ESPECTáCULOS
› NICHOLAS NICKLEBY
Otra Navidad con Charles Dickens
El autor de Grandes ilusiones vuelve de la mano de ilustres actores británicos.
› Por Martín Pérez
Antes de escribir su mítico e inmortal Cuento de Navidad, un clásico eterno a esta altura del año, la tercera novela del novelista británico Charles Dickens fue Nicholas Nickleby. Tal vez sea ésa la razón por la cual para esta Navidad finalmente se estrena en las pantallas locales esta adaptación de una novela de unas ochocientas páginas, que alguna vez fue llevada al teatro por la Royal Shakespeare Company en una versión de... ¡nueve horas y media! Por eso es que las dos horas y cuarto que ofrece esta adaptación del estadounidense Douglas McGrath, que comenzó a versionar la literatura británica con Emma, aparece como una síntesis, aun cuando precisamente la forzosa simplificación de su pantagruélica trama haga de este Nicholas Nickleby apenas un Cuento de Navidad pero sin Navidad, una fábula moral demasiado evidente, excesivamente literaria y pomposa, e incluso –y paradójicamente– demasiado larga para lo poco que le queda por contar.
La historia de Nicholas Nickleby es la de un protagonista adolescente que pierde prematuramente a su padre, un hombre de una bondad intachable y que Nicholas idealiza. Nickleby padre ha muerto en la pobreza, y es por eso que la familia completa –completada por una madre y una hermana– viaja a Londres para cumplir el último deseo de su padre muerto: que vayan a ponerse a las órdenes de su hermano, un especulador ambicioso y materialista, pero la única familia que les queda. De más está decir que el tío Ralph, encarnado por Christopher Plummer, no es más que una versión realista –y por eso aún más temible– de la caricatura que luego sería el Scrooge del Cuento de Navidad, y a partir de entonces nada será fácil para la familia de Nicholas. Su camino hacia la liberación de semejante yugo familiar incluirá un trabajo en un cruel internado de niños, una incursión como Romeo en el feérico mundo del teatro y un regreso a Londres para descubrir a su verdadero amor y también a los empleadores que le permitirán hacerle frente a su tío.
El afán por limpiar la novela de subtramas y personajes secundarios para poder contar su historia en un tiempo razonable hace que el film de McGrath sea una película literal y declamativa, apenas un espejo de la extrema bondad de su protagonista. Es así como, ante el porte impecable de Nicholas, cualquier personaje secundario aparece como mucho más interesante, desde el encantador empresario teatral encarnado por Nathan Lane, hasta la increíblemente malvada esposa del regente del bestial internado donde Nicholas conoce los rigores del mundo. Otros personajes secundarios están encarnados por grandes actores del cine y el teatro británico: Jim Broadbent hace las veces de regente avaro y tuerto; un caricaturesco Timothy Spall es el generoso empleador de Nicholas (muy lejos del depresivo taxista que encarnó en A todo o nada), y el mítico Tom Courtenay compone al sensible y delirante asistente del personaje de Plummer.
Si aquella extensa y fiel adaptación de la Royal Shakespeare Company inspiró a Lars von Trier para hacer su Dogville, esta lavada versión deMcGrath aparece como demasiado victoriana, heroica y frondosa, simplemente aburrida de tanta bondad manifiesta. Un cuento de Navidad sin gracia, que apenas si puede contar a su favor un cierto respeto hacia la obra original, pero es un flaco favor cuando semejante literalidad lo único que hace es volverla aburrida, previsible y ampulosa.