ESPECTáCULOS
› UNA SORPRESA EN EL CIERRE DEL ENCUENTRO TEATRAL TINTAS FRESCAS
Escenas de una relación conflictiva
En la obra Incrustations, el director y actor Alfredo Arias delegó sus personajes en Jorge Luz, que se lució con M. Marini.
› Por Hilda Cabrera
En Incrustations, uno de los tres espectáculos que el domingo cerró el encuentro teatral Tintas Frescas de obras francesas y latinoamericanas (los otros fueron El diván y L’Inquiétude), la historia de la relación entre una madre y su hijo no se ahoga en emociones. Por el contrario, la crueldad va madurando a medida que avanza el diálogo que sostienen una y otro a propósito de sí mismos y de la mujer del hijo. El espectáculo se anuda a través de escenas (Encuentro, Sospechas, Confidencias, Arenas frías...) actuadas y narradas a la manera del teatro radiofónico. Se ve a un personaje contar qué sucede, en tanto otro se comporta como director y ayudante de escena. La puesta de este escrito de la novelista y ensayista francesa Chantal Thomas venía anunciada con interpretaciones de Marilú Marini y Alfredo Arias (actor y director). Pero hubo sorpresa: Arias delegó sus personajes en Jorge Luz. Esa elección –en este estreno mundial, concretado el viernes en la Sala Casacuberta del TSM– fue percibida como un acto de admiración y reconocimiento. Capaz de desempeñarse con originalidad en dramas, comedias, musicales y revista, Luz se lució junto a Marini en este montaje donde todo está a la vista del público. Este es testigo de las indicaciones dadas para el cambio de luces (el diseño es de Gonzalo Córdova) y de vestuario (creado por Pablo Ramírez). El perchero colocado a un lado del escenario es ejemplo de esto. La autora no alienta personajes moralmente íntegros. Madre e hijo son torpes y siniestros, y verosímiles en sus disparates. En esta muestra, la obra representó a Francia, pero se ofreció en castellano, con traducción de Marini y Gonzalo Demaría. La actriz cubrió los papeles de la madre y de una nuera que busca trascender con una tesis: La mujer en Gide, título que se tergiversa por La mujer en jean. Arias se mantuvo en su papel de director y Luz cumplió su parte sin necesidad de “poner cara de drama” cuando las circunstancias que se narraban no eran precisamente cómicas. Pertenece a esa clase de actores que convierten la travesura escénica en condición teatral, y así se lo vio junto a Marini en el papel del hijo subsumido por la madre dominadora. De todos modos, la discordia estalla en algún momento y el hijo reinventa frases cursis como “Querer a la madre es congénito”, y a su vez la madre retruca con otras semejantes o más atrevidas: “El amor es una herida y el mundo una infección”.
La aparición de Luz resultó una sorpresa y un acierto, aun cuando se esperaba al siempre creativo Arias. Desde las lejanas participaciones en el Teatro Caminito, que dirigió Cecilio Madanes, los trabajos escénicos de Luz tuvieron siempre buena llegada al público. Es un actor que “morcillea”, que se complace en “meter bocadillos” en diálogos y monólogos. En la función de estreno de Incrustations introdujo un ¡Glup¡ en el instante justo y ante el cual Marini no pudo contener la risa. Hubo aplausos de la platea, y el mismo Arias reapareció desde un sector oscuro del escenario batiendo palmas para dar tiempo a que Marini se controlara.
Las historias son, por su formato y contenido, “incrustaciones” que dejan huella. Las secuencias se incrustan entre sí, y la madre se incrusta en la casa del hijo, puesto que “lleva siete años de invitada” (en palabras de la nuera). No extraña que en esta relación madre-hijo el padre no exista. Los dos lo han olvidado. Desearían también quitarle entidad a la esposa y nuera. Lo cierto es que en este edipismo tampoco son felices: la madre se ha tragado un cactus escondido en una rosca de reyes, y el encargado de repartir las porciones fue su hijo. Escrito especialmente para Marini y Arias, el texto de Thomas fue leído en el Théâtre du Rond Point en diciembre de 2002. En el montaje realizado en la Sala Casacuberta, cada escena guarda un clima particular. De éstas, la que corresponde al Hotel de los Ausentes adquiere un tono metafísico. Allí, el diálogo se desarrolla entre la esposa del hijo dominado y un adusto conserje poco dispuesto a que los hospedados hagan preguntas.