ESPECTáCULOS
› FLAVIO CIANCIARULO HABLA DE SU DISCO CACHIVACHE
“Es mi cuarto adolescente”
Así define el ex Cadillac su tercer álbum solista, en el que abandona cierta visión íntima para explotar su faceta bailable, puntuada por el impulso de una banda enérgica.
Por Javier Aguirre
Explosiones sonoras, euforia rítmica, desenfado compositivo y cadencia festiva que desprende olor a hit cada dos canciones. He aquí algunos atributos característicos de aquella banda que se llamaba Los Fabulosos Cadillacs, disuelta sin partida de defunción oficial desde hace casi cinco años. Hasta ahora, ninguno de los cuatro discos en solitario de los dos ex líderes musicales del grupo, Gabriel “Vicentico” Fernández Capello y Flavio Cianciarulo, había recuperado esas banderas. Ni los dos títulos solistas del ex cantante de la banda (Vicentico y Los rayos), ni los dos trabajos anteriores del ex bajista del grupo (Solo, viejo y peludo y El marplatense) habían reencarnado con naturalidad la pulsión genuinamente cadillac que sí se escucha en Cachivache, el último álbum de Flavio. Lejos de sus –acaso temerarios– flirteos con el jazz y el tango piazzolliano, y acompañado por un flamante elenco, La Mandinga, el autor de éxitos multigeneracionales como Vos sabés, Mal bicho y Matador se presenta ahora como un rocker veterano pero fresco, que se nutre de reggae, punk y mucha murga festiva y poderosa. Y así como, quince años atrás, los Cadillacs fueran desinteresados promotores de Mano Negra en su fantasmal y mítico paso por Obras, ahora Flavio, en su nueva identidad de cara y voz de grupo, parece recuperar algo del minimalismo-naturalista que en el escenario propone... Manu Chao.
–¿En Cachivache está más cerca que nunca de los Cadillacs?
–Es un disco muy pop, de canciones con mucha percusión, mucho tambor. Tiene mucho en común con la música de los Cadillacs: yo era, en un altísimo porcentaje, uno de los responsables de mover el timón en los Cadillacs. Yo lo relaciono con la época en la que con los Cadillacs incorporamos elementos latinos y percusión afrocaribeña, como en Volumen 5. En Cachivache, el tipo de percusión que incluyo es afroporteña, afrosureña o afrouruguaya; combinado con géneros que siempre amé y toqué, como el ska y el reggae.
–¿Es el más abierto de sus discos solistas?
–Yo me muevo como pez en el agua en la canción radial, intensa, bailable. Cuando compuse y grabé mis anteriores discos solistas, yo todavía era un cadillac. Y ya tenía, en los Cadillacs, al aspecto más explícito y popular de la música. No por nada llenábamos estadios. Así que, en esa época, mi necesidad musical para un disco solista era apuntar a algo íntimo, a encerrarme en mi casa. Pero ahora ya no soy un cadillac, y a partir de Cachivache y con La Mandinga, los shows retoman aquello bailable, con temas pegados, intensos y muy al palo que había en los Cadillacs.
–¿Nota en esa actitud escénica de alegría e invitación al baile cierto contraste con la imagen medio “torturada” de Vicentico?
–Yo disfruto mucho de la música, y aunque haya un universo de mundos desde los que se puede abordarla, la oscuridad, la tortura, la perversión, yo lo hago desde la alegría y el amor. La tortura y la oscuridad las dejo para otros momentos, y comprendo que cada artista pueda tener su método; pero en mi caso la música representa un momento para compartir felicidad con los músicos y con el público.
–¿Reconoce en la palabra “cachivache” cierta connotación despectiva, como de quitar solemnidad a la música?
–Creo que es una palabra divertida y engañosa, que puede ser despectiva pero también esconder falsa modestia: o tenés muy baja estima o te la creés mucho. No sé cuál de las dos opciones se vincula más con el disco. En Cachivache hay cierto humor y mucho culto al fetiche. Es como si el disco fuera mi cuarto de adolescente, lleno de pósters, adornitos y dibujitos. Yo expongo todos mis fetiches con sinceridad y mucha alegría.
–Después de haber vivido dos años en México, ¿cómo tomó la decisión de regresar a Buenos Aires?
–Mi esposa es mexicana, y yo siempre había querido vivir algún tiempo en México. La diáspora Cadillac fue el momento ideal. Fue algo hippie. Si hubiese pensado en una salida laboral rápida me hubiera dedicado a la producción; pero el aspecto empresarial de producir no me interesa, yo soy un autor. Así que toqué en bares chiquitos, solo con la viola. Tocaba composiciones mías, bossa novas, zambas, candombes, fui estudiando el repertorio de Jobim... Me animaba a todo eso porque estaba en México, acá ni loco lo hubiera hecho. Me sirvió para foguearme, para allanar el camino de poner la jeta. Y un bar perdido en Monterrey, o un café literario jazzero, eran buenos lugares para hacerlo (aunque si me llegaban a decir que había un argento o un brasileño, me iba corriendo). Hasta que decidí encarar el proyecto, y decidí que lo iba a hacer en la Argentina.
–Cuando compone, ¿se imagina las canciones cantadas por Vicentico?
–(Risas.) Ya no tanto. El es el gran intérprete para mis canciones, así que a veces pienso “qué lindo sería que esta canción la cantara él”. Pero en general me pasa cada vez menos: ahora estoy componiendo en primerísima persona. Por ejemplo, hace un tiempo Sergio Rotman me consultó si tenía alguna composición para cederle a su banda, Mimi Maura, pero lo que pasa es que tendría que escribirla pensando en Mimi, en que la cante Mimi. Mis composiciones de ahora quizá sean demasiado personales como para otra voz que no sea la mía.
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