ESPECTáCULOS › FABIO ALBERTI Y DIEGO CAPUSOTTO, OFERTA DE TEMPORADA

“Hay que saber cuestionar lo absurdo que tiene la vida”

Repusieron Una noche en Carlos Paz, pero en Mar del Plata. Dos freaks que conviven con la revista y el vodevil costero.

Por Julian Gorodischer
Desde Mar del Plata

Aparecen en escena sus creaciones desfiguradas, y fluye ese talento que tienen para afearse, autodenigrarse, pero sin el espíritu del catador de freaks. El de Una noche en Carlos Paz –recién repuesta en Mar del Plata– es un sacrificio: Fabio Alberti y Diego Capusotto salen semidesnudos, o con una pija gigante de plástico o una pijita, encorvados o travestidos y se entregan a la masa gritona, entusiasta, teleadicta, que reclama escenas repetidas en ese minuto en que la popular hará sonar silbatos, acelerará los clicks de las cámaras de fotos, con el enorme placer de ver al ídolo caído. La dupla menos pensada de la avenida Luro se hace cargo de lo que la ciudad espera de ellos (¡dos famosos de la tele!), pero agregan pequeñas variaciones: “Nosotros le estamos contestando a las franjas que se ponen en las marquesinas –dice Alberti–. Salgo y leo: ‘Los Número 1 del verano’. O camino y veo: ‘El éxito de la temporada’. Hicimos una fotocopia y promocionamos: ‘Nominados a Mejor Concha de Mar’. Y la gente se para, se asombra, le llama la atención y, a veces, ¡entra!”.
La reposición en Mar del Plata enfatiza los ecos de comedia de Darío Víttori, algo del espíritu de los Bredeston y sus reglas fijas para un manual: aplaudir las entradas de las estrellas, respetar una escenografía simple, pero con brillitos y promover un cuento fragmentado en “números vivos” en lugar de un principio, un desarrollo, un final.... Una noche en Carlos Paz (que se puede ver de jueves a domingo a las 22 en el teatro América, Luro y Corrientes) cuenta su historia al modo circense, con una sucesión de sketchs en los que los dos “bichos” se transmutan y disfrutan de la deformidad de sus creaciones: “el hombre púa”, “el hombre que no ríe”, y de los clásicos que hacían en la tele, como Mirtha Jusid o el falso canto melancólico del dúo Experiencia. Y más que nunca (en la meca de la vidriera de “estrellas”) resuenan las voces de la farándula revisitada, esa entidad puramente televisiva que, en los sketchs, sufre la alteración de nombres y fisonomías (para la muñequita Barbie Barbieri o el cantante uruguayo Roberto Oreiro) hasta quedar desintegrada, revuelta, sin la solemnidad de las peleas por la taquilla, la guerra de vedettes y otros clichés del verano. “Los lugares que inventamos –dice Capusotto– siempre tienen que ver con espacios ficcionales, emblemas de lo berreta como era el Miami de la TV o este Carlos Paz en Mar del Plata”.
–¿Y si hubiera que contrastar aquel Miami de Todo por 2$ con éste Carlos Paz en Mar del Plata?
F. A.: –Si el programa tenía un pseudo brillo a lo Miami, el teatro no disfraza nada. En el escenario lo que hay es lo que hay, y en Mar del Plata o Carlos Paz la ves a Moria con todos los kilos que tiene encima y sufrís cuando los bailarines intentan levantarla. El teatro de Mar del Plata es una cosa como de barrio, que me remite a cuando era chico y entraba a ver la película prohibida en San Fernando. Acá venís al teatro, que es un cine reciclado, y no hay un redondel en la butaca para apoyar el vasito de gaseosa. Por suerte, todo es más rústico.
¿Y qué esconde el balneario de verano? ¿Qué hay detrás de la compulsión a “la teta y el culo” que –dicen– se ve por todos lados? Esas son las preguntas que formulan Alberti y Capusotto cuando montan su paso de comedia serrana en la ciudad de las olas. Ellos se pasean por las avenidas como hipnotizados por las fórmulas remanidas de promoción de estrellas, aturdidos por las estrategias para recaudar, por el aluvión de travestis en las marquesinas. Y luego empieza el lento trabajo de descomposición hasta derribar todo discurso de autoridad. En la obra hay parodias al policía (el Facho Martel), al padre de familia, al superhombre (Johnny Cortázar), al participante televisivo (“Papastars”), la vedette (aquí ungordo travestido) y el “pescado in fraganti” en la era de la cámara oculta (Padre Grassi, Michael Jackson).
