ESPECