ESPECTáCULOS
› GASTON TREZEGUET PUBLICA UN LIBRO SOBRE SU VIDA
“La estupidez me subleva”
El niño terrible de “Gran Hermano” dice que en “Sentir, confesiones de un adicto” escribió todo lo que le pasó en los últimos tiempos: fiestas, drogas y la internación en una granja, financiada por Telefé.
› Por Julián Gorodischer
“Después de un saque, surgieron en mí las ganas de volver a escribir. Mi ojo se deformó y cayó una lágrima arrebatada...” Así comienza Sentir, confesiones de un adicto, ingreso a la literatura de Gastón Trezeguet, ex niño terrible y hoy arrepentido de la “vida loca”. El chico de la camisa de jean, o el chico del “coming out” más recordado, o el hijo del Demonio –según lo definió una vez el padre de Tamara– decidió narrar sus recorridos nocturnos desde el boliche de la Costanera al bar francés, sin dormir en toda la semana, ayudado por el “queto” (cocaína), y dejó aparecer toda su angustia de ex rehén, que es mucha, a juzgar por su frase contundente: “Ya no quiero entrar ni salir de ningún lado”. O una más colérica, que dice ahora, cuando recuerda el saludo, el halago y el insulto que se repite todos los días: “La estupidez de la gente, que me grita puto, me subleva”.
Quiere disfrutar, tras la publicación (antes de fin de año, según espera), de las mieles del “ser famoso por algo en particular” y ya no de la fama en sí misma, ese derivado de su estadía en la gran casa, que sobrevuela todo el tiempo, cada vez que alguien pasa y lo reconoce. “Miro a un hombre a los ojos –dice, y lo hace, sonríe, se queja– y sé que no tengo ningún misterio; sabe absolutamente todo sobre mí.”
El diario de sus noches, una remake por escrito del film francés Noches salvajes, pero no referido al sida sino a las salidas y el consumo de drogas, empezó a tomar forma hace muy poco tiempo, durante la estadía en una granja de recuperación de adictos, que financió y estimuló Telefé después de una detención policial que le encontró unos pocos gramos de cocaína. Esa razzia terminó con una noche en la comisaría y fue el escándalo excluyente de todos los programas de la tarde. Como si la casa del “Gran Hermano” volviera a tomar forma, como repetición no televisada de la convivencia y el debate de “tópicos”, Gastón volvió a ser, una vez más, un gran provocador que terminó cuestionando las rutinas domésticas de barrido y limpieza e increpó a sus “cuidadores” en la granja de rehabilitación. “No te pago una luca y media por mes para que me hagas limpiar el inodoro; eso no me recupera.”
En su libro, que ideó durante esas noches aburridas y sin tele, sin radio, sin gente alrededor, sin “queto”, sin alcohol, cuenta en primera persona la rutina de “la gran familia de la noche”, un colectivo de personas unidas por la fuga del sueño y la euforia. El chico más famoso del encierro (en “Gran Hermano”, en la granja, en las discos) cuenta en el libro Sentir, confesiones de un adicto que después de salir del megaestudio de Martínez se pasó varias semanas sin ver el sol, yendo de la disco a las casas de los amigos con las persianas bajas. Gastón combinó entonces el alcohol y la música electrónica con el sexo casual, un cóctel que adornó con consignas del tipo: “Pasemos una semana entera sin dormir, de jueves a jueves; empecemos en el Club 69 y terminemos a la semana siguiente ahí mismo”.
Esa vez, no cumplieron el objetivo por un día, y después sobrevino la lógica crisis de “estar al pedo” y de “vivir en pedo”. Gastón atribuye parte de toda esa rutina del fiestero a la resaca que sobrevino a “Gran Hermano”, como si ésa fuera la manera de cerrar bien los ojos y no ver el dedo que lo señala por la calle o las situaciones de agresión que debe soportar como un precio a su sobreexposición: “Puedo estar en un boliche, y alguien salta y me pega una piña”.
“Después de unas copas –dice Gastón que dirá su libro–, la ebriedad me sobrepasa. Necesito cocaína para seguir el ritmo. Mi libido sube a niveles increíbles. Sobrio, no me interesa el sexo si no es con la persona que quiero. Pasamos al After Hour, y abundan los dealers. Empiezo a decidir con quién me quiero acostar. Pero, en el fondo, lo único que me interesa es conseguir otro dealer. Señalo a alguien, en la disco, y estoytotalmente seguro de que se va a ir conmigo. Lo que hago es enviar a un amigo, para que le diga: ‘Gastón quiere ir a tu casa’. En estos casos, no importa para nada que sea gay o heterosexual. Las drogas convierten a los hombres en las más mujeres.”
Miembro de una de las pocas elites que sobreviven en la Argentina de la crisis, la de los famosos, a Gastón Trezeguet sólo se le exige un requisito: aparecer de vez en cuando en la pantalla, demostrar su potencial de persona conocida que saluda o firma autógrafos y mostrarse siempre desentendido. Un pacto implícito, en la disco o en el estudio, prohíbe romper el clima o alterar la fiesta, y esa negación garantiza el pase a las páginas de vidriera de las revistas de actualidad. En ellas, Gastón confirma buena parte de las cualidades que la tele sabe valorar: codearse con otros famosos, sugerir un romance, prometer una aparición en el corto plazo. La suya podría llegar a ser en el programa “Crónicas Marcianas”, que conducirá Jorge Guinzburg en Telefé durante la segunda mitad del año.
Pero después, cuando amanece, pide hablar con su papá, y le dice: “No me banco todo lo que está pasando; la gente me está mirando todo el tiempo”. Y se arrepiente súbitamente de su confesión a cámara, y después se enorgullece, pero volverá a arrepentirse con naturalidad. Ahora recuerda esos cambios de ánimo, como también la internación en una granja financiada por Telefé y los resultados obtenidos: aislarse, olvidar y volver a empezar. Y larga su última frase, que no es otra cosa que una denuncia al reality show que nunca asumiría por completo, un poco rimbombante pero, también, absolutamente creíble: “Después del ‘Gran Hermano’, yo no volví a ser feliz”.
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