ESPECTáCULOS
› A LOS 79 AÑOS, MURIO AYER MARIA ROSA GALLO
En presencia de una actriz
En sus sesenta años de trayectoria supo imponer una personalidad notable, que comprometió su físico hasta el fin.
› Por Hilda Cabrera
“No sé si podré volver a hacer Hécuba o Bernarda. No sé si mi corazón lo resistirá.” Estas palabras de la actriz María Rosa Gallo, dichas y publicadas en 1977, quedaron grabadas en la memoria de quienes siguieron de cerca sus trabajos y la admiraron. Periódicamente alguien recordaba el 30 de octubre de ese año, cuando, interpretando a la inflexible madre de La casa de Bernarda Alba, la actriz sintió que el cuerpo no le respondía. La exigencia del personaje y la forma en que Gallo lo encaró dejaron huella. Sucedió con aquella Bernarda del poeta Federico García Lorca y con la Hécuba de Las Troyanas, de Eurípides, en la versión de Jean-Paul Sartre. ¿Qué papeles poderosos no interpretó esta artista a la que alguna vez se la intentó encasillar en la tragedia? Hizo casi todos los papeles fuertes de la dramaturgia clásica y contemporánea, pero también supo apropiarse con sobrio humor de otros más livianos. En las comedias ganaba otra complicidad con el público. Un ejemplo fue su entrañable desempeño en El cerco de Leningrado (del valenciano José Sanchís Sinisterra), junto a su amiga la actriz Alejandra Boero. Allí hizo gala de una concepción festiva del teatro que contagió a la platea. Su papel fue el de una Priscila resistente a cualquier amenaza de derrumbe. En esa obra sufrió otro percance doloroso: se cayó, se lastimó y tuvo que ser reemplazada por Lydia Lamaison. A pesar del accidente, ésa fue otra experiencia vital, de las muchas que compartió con Boero y el actor y director Osvaldo Bonet, quienes, pasada la barrera de los ’80, se autodenominan socarronamente “Los Sub 90”. La actriz, que fue internada semanas atrás aquejada de neumonía, murió ayer tras el agravamiento de su estado general de salud en la clínica Suizo Argentina.
No era la primera vez que Gallo se asociaba artísticamente a Bonet. La actriz había conformado un equipo con Bonet y Alfredo Alcón a fines de la década del 50, tras su exilio en Italia. En sus entrevistas, aludía a aquellos difíciles años en los que se vio obligada a emigrar. En 1950 (entonces tenía 25 años) debió irse por negarse a firmar, como también hicieron otros artistas, una adhesión al gobierno de Perón. Se le cerró el acceso a todo trabajo, fue sustituida en el elenco de Prontuario, de Sydney Kingsley, y recibió un telegrama de los dueños de la productora de cine Lumiton, rescindiéndole un contrato.
Artista de personalidad mesurada y firme, Gallo sobresalió en diferentes ámbitos. Teatro, cine y televisión contaron con su talento. Participó además en videos pioneros, como Juego macabro, de Jorge D’Elía, junto a Carlos Carella. Al año de egresar del Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico (en 1942), debutó en la compañía de Eva Franco interpretando a la Isabel de El carnaval del diablo, de Juan Oscar Ponferrada. Recibió de inmediato el comentario elogioso de la actriz Margarita Xirgu. Ese prometedor inicio le significó más trabajo: actuó en Espíritu travieso, de Noël Coward, y Nuestro pueblo, de Thorton Wilder, e ingresó en la compañía de Camila Quiroga. El desgraciado episodio de 1950 tronchó por seis años su carrera en el país, pero no acabó con su arte. Sin espacio en el teatro, el cine ni la radio, partió a Italia junto con su marido, el director Camilo Da Passano. En ese país realizó estudios en la Academia Nacional de Arte Dramático Silvio D’Amico, de Roma, y más tarde fue invitada a integrar el elenco de Diálogo de las Carmelitas, en el Piccolo Teatro della Cità di Roma, y el de Processo a Gesu, de Diego Fabbri, en el Piccolo Teatro de Milán.
A su regreso halló a excelentes compañeros para rearmarse: Bonet, Alcón... Reanudó su actividad estrenando en el desaparecido Teatro Odeón una versión de El perro del hortelano, de Lope de Vega. En sus diálogos con el periodismo no dejaba de recordar esa época ni su admiración por los maestros Cunill Cabanellas, Orestes Caviglia y Silvio D’Amico. Hija de un obrero gráfico socialista, actor y músico, y madre de actores (Alejandra y Claudio Da Passano), se dedicó intensamente a su trabajo, fuera en teatro, cine o televisión. De sus personajes no sólo memoraba a aquél de Bernarda y ese otro de Hécuba que le resintieron la salud. Otro de sus preferidos era el de la sirvienta Zerlina, que compuso en Confesiones de una sirvienta, texto extraído de Los inocentes, una novela sui generis del judío austríaco Hermann Broch, exiliado en Estados Unidos después de haberse librado de la Gestapo, que lo apresó en 1938. En cine se la vio en Eramos seis (1945), Diez segundos (1949), La muerte está mintiendo y La barca sin pescador (1950); Después del silencio (1956), Tire dié (segunda versión), mediometraje de 1960; La cifra impar y El terrorista (1962); La mano en la trampa, de Leopoldo Torre Nilsson, La mala vida (1973), Los gauchos judíos y La Mary (1974). También en El grito de Celina y Una mujer (1975); Volver y La casa de las siete tumbas (1982); El acompañamiento (1988), El mundo contra mí (1996) y La rosa azul.
Su desempeño en TV fue siempre muy valorado y sumó galardones a su trayectoria. Compuso roles en una versión de La fierecilla domada y en otra de Romeo y Julieta, y en unitarios, tiras y telenovelas como Historias de jóvenes, Dos en la ciudad, Mujeres a la hora del té, Situación límite, Alta comedia, Manuela, La extraña dama, Zíngara y Casa natal... Fue la abuela de Andrea del Boca en el exitoso teleteatro Perla negra, que dirigió Nicolás del Boca. Entre las piezas teatrales en las que colaboró o fue protagonista se lució, además de las ya mencionadas, en Orfeo desciende, Fedra (de Racine); Sábado, domingo, lunes, de Eduardo de Filippo (dirigida por Cecilio Madanes); La sonrisa de la Gioconda y, entre otras, Duse, la Divina (obra de María Elena Suardi), Tres mujeres altas, de Edward Albee, El jardín de los cerezos, Doña Rosita la soltera y De profesión maternal. Este año, Gallo, distinguida en varias oportunidades, cumplió sesenta años con un teatro al que entregó, a través de sus personajes, delicado equilibro y vigor artístico.