ESPECTáCULOS
› EL CINEASTA TRISTAN BAUER HABLA DE SU NUEVA PELICULA, ILUMINADOS POR EL FUEGO
“Quisieron que se olvidara lo de Malvinas”
El film, que después de cuatro años está en etapa de posproducción, retrata la guerra desde la mirada de un joven.
› Por Mariano Blejman
Tristán Bauer lleva una cruz en su espalda: se llama Iluminados por el fuego, proyecto cinematográfico en el que está embarcado desde hace cuatro años. Cuatro años dedicado a ficcionar la historia de Edgardo Esteban, un ex combatiente de Malvinas devenido corresponsal extranjero, que pasó de adolescente a colimba sin aviso. La cruz de Bauer es densa, pero no pesa tanto porque es una cruz imaginaria. No es el peso de la historia sino el recuento de los recuerdos de un personaje ficticio, Esteban Leguizamón, de 40 años, que en 1982, con 18 años, se convirtió en soldado conscripto y fue a combatir a Malvinas. Gracias a ese proyecto, Bauer pudo viajar a las islas dos veces. El ex soldado y periodista Edgardo Esteban fue el primer combatiente en volver a Malvinas, aunque en carácter de periodista. Allí, Bauer fue a rodar y se encontró con los restos de la guerra que 20 años después siguen presentes: zapatillas Flecha, cascos, medias, cantimploras. Nadie las tocó aún.
La historia ficticia de Iluminados por el fuego surge a partir del intento de suicidio de uno de sus ex compañeros de batalla. Allí, Esteban se sumerge en los recuerdos de esa guerra que compartió con otros conscriptos; Vargas, el suicida y Juan, muerto en combate. Allí aparecen los horrores de la guerra, el frío, el hambre, el maltrato de los mandos militares, las historias de amistad y compañerismo. A 20 años de la guerra, Esteban decidió reencontrarse con su pasado y cerrar sus viejas heridas. Esta semana, finalmente, Bauer viajará a Madrid para la posproducción de su film que estrenará en abril en Buenos Aires.
–¿Por qué se metió a contar sobre Malvinas?
–La guerra de Malvinas es clave en historia y memoria. Es la bisagra entre la dictadura y el gobierno constitucional. Es una guerra que se quiso ocultar inmediatamente, se quiso desmalvinizar. Hubo un pedido explícito de los militares para que los ex combatientes se comprometiesen a no hablar. Fue una política que continuó con Alfonsín. Tampoco el cine se ocupó del tema.
–Hubo una gran desatención posterior.
–Una desatención tremenda. Lo que más me sorprendió fue la cantidad de suicidados. Sacando los muertos del crucero Belgrano, se equipara a los que murieron en el territorio. Hubo más de 300 suicidios.
–¿Y por qué cree que se les dio vuelta la cara?
–La sociedad estuvo involucrada. Casi en su conjunto fue partícipe de la plaza de Galtieri. Hubo un apoyo enceguecido, se apoyó una causa, se la reivindicó. El problema es que fue ejercitado por la dictadura más terrible. Creo que quedó un cierto sentimiento de culpa, de no querer reconocerse, de querer olvidar.
–¿Cómo conoció a Edgardo Esteban?
–Con Miguel Bonasso hicimos un guión sobre El cadáver de Evita, que se emitió en Canal 13. Esteban vino a hacernos una nota como corresponsal extranjero. Después de la entrevista, me mostró el libro sobre Malvinas que había escrito, Iluminados por el fuego. Después, Miguel escribió un guión definitivo. En Canal 13 surgió la idea de un film y también surgió una amistad. Pero quien planteó que había que hacer algo con Malvinas fue el rector de la Universidad de San Martín, donde trabajo. Lo que me llamó la atención de Edgardo fue esa mirada particular, que no era política, táctica o militar. Era un joven llevado como conscripto a esas islas, en pleno invierno, sin preparación, a enfrentar uno de los ejércitos más poderosos del mundo, como el británico.
–¿Hay cambios grandes del libro al guión?
–Si bien hemos maniobrado dramáticamente la historia, lo que marcó este eje es esa mirada de la guerra. Iluminados... está contada desde los ojos de un joven. Cuando presentamos un corte de trabajo en San Sebastián, había gente de diversos países. Me pareció interesante cómo impactaba a profesionales del cine, a periodistas, a críticos. A pesar de ser muy argentina, tiene la mirada fuerte y latente de los conflictos armados.
–¿Hubo esfuerzo de producción?
–Tuvimos grandes problemas de coproducción y presupuestarios. Fue un esfuerzo gigante. La reconstrucción bélica es de alta complejidad. Durante el rodaje, reconstruimos –por ejemplo– una batalla del Monte Cordon donde hubo unas 500 explosiones. Tuvimos que reconstruir el vestuario y hacer réplicas de las armas. Además, tuvimos que asociarnos en coproducción con FX Stunt Team, la empresa de efectos especiales que es realmente muy buena. Ellos han logrado convertirse en una empresa internacional, pero si no se asociaban en co-producción hubiese sido imposible terminar.
