Mié 22.12.2004

ESPECTáCULOS  › EL COREOGRAFO FRANCES MARC RIBAUD

“Quería bailar como Travolta pero terminé en un ballet”

El joven director del Ballet de la Opera de Niza pasó por Buenos Aires para reponer en el Teatro San Martín su Bolero de Ravel. “Espero que no hayan extrañado a Jorge Donn”, dice.

Por Analia Melgar

Marc Ribaud, coreógrafo francés tan clásico como contemporáneo, director del Ballet de la Opera de Niza, estuvo por primera vez en América latina. Pasó por Buenos Aires para supervisar la puesta de su versión del Bolero de Maurice Ravel en el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, a cargo de Mauricio Wainrot. Seis parejas con figuras de colores pintadas sobre sus cuerpos repusieron el trabajo que Ribaud creó originalmente para su compañía en 2002. Wainrot y Ribaud se conocieron por colegas y amigos en común. Luego Ribaud convocó La consagración de la primavera de Wainrot a Niza. Ahora se produjo un intercambio simétrico.
Nacido en 1966, en Niza, Ribaud hizo una carrera veloz. Estudió danza clásica en Mónaco, en la Académie de Danse Princesse Grâce, dirigida por Marika Besobrasova. En 1986 tuvo su primer contrato como bailarín en Bonn donde conoció al coreógrafo húngaro Youri Vàmos. Con él se trasladó a Basilea y Düsseldorf y bailó obras de Judith Jamison, Itzik Galili y Hans Van Manen. En 1997 fue invitado a dirigir el Ballet de la Opera de Niza. Tenía 31 años, estaba en plena forma como bailarín pero aceptó. Colgó las zapatillas y la interpretación para dedicarse a la creación. Ya va por la octava temporada, con sus 28 bailarines y sus obras clásicas, neoclásicas y contemporáneas. Desde entonces, Ribaud es reconocido por su trabajo en la revisión de clásicos del ballet, una línea en la cual el sueco Mats Ek descuella. Ribaud lo admira y continúa transformando esas historias de ensueño. Ya lo hizo con Cascanueces, La fille mal gardée, Romeo y Julieta, La Cenicienta y Coppélia.
En cierta forma, encaramarse al Bolero de Ravel es también dialogar con un clásico. Y más arriesgado aún es hacerlo en la Argentina, donde la memoria y la presencia de Jorge Donn siguen vivas. ¿Quién no lo ha visto en la película de Claude Lelouch Los unos y los otros? En ese film de 1981, el bailarín argentino, con los movimientos creados por Maurice Béjart, hipnotiza. Esa coreografía había sido compuesta en la década del 60 para Maia Plisetskaia y 40 mujeres. Después, Béjart la readaptó especialmente para Donn y 40 hombres. La imagen de su torso ondulante sobre la plataforma circular quedó plasmada en Bolero/Les uns et les autres para la eternidad. Ese es el icono que Ribaud no puede hacer a un lado. Sin embargo, elige otra estética. Su Bolero se apoya sobre la cadencia más machacona de Ravel; carece de progresión, siempre idéntica a sí misma. Configura la imagen de un grupo de humanos muy primitivos, encorvados, con la cabeza gacha y el pulso en los pies.
–¿Cómo sintetizaría las características de su versión de Bolero?
–El ritmo de la música me generó una versión muy repetitiva que se convierte en una danza étnica, como de aborígenes australianos. Los cuerpos pintados, casi desnudos, se acercan al piso, buscando la tierra.
–¿Qué reacción esperaba del público argentino frente a su obra?
–Primero que nada, esperaba que no extrañaran demasiado a Jorge Donn (se ríe). Dudé mucho en hacerlo, porque cuando se piensa en esa obra, se piensa en Jorge Donn, en la versión de Béjart: eso es el máximo, lo más bello, no lo puedes hacer mejor. Es una coreografía que tiene cuarenta años y todavía es genial. El Béjart Ballet Lausanne lo hizo hace unos meses en Niza: ¡es fantástico! Me dije: “No, no puedo hacer Bolero”. Pero después asumí que yo nunca haría una copia de Béjart. Entonces, no trato de ser mejor, sino de hacerlo de otra manera.
–¿Qué trabajo debió hacer para poner este ballet en el TGSM?
–La asistente de Mauricio (Andrea Chinetti) reconstruyó la coreografía con una filmación en video porque yo no podía venir por mucho tiempo. Cuando llegué, advertí la disposición de los bailarines para hacer piezas contemporáneas. Este es mi trabajo más contemporáneo, con movimientos de piso, sin puntas, sin estilización. En cambio, aunque yo creé este ballet para mis bailarines de Niza, ellos son más clásicos y aquí son mucho más salvajes: eso me gusta mucho.
–¿Cómo fueron sus comienzos con la danza?
–A los 13 años yo jugaba al fútbol, pero quería bailar como John Travolta. Eran los comienzos de los ’80, la época de Saturday night fever. Alguien me dijo “si quieres hacer jazz, debes tener una base de clásico”. Entonces, fui a la escuela de danza de Mónaco pero un profesor ruso que me dijo: “Aquí no hay jazz; hay clásico”. Me tomaron por ser varón y me gustó muchísimo desde un primer momento, sobre todo porque éramos sólo tres chicos y sesenta chicas. Eso era mejor que el fútbol.
–¿Por qué revisita los clásicos?
–Porque hay mucho que hacer con ellos. En Europa hubo una verdadera indigestión de una danza contemporánea que no decía nada. El público se iba del teatro. Ahora se está volviendo a los clásicos. No al clásico del Colón, tan polvoriento, sino a las bases, por ejemplo, la música. Una partitura, un repertorio y una historia seducen al público.
–Entonces, ¿qué piensa de formas de danza más experimentales?
–No me gustan. Tengo muchas dificultades para comprenderlas. A los tres minutos me aburro. No tengo paciencia.

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