–¿La ironía se convierte en una forma de resistencia?
D. C.: –El humor siempre tiene que ser corrosivo, reírse de lo que parece y no es, tener el factor de burla, cuestionar lo absurdo de la vida. La mayoría de la gente hace una sola lectura: nos conoce de la tele y viene a vernos. Así, la mezcla es grande: compartimos la marquesina con Nito Artaza, pero ofrecemos una mirada sobre lo berreta, lo falso, lo pretendidamente glamoroso.
–¿Funcionan como comentaristas cínicos del balneario costero?
F. A.: –Cuando decimos que ganamos el “Concha de Mar”, contestamos a la mentira de todas las obras de teatro que hacen trampa, venden doscientas entradas a veinte pesos y, después, obsesionados por la taquilla dicen que vendieron cuatrocientas de cien. No pueden pensar más allá de la recaudación, o de tanta concha y tanta teta que hay en la ciudad, como en la obligación de montar un espectáculo con gente en bolas.
–¿La platea hace catarsis?
D. C.: –El público que viene a ver a la Ritó no viene a vernos a nosotros; viene la gente que veía el programa, pero también está el que entra por casualidad, confundido por la marquesina gigante, y produce un factor sorpresa que siempre es interesante.
F. A.: –Hacerla en Mar del Plata es cambiar de público, y eso incide en uno. La gente está de vacaciones, tiene otra ansiedad, espera veinte minutos y se ponen más pesados. Dicen: “Vamos, que empiece, pongan los ventiladores”. O, si no, aplauden de pie, en una costumbre que es de teatro de verano. En Buenos Aires es más raro que suceda algo así, o que aplaudan entre números, que sean tan expresivos.
Ahora, una vieja se tropieza. Y por un rato todo es un gag de Todo por 2 $ y se hacen más fuertes las risas, más risas, fáciles o forzadas, en una excitación continua, buscada y conseguida. El elenco varonil se entusiasma con el armado de mujeres falsificadas: Lulo y Julio César, integrantes del elenco, aparecen con falsas vaginas sobre un neoprene muy finito. Lo sexy queda reducido al cuerpo masculino fofo o enclenque, como una vedette degradada. Con los mismos ingredientes de la revista de al lado (la bailarina, la canción falsamente épica), Capusotto y Alberti siguen elevando el sinsentido a categoría existencial: “¡Necesitamos que el hombre nazca! –dice la canción–..., y que por Nazca vaya a Gaona/ cierra los ojos y comienza a vibrar/ con esa noche donde volviste a soñar/ es una noche en Caaaaaaaarlos Paaaz...”. Abajo y encima del escenario, nunca se privan de su pequeña cruzada antiintelectual: la parodia se ejerce solamente “en acto”, nunca como sermón o editorial. A cualquier amague conceptual, ellos responden con un cross a la mandíbula del interrogador. “Acaba de desatarse una guerra de vedettes –anuncia Alberti–. En este momento está planteada entre Yuyito y Mariano Grondona. Ella dijo que Sófocles era trolo y que Eurípides se la daba, y que por eso a Grondona le gustan los griegos. Y él le contestó que va a ir a la puerta del teatro y le va a romper la cara de una trompada.
Las barras de la platea festejan cada broma como en trance, con el espíritu de una hinchada: con entusiasmo y prepotencia. Aquí no hay lugar para una rebelión silenciosa: hay que adosarse al codazo, el empujón, el saltito, la ovación para recibir el siguiente número, alentar un remate, con especial predilección por el chiste sobre gays, el cuerpo masculino travestido o la caricatura de alguna estrella desvirtuada. Son las caras de siempre que atestaban la tribuna de Canal 7 durante Todo por 2$, rostros de muchos hombres jóvenes convocados a revivir los encantos del tablón. Pero siempre dan sorpresas. “Aquí me llama mucho la atención que la gente coma tanto en el teatro –dice Fabio Alberti–, con esa extraña costumbre que les impusieron las cadenas de cines. Fijo la mirada en la fila dos y veo pizzas, panchos, helados, gente masticando como loca, ¡y con la boca abierta!”.

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Alberti y Capusotto, antihéroes de un público tan entusiasta como teleadicto.
 
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