–¿Contaban con el apoyo del Ejército?
–El Ejército nos apoyó desde el comienzo, pero después de leer el guión nos negaron la colaboración.
–¿Por qué?
–No sé, pero supongo que es porque son incapaces de hacer una autocrítica. En toda guerra, y obviamente en Malvinas, fue necesaria la crítica. En el informe Rattenbach, realizado por el propio Ejército, se pide directamente la pena de muerte a Galtieri y a Menéndez por las atrocidades cometidas. El Ejército olvidó la autocrítica, creo que no son capaces de admitir los errores. En cambio, debo decir, la Fuerza Aérea permitió filmar en El Palomar.
–¿Viajaron antes de rodar?
–Hicimos viajes de estudios a Malvinas, visitamos archivos fotográficos, compramos unos uniformes ingleses que fueron confeccionados por el equipo argentino. El material de archivo en Inglaterra es muy grande. Acá hay poco, sabemos que el Ejército Argentino tiene videos sobre Malvinas. Tiene una pared completa llena de videos, pero no pudimos acceder a ella. En Inglaterra y en Argentina hay material totalmente desconocido para nosotros. Filmamos en muchos lugares: Malvinas, Buenos Aires, Puerto San Julián de Santa Cruz y San Luis. En el primer viaje de reconocimiento nos encontramos con el vicegobernador de las Malvinas. Fue un encuentro muy diplomático. Planteamos que queríamos filmar, ellos dijeron que había un antecedente poco feliz de Fuckland, pero se vio que íbamos con otras intenciones. Nosotros les dijimos que no queríamos pedir permiso porque pensábamos que era nuestro territorio. La relación fue cordial, con algunos mejor, con otros hubo más tensión.
–¿Y cómo fue la filmación en las islas?
–Hubo dos viajes de una semana. Una cosa impresionante fue la filmación en el cementerio de Darwin. También fue emocionante filmar en los campos de batalla. Allí se sigue encontrando bolsas de dormir, caramañolas, borceguíes, zapatillas Flecha, cepillos de dientes, jarritos militares. Se limpió de explosivos, pero hay todavía 25 mil minas marcadas. Es un lugar de 2000 habitantes, con campos retirados. La gente no ha retirado las cosas de ahí. Además, filmamos en junio, en la misma etapa en que sucedió la guerra.
–¿Pudo recrear esas sensaciones?
–Los soldados vivían con la sensación de que una bomba puede aparecer sobre la cabeza. Una noche me fui con Edgardo Esteban a recorrer el campo de batalla. Le pedí que me mostrara su posición. Nos sentamos ahí y el viento golpeaba nuestro rostro. Nosotros teníamos las mejores vestimentas, y nos volvíamos a dormir al hotel. Pero los chicos estuvieron más de 60 días bajo ese clima, y andaban con zapatillas Flecha.
–¿Cómo es la relación de los ex combatientes con Malvinas?
–Edgardo, como dije, fue el primer ex combatiente que volvió a Malvinas. Todos tienen una relación muy fuerte. Acercarse a las Islas es una manera de procesar el duelo. Todos los ex combatientes tienen una necesidad de volver. El año pasado presentamos un fragmento en Mar del Plata, y se acercó un ex combatiente conmovido, casi sin poder hilvanar las palabras,nos dijo que durante toda su vida había querido volver a Malvinas. Y que la película había sido una forma de volver.
–¿Encuentra alguna conexión con la actualidad?
–La guerra de Irak. Esta invasión entre Estados Unidos y Gran Bretaña, contra un país me golpeó muy fuerte. Porque la operación de Malvinas no era posible para Inglaterra sin Estados Unidos de su lado. Sin poder operar en la Isla Asención, la operación militar era inviable.
–Hay grandes mentiras que aún hoy persisten.
–Una es “Estamos ganando”, la tapa de Gente. Antes de la guerra todo se manejó en secreto absoluto hasta unos 5 o 6 días antes. No hubo tiempo material de transformar esa relación entre oficial y colimba. Fue casi un traslado de un colimba de un día para el otro desde los cuarteles a las Malvinas. Pero también se trasladó el maltrato al soldado aun en tiempos de guerra. Esa relación perversa se trasladó al campo de batalla.
–La otra gran mentira es “No van a venir”...
–Nadie había combatido, creían que se trataba de ir a ocupar y listo. Ahora todos opinan que hacer lo que hizo Galtieri fue totalmente impensable. Sólo un borracho podía hacer algo así.
–Es muy distinta la percepción de Buenos Aires que la que se vivió en el sur del país.
–En Puerto San Julián, donde parábamos en el rodaje, vivían los pilotos y los técnicos de la guerra. La gente miraba cuántos aviones salían y cuántos volvían. Las bombas no eran lejanas, Malvinas estaba a 500 kilómetros. La vivencia protagónica es distinta. En Buenos Aires la gente pensaba más en el Mundial de España.
–Por suerte se perdió ese Mundial.
–Sí, por suerte perdimos.
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