Mié 01.12.2004

ESPECTáCULOS  › VUELVEN LAS ESPOSAS A LA FICCION ESTADOUNIDENSE

Las casadas toman el control

En la serie Desperate housewives y en el reality Trading spouses, la pantalla impone un nuevo modelo de chica americana: hogareña y conservadora. La ficción parece haberse cansado de las chicas liberadas.

› Por Julián Gorodischer

Se fueron las chicas solteras, hiperurbanas, que lloraban el despecho en el hombro del amigo o se paseaban con su último modelo por las calles de Manhattan en Sex and the city, Will and Grace o Friends. Eso era el pasado: cuando la ficción estadounidense hacía foco en la soltería, iluminaba las alcobas y se ocupaba de la intensa o escasa vida sexual de sus protagonistas. Las que llegan son casadas, en la flamante serie Desperate housewives (Amas de casa desesperadas, por Sony, los jueves a las 22) o en el nuevo reality show Trading spouses (Intercambio de esposas, por Fox, los lunes a las 21), allí donde desembarca el último fetiche de la ficción: la esposa. Ingresan los arquetipos de la hacendosa, la engañada o la mujer bajo amenaza para narrar en clave sarcástica la faena hogareña. Si la chica anterior era joven y con ínfulas, su reemplazante es un ama de casa con leves esperanzas de rebelión: hacer que el marido la ayude o pensar en engañarlo con otro (en Desperate...) o al menos escaparse a otro hogar por una semana, según dicta el reality.
La América blanca de George W. Bush recupera viejos temas: en Desperate housewives, las señoras (posibles sucesoras de Carrie & Co, de Sex and the city) tienen un aire arcaico, casi demodée, para contar la convivencia entre vecinas (ya no amigas) en la escena del “hogar, dulce, hogar”, la mesa familiar o en la velada de parejas: nuevos escenarios para la crisis marital, el engaño o hasta la muerte de una de ellas. Las casadas de Desperate... son preurbanas (no compran ni consumen) y prepsicoanalíticas: se avergüenzan de ir al “consejero matrimonial”. La ficción se cansó de sus liberadas y fue a buscar a la mamita con fantasías irresueltas, a la dejada que sufre, o a la casada que quiere aleccionar a su marido sobre la dificultad de la crianza. Las sobrevuela un leve ronroneo sarcástico, como un eco semifeminista que no se concreta, ese tonito tomado prestado de películas como Las mujeres perfectas (que se estrenó en 2004, con Nicole Kidman), donde la revuelta es, apenas, por la felicidad del ama de casa sin salirse de la casta.
Tampoco en el reality Trading spouses quedan rastros de la yuppie rebelada, ni de la arenga pro liberación sexual de Sex and the city. Aquí la esposa es intimada a cambiar de hogar por una semana para que su familia gane 50 mil dólares al final de la experiencia. ¡Todo sea por el futuro de los chicos! Mártir, esmerada, detallista con la limpieza, ella se cambia de casa para seguir limpiando. Intercambiables y maltratadas, las cuarentonas del reality aceptan su destino sólo por la plata y no mencionan qué sucede con su vida sexual. ¿También intiman con el nuevo esposo? No se sabe, no se dice: esposas sólo para la faena y la crianza o para administrar el presupuesto ajeno a su antojo, aceptando el último grito de la era reality: el quite de contexto. A la nueva generación del género fisgón le gusta separarlas de su hábitat (como también pasó con Paris Hilton, llevada a la granja en Simple life) y observarlas como a los robots de Las mujeres perfectas. Otra vez, la sucesora de Sex and the city abandona la causa fundamental: ya no defiende la individualidad, ni reniega de la vida “puertas adentro”.
La esposa modelo 04, en la ficción, es prepolítica: en la serie o en el reality sólo concibe un mundo que empieza y termina en la casa, sin relaciones de amistad, recuperando el anacrónico vínculo de vecindad por encima de todos. Las esposas de Desperate... tienen preocupaciones de los ’50: aparentar una familia feliz, acostarse con el profesor de tenis, encubrir la terapia de pareja o presentar un candidato en sociedad (el plomero) antes de la primera cita. En esas calles suburbanas que recuerdan a la película Lejos del paraíso, sin que se vean negocios, shoppings, autos, este universo (el último hit de la ficción de EE.UU.) se corre del infierno de la ciudad amenazada, se aparta de la Nueva York que cautivó en los ’90. Las nuevas dicen: ya no necesitamos glamour.
La esposa 04 industrializa su condición, se vuelve apta para todo servicio, entabla vínculos inmediatos, dispuesta a abandonar su nido original sólo por dinero, despojada de sentimentalidad. Esposas cibernéticas aptas para consumo humano, sin recuerdos de afectividad, dedicadas a pasar la aspiradora o a hacerse amigas de la suegra. Ya no se ven edificios de departamentos, ascensores, oficinas ni calles con tránsito: en este mundito vuelven los techos a dos aguas, los zaguanes con hamacas, los sillones para ver el atardecer y los esposos que llegan a las siete de trabajar. Menos combativas que sus precursoras, las esposas hacen chistes sobre la ineptitud del macho, eso sí, y hasta se animan a un amague de infidelidad (en la serie, no en el reality) pero suena más parecido al cotilleo en la peluquería que a una batalla entre los sexos.

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