ESPECTáCULOS
› TERMINO PADRE CORAJE
Epica y melodrama, claves de un éxito
En el final, la telenovela del año contó el calvario de Coraje devenido en un Jesús crucificado, y se animó a resucitarlo.
› Por Julián Gorodischer
Se pudo ver, a tono con la fiesta navideña, el Via Crucis de Coraje (Facundo Arana), atrapado por el prófugo ex intendente Costa y ¡nada menos! que crucificado. Ahora se espera una avanzada cristiana por estos contenidos, pero todavía no llegó: ¡se metieron con el Niño en la víspera! Coraje revivió el calvario, en adaptación televisiva del mito cristiano, convertido en un Jesús crucificado, muerto y revivido por milagro. Eso sí, siempre aggiornado con algunas transgresiones: rubio, musculoso, histérico y vestido con todos los ropajes del fetiche erótico (musculosa y capucha) para fusionar la figura bíblica con la estampa más prosaica del galán moderno: versátil, habilidoso y casual.
Así se vio agonizar al ladrón de caminos, recibir el azote de Costa (su enemigo histórico, la cara del poder del pueblo), ser arrastrado por un caballo, quedar clavado en la cruz y escuchar el insulto, condensando lo mejor de una tira que pretendió plasmar el Infierno en el conurbano bonaerense. Y en el final, el bien triunfó, la mala (Ana) pidió perdón y se metió para siempre en el río, la multitud linchó al villano, la pareja central se unificó y nació el vástago. Todo narrado con una intensidad desconocida para la TV: fue el tono de una saga heroica en los límites del verosímil, en ese punto en que la mala (Carina Zampini) fue malísima, paralítica y resentida, y la heroína (Nancy Dupláa) fue romántica y con teléfono blanco, como en los ’50. El héroe fue místico, hizo milagros, curó gente, robó para los pobres y murió crucificado... y hasta tuvo su propia resurrección. Allí estuvo el mérito de la novela del año: contarlo todo como con el último aliento, al borde de lo no creíble, con palabras ampulosas cada tanto mechadas con un chivo de la tienda Frávega (como para despuntar el vicio) impreso en un auto. Del final resaltó la imagen de Facundo Arana en la cruz, en sintonía con lo que fue la novela hasta el momento: un pastiche de emblemas nacionales (Iglesia, próceres y farándula) para pintar la pequeña aldea más allá de sus límites.
Padre Coraje tuvo pretensiones megalómanas: sintetizar el país en el pueblito (con visitas ilustres de Tita, Perón, el Che Guevara), reducir la historia nacional al conurbano y construir allí mismo el Infierno, con redentor incluido. Su excusa no se corrió del molde romántico: dos hermanas enfrentadas por un hombre. Y un hombre que fingió ser cura para enfrentarse, desde adentro, al intendente corrupto. Pero si hasta ahora la factoría Pol-ka había pensado mundos chiquitos y temáticos (el barrio, el club, la pensión, el cuartel de policía), en el 2004 imaginó el regreso de los “grandes relatos”: porque, detrás del triángulo, la tira se llamó a narrar la gran tragedia nacional (La Cruz) bajo el mando del poder corrupto, donde primaron el chisme, la marginación al diferente (putas y retardados) y el cholulismo (ante las visitas). No se privó de nada, y el relato de esa Argentina condensada nunca fue demagógico: La Cruz fue un pueblo veleta que siguió al poder de turno, aclamó a su caudillo sin importarle que robara, apoyó al ladrón de caminos cuando le convino, pero lo dejó (en peregrinación hacia un pueblo mejor) en su peor momento.
La Cruz fue un pueblo de chismes, romances clandestinos, donde el gay vivió en secreto (Ponce, con coming out en el último capítulo), donde las prostitutas no entraban a la iglesia y el negocio era de unos pocos. Y fue de inusual actualidad, marcado por los excesos de “lo religioso”, donde el ladrón de caminos se hizo pasar por cura para entrar a círculos de decisión, y la intendencia fue infiltrada por el misticismo.
La Cruz (en la Argentina de Padre Coraje), así de melodramática y excedida, fue actual, realista, casi con valor de anticipación, en un final de año marcado por furiosas campañas en busca de ¡sanciones efectivas, ya! Más allá de su atrapante excusa argumental, Padre Coraje no esquivó el fardo: se llenó de simbología religiosa, pero también sintetizó otra Iglesia posible. Casi testimonial, tocada por la crónica noticiosa, la novela hizo su aporte a una nueva religiosidad: por fuera del ámbito eclesiástico, coronando al excluido como “elegido”, separada del intendente corrupto, cuestionando el celibato, reivindicando a las “trabajadoras del sexo” y hasta santificando el affaire extramatrimonial.