Lun 20.12.2004

ESPECTáCULOS  › DIVIDIDOS DESPIDIO EL AÑO AL AIRE LIBRE

Papá Noel viaja en aplanadora

En tres segmentos bien diferenciados: eléctrico, acústico y electrónico, el trío dio las hurras de 2004 –con una larga fiesta de más de tres horas– celebrada por 19 mil acólitos.

› Por Cristian Vitale

Pasadas las 21, una hora después de lo anunciado, kilos de pirotecnia de munición gruesa estallaron con precisión temporal exacta desde el escenario hacia al público. Era el preanuncio ideal para el más incendiario de los grupos masivos del rock patrio: Divididos. Desde enfrente, apenas devolvieron dos morterazos y una débil bengala que ni siquiera llegó a desplegar sus colores. ¿Para qué hacer más ruido ante tanto ruido –mejor– por venir? En minutos, luego de una apertura bipartita –entre acústica y poderosa, entre camarines y escena– del viejo y querido Paraguay, el power trío del oeste trasvasaba ese poder de fuego en música, con el aliciente emocional de festejar Fin de Año junto a su torcida. “Quiero agradecer a los que están, y mucho más a los que no están, pero que alguna vez estuvieron y dejaron huellas imborrables”, dijo Diego Arnedo, a medio recital, anudando emociones propias y ajenas, a punto de dejar atrás el decimosexto año de vida de la banda. La respuesta de la masa, que en verdad fue el agradecimiento de toda la noche, no se hizo esperar. “Escuchenló, escuchenló, escuchenló... la aplanadora del rock and roll, es Divididos la puta que lo parió.” Así de intenso y frontal es el idilio entre las grandes bandas del rock patrio y su gente, y Divididos no es la excepción.
Tal vez como antídoto contra cierta monotonía que, en potencia, puede generar una exagerada extensión de su veta hendrixniana, el trío estructuró un set equilibrado –la mitad compuesto por temas de La era de la boludez y Acariciando lo áspero– para anteponer la diversidad a la redundancia. El primer bloque fue una pared de nervio rocker sostenido: Paraguay fue la excepción en una hora plagada de golpes demoledores de batería –es asombrosa la capacidad del “niño mimado” Catriel Ciaravella para combinar potencia, tempo matemático y variantes sin excesos– y distorsión al servicio de las canciones. Se sucedieron sin respiro Alma de budín, una versión heterodoxa de Haciendo cosas raras, Tomando mate en La Paz en clave de funk rock, Salir a asustar, El 38 y Basta fuerte, entre otros, como si fuera una serie de grandes enganchados de rock turbulento. Hasta la medialuna, con aureola de agua, parecía conmovida. “Por qué suenan así, por dios, me desmayo de placer”, gritó una fan, extasiada ante el infierno. “Bueno, ahora nos vamos a tranquilizar un poco”, pareció responder Mollo. Mientras detrás del telón se reacomodaba la escena para la sección unplugged, el guitarrista intentó sin suerte hacer callar a la monada con el fin de que escuchen un regalito de fogón. “Les pido tres minutos de silencio, por favor, pórtense bien, loco”, exigió sin suerte el guitarrista, y pese al shhhhhh colectivo de quienes querían escucharlo a solas. Entonces, amagó con los primeros acordes de Spaghetti del rock, pero castigó con una desabrida versión de Yesterday (¿hacía falta después de la eternizada por McCartney?). Hubiese sido mejor hacerle caso.
Otras dos excepciones impidieron valorizar bien alto el bloque acústico. Casi detrás de todo, uno de los grupos más numerosos de fans –la banda de José C. Paz– había colgado un trapo bien notable entre los palos del arcode rugby con la leyenda “Divididos, la luz de nuestras almas”, pero se perdieron de disfrutar del set arropados en ella. Cuando el grupo arrancó con una bella e introspectiva versión de Ortega y Gases, hubo un corrimiento en masa hacia delante motivado por las dificultades de sonido: tan fecunda expresión no merecía escucharse tan poco. Fue la primera excepción. ¿La segunda?... la incorporación del scratcher Raffa (del grupo Nuca) para Salir a comprar y Sábado. ¿Broma de mal gusto?, ¿Pretensión vanguardista?, ¿Ambición desmedida de apertura?... lo cierto es que la intervención tornó literalmente inescuchables, grotescas y realmente cómicas –las bandejas no solo ensamblaban mal con el trío sino que simulaban dibujitos animados hablando sobre los temas– ambas versiones, que hubiesen sonado impecables de haberse evitado la idea. “Pappo tenía razón”, ajustició un pibe. El resto del bloque compensó y hasta superó las dificultades. Sonidos esotéricos, intimismo y pedales al servicio del viaje colectivo tiñeron Qué ves, oníricos ecos de wah wah acústico convirtieron a la lejana Gárgara larga en una de las mejores canciones de la noche y la invitación de “un ángel zurdo como Hendrix” –según lo presentó Mollo–, del guitarrista de Los Piojos Tavo Kupinsky potenció, entre rítmica y solos, la belleza intrínseca de otro clásico de la primera hora: Sisters.
El tercer segmento, globalmente el más hendrixiano y psicodélico, arrancó con la siempre estremecedora Ala delta, dio pie a efectismos y divertimentos varios –Mollo tocando la guitarra con las zapatillas o con la boca en Voodoo Chile, Arnedo creando una atmósfera densa con golpes sobre su bajo en Qué tal–, reconfirmó que el grupo puede privilegiar de a ratos la melodía por sobre el ritmo aplanador –Vida de topos– y condensó todo lo más que Divididos puede dar en conjunto –como suma de sus partes– en aquella dupla ya indisoluble de La era de la boludez: Cristóforo Cacarnú e Indio dejá el mezcal. “Loco, les agradezco que hayan venido. Feliz año para todos, pásenla bien”, resumió un Mollo más expresivo tocando que hablándole a su gente, para dar pie a una desvirtuada –y al palo– versión de Mañana en el Abasto con erke y poncho rojo incluidos. En resumen, un buen epílogo anual con todos los excesos –negativos y positivos– que suelen tener las Fiestas de Fin de Año.

ELECTRICO-ACUSTICO-ELECTRONICO:

Músicos: Ricardo Mollo (guitarra, voz), Diego Arnedo (bajo, coros) y Catriel Ciavarella (batería).

Músicos invitados: Tavo Kupinsky (guitarra) y Raffa (bandejas).

Duración: 180 minutos.

Público: 19 mil personas.

Lugar: Cancha de rugby de Obras Sanitarias, sábado 18.

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