo cantar, descubrir una manera. Con la voz pasa una cosa muy curiosa: hay un punto en que la voz la largás para fuera o se va para adentro. Es casi un proceso mental, tiene que ver un poco con las inseguridades, los miedos.
–Al largarse como solista, ¿en algún momento se planteó poner la voz en otra persona?
–Primero, nunca pensé en “convertirme” en solista, fue algo que fue pasando. Esta es una nueva banda. Quizá los roles protagónicos me toquen a mí, pero estoy acostumbrado a trabajar en equipo. Cuando estaba haciendo los temas pensé en llamar a alguien para que me ayudara en las letras o cantara, pero después empezaron a aparecer las melodías, empecé a cantar y no estaba tan lejos de lo que quería hacer. Siempre que compuse tenía una melodía que iba a ir cantada. Cuando trabajábamos con el Indio nos dábamos espacios de libertad para que el otro completara con su impronta. Siempre supimos que ese viaje era componer juntos.
–¿Es de componer mucho, que salgan muchas cosas que después va puliendo, o de obsesionarse con una canción? ¿Cómo se acerca a eso de bajar una canción, algo en principio amorfo?
–Es curioso, porque empieza como una especie de ruido en la cabeza. Y agarro la guitarra, empiezo a tirar notas y empieza a resonar algo. Empieza a aparecer una melodía, una idea, una sucesión de acordes, un ritmo, me doy cuenta de que se va a convertir en canción porque me obsesiona, no me abandona durante días. Ahí empieza el proceso de darle forma, de empezar a ver un desarrollo, un final, cambiarlo de ritmo o tonalidad. Compongo todo el tiempo, tengo mucho ruido en la cabeza. La única manera de que se calme un poco el muñeco es empezar a tocar. Hay muchas que terminan siendo canciones y hay muchas que terminan siendo riffs, melodías que quedan en una especie de archivo. Es un proceso complicado porque hay mucho que descartar. Hay un momento en que la canción se hace sola, todas las ideas confluyen al mismo fin. Pero hay otro en que estás tan cargado de cosas que es una especie de monstruo. Y hay que desechar, limpiar, clarificar, y encontrar la esencia, que puede estar en un riff, una melodía, un sonido...
–Llama la atención las infinitas posibilidades que se abren a partir del universo formalmente limitado del rock...
–A mí me sigue sorprendiendo. La estructura del rock son tres acordes y un ritmo machacón, y se abre un abanico inmenso.
–Y se perdieron muchos prejuicios. En la prehistoria del rock duro tener un tecladista era cosa de maricones.
–También la gran novedad en el rock fue el sonido, y la cuestión tímbrica. Hoy se graba mucho mejor que en esa época. Permite armar un universo más sólido y ambicioso.
–Usted no se dejó seducir mucho por las máquinas y la electrónica.
–Es una tecnología que no manejo. Ni tengo computadora. Cada vez que necesito algo tengo que recurrir a alguien. Y como tiendo a trabajar solo, recurro a los procedimientos que más o menos manejo. No es que no me seduce porque sé que aporta, para grabar el Pro Tools es una herramienta muy útil. Algunos de oreja muy fina dicen que hay una diferencia de sonido. Pero como yo hago rock, sonidos que se deforman, electricidad, distorsión, no me preocupa.
–En Talismán las letras se reparten entre la primera y la tercera persona. ¿Le produce alguna incomodidad manejarse en alguno de esos terrenos?
–De última, uno siempre está hablando de sí mismo, o de lo que conoce. Quizás encontrar algún personaje que refleja una historia es más fácil que hablar de uno mismo. Por otro lado también lo que intento es no repetirme. Un disco en primera persona podría ser muy aburrido, y lo mismo al revés.
–Hay algunos rasgos de humor, en las letras y en el modo de interpretar. ¿Es una manera de desmitificar cierta solemnidad que hay en el rock?
–Totalmente, a veces da la sensación de que todo se pone muy solemne, entonces un poco de humor, o cambiar un poco la mirada, me hace más llevadero escribir canciones.
–Se vinculan mucho sus letras con las del Indio, pero si se escucha con atención no parece así. ¿Hay un preconcepto de “seguro que escribe como el Indio”?
–Si existe el vínculo, yo no me doy cuenta. Pero es mejor que lo diga otro, porque no soy objetivo. Laburamos muchísimos años juntos. Yo vi cómo se hacía una letra con el Indio. En algún lugar eso queda. Por otro lado, el Indio abarcó en su poesía de todo, casi no encontrás una palabra que no haya usado...
Poly: –Hay que apelar al universo de uno mismo. Eso es lo que nos hizo estar tanto tiempo juntos, la diferencia. Y sin embargo en algún lugar también somos similares. Vivimos las mismas épocas.
–Los Redondos hicieron un paréntesis y quienes intervinieron en ese viaje están ampliando y diversificando: Semiya en la plástica, el disco de Sergio Dawi, el suyo, lo que vendrá del Indio. Pero la gente canta “Solo te pido que se vuelvan a juntar”...
