ESPECTáCULOS
› DUELO ANIMAL, UN ALIMENTO PARA EL MORBO HUMANO
Titanes animales en el ring
Bajo una pátina científica, el ciclo de Discovery Channel se dedica a simular luchas a muerte entre fieras salvajes.
Por Javier Aguirre
Si un león atacara a un tigre, ¿quién daría el último rugido? ¿Quién se iría a pique si un tiburón blanco se enfrentara contra un cocodrilo? ¿Y si un oso pardo chocara con un caimán? ¿Un jaguar contra una anaconda, un calamar gigante contra un cachalote, un elefante contra un rinoceronte? La especulación científico-deportiva sobre eventuales combates a muerte entre animales es el eje de Duelo animal (sábados a las 22, por Discovery Channel), que parece actualizar el morbo del Coliseo romano, al menos en el nicho de las peleas sangrientas entre las fieras más grandes y llamativas de la fauna actual.
Aquí no hay una arena, ni griteríos, ni pulgares que bajan, sino un contexto de rigor científico generado por un grupo de expertos en zoología, conducta animal y mecánica. Ellos observan a los dos contendientes de cada emisión del ciclo, estudian sus tácticas de combate en su medio natural y miden sus características físicas que pueden pesar en la lucha (potencia de la mordida, resistencia de la piel, musculatura, estructura ósea, visión, velocidad). La batalla se dirime, finalmente, en el campo virtual; cuando una computadora procesa toda la información obtenida, confronta los puntos débiles y fuertes de cada criatura y presenta una animación final donde el televidente se enterará de cuál se almuerza a cuál.
Pero la comparación de aptitudes no sólo se realiza computadora adentro: más en nombre de la espectacularidad que del rigor, los expertos –que son a la vez los conductores del programa, y que forman dos bandos de acuerdo con sus preferencias por cada animal– construyen réplicas mecánicas de cada bestia para testear, por ejemplo, la fuerza de dientes y mandíbulas. Se trata de ingenios intimidantes y visualmente efectistas, con luces rojas en las cavidades oculares, o tracción a oruga, al mejor estilo de los tanques de guerra. Así puede verse cómo un cráneo metálico –imitación de un oso grizzly o formato anaconda, según el día– destruye sandías, cocos, latas de cerveza o tejidos de animales (que, para evitar la protesta de las organizaciones de defensa de animales, fallecieron de viejos o de muerte natural...).
La oferta de programas de TV que consisten en enfrentamientos en un ring hoy es generosa y diversa. Desde el Celebrity Deathmatch (MTV), en el que caricaturas de plastilina de celebridades se descuartizan, hasta los innumerables y bizarros ciclos de guerras de robots, en aquellas señales de cable que sólo funcionan en la trasnoche. En el caso de Duelo animal, la elección de contendientes reales de la naturaleza, y la pantalla de Discovery Channel, provee un supuesto de verosimilitud y de respaldo “científico”. Que resulta engañoso, y por tanto efectivo. De hecho, el suspenso lúdico del programa reside en lo inesperado y arbitrario del resultado final, ya que a pesar del detalle cuantificado y matemático de garras, venenos o colmillos, a la hora del combate surgen imprevistos que acaban siendo determinantes, como cuál lanza el primer mordisco, qué zarpazo es más certero o cuál se distrae justo antes de la pelea por el canto de un pájaro inoportuno. Es que el cenit emocional del ciclo, la animación virtual, es justamente el momento en que Duelo animal más se aleja de la realidad y más juega con la caprichosa ficción. Es evidente que, en comparación con aquellas hemorrágicas jornadas del Anfiteatro Flavio de los romanos, hoy día no estaría bien visto hacer que un gorila y un puma se maten entre sí. Encima, y no debe ser casual, todas las especies que protagonizan el ciclo –espectaculares, exóticas, “temibles”– se encuentran, en mayor o menor medida, en riesgo de extinción. Y no por culpa de sus duelos mortíferos en la vida salvaje, claro.
Acaso la paradoja final de Duelo animal sea haber omitido, al menos hasta ahora, medir las posibilidades de combate cara a cara de un animalpeligroso, agresivo, creativo y con un paladar muy refinado a la hora de degustar la violencia: el Homo sapiens.