–Yo lo veo de esa manera, y lo celebro. Es una muy buena noticia que salga el disco del Indio, el de Sergio, que Enrique Symms haya escrito el libro que escribió, que Semiya haga su gráfica, eso enriquece. Eso confirma que los compañeros de viaje están vivos. Eramos caminantes por un camino y llegamos a una encrucijada en que cada uno empezó a tomar unsendero particular. Quizá los caminos nos vuelvan a unir. Mientras tanto, transitamos el propio.
–A medida que pasa el tiempo parece más difícil...
–Sí, pero los caminos son tan raros, cuando te querés dar cuenta hay un recodo y te encontrás con un personaje que dejaste de ver por años.
–Hay una notoria creación de personaje sobre el escenario. ¿Hay una sobreactuación, una especial ironía en la manera de cantar?
–Yo mismo los voy descubriendo. El personaje no es el mismo en dos recitales... Todo tiene dos caras. De la solemnidad a la ironía, hay un lugar en el que se puede jugar. Todo termina siendo como un disparador, para que a uno se le haga entretenido el viaje, y también para los demás, para despertar cosas que no sean de una sola mirada.
–Cualquiera podría pensar que al salir a tocar tenía al público ganado de antemano. ¿Qué cosas se fueron estableciendo con un público que empieza a ser cada vez más de Skay, no esperando a ver si sale el pelado?
–Subir a un escenario es entrar a tierras extrañas. Todo lo que viviste se reduce a nada. De los que vienen, no sé si es la primera vez o si vuelven después de treinta años. Hay de todo. Para mí es entrar en ese lugar que casi desconozco, ver si podemos entablar algún vínculo, que uno hace en el escenario lo que ellos van devolviendo desde abajo.
–¿Y qué le devuelven?
–En general participan del viaje, se van con una sonrisa. Por otro lado, el hecho de que desapareció el fantasma de la violencia que rondaba los recitales propicia que un recital sea un buen lugar.
–¿Desapareció porque sí?
–Creo que la sociedad cambió notablemente, no sé si son nuevas generaciones, o quizás encontraron los lugares donde manifestar el descontento, y esto es sólo un recital, que volvió a ser un lugar de reencuentro. Son curiosos estos festivales que se hicieron, diez años atrás era inconcebible.
–¿Esta banda suena mejor que los Redondos?
–Para mi gusto, mucho mejor. No quiero desmerecer a los músicos de los Redondos, cada uno tenía su propio estilo, pero éstos son músicos con mucha solvencia. Ganamos mucho en agilidad: cuando sacamos un tema, en veinte minutos está sonando bien. Antes nos requería mucho más trabajo.
–También está la cuestión de que tocar en lugares más contenidos ayuda a la solidez del sonido y el vínculo de los músicos en escena.
–Muchísimo. Cuanto más grande es un evento, menos está en manos del artista poder auspiciar de chamán, no estar dependiente de la tecnología, el iluminador, la pantalla, la seguridad, el sonido. Cuanto más chico es el lugar, si se rompe el equipo seguís tocando, cantás a capella, agarrás otra guitarra.
–Y los Redondos terminaron más como evento social que musical.
–Era un conglomerado de cosas. Era lo social, la significación, las letras. La gente se enganchaba por diferentes motivos. Son cosas que construyó la gente. Pero el lugar donde uno se siente más seguro es la música que quiere hacer, y exponerla de la manera en que haya menor contradicción con la vida de uno. Por eso Poly se encargaba de encontrar lugares fuera de la trituradora del rock, plantear los conciertos de una manera diferente. Todo eso termina convirtiéndose en la significación, que no siempre se trasluce y se ve de afuera. Hacia adentro es importante lo que hacés, con quién lo hacés, cuándo y por qué.
–El mito y la significación también hacen la historia de los Redondos. Es bastante pesado cargar con todo eso, ¿no?
–Ahora estamos más livianos. Cuando te sacás esa mochila te das cuenta de lo que pesaba.
Poly: –Es volver a vivir. Lo que pasa es que en el momento no te dabas cuenta, vivías eso y no deseabas otra cosa. Recién cuando ocurre te das cuenta... pero lo que más nos pesó fue el tema de la violencia.
–Es subir con la presión extra de pensar, además de lo musical, “que no pase nada, que no pase nada...” Y llega un momento que ya no depende de vos. Tomamos todos los recaudos. Poly es una maniática en ese sentido, ve un alambre tirado en el piso y lo saca. Pero hay cosas que se escapan.
–Hace un rato decía que hubo grandes cambios sociales. ¿Cómo ve este momento del país?
–Yo soy muy escéptico, descreo de todo. Hay pequeños indicadores de que la cosa mejora en algún aspecto, pero desgraciadamente siempre hay alguna noticia que me lo tira abajo. Me cuesta mucho esperanzarme. Tengo mis arranques de optimismo, pero rápidamente algo me demuestra que estaba imaginando. Creo que todo tiende a colapsar. La ecuación está disparada: es inevitable que venga un colapso económico, ecológico, de la marginación, que no tiene reparación. No sólo la Argentina, es el mundo. Los presidentes son figuritas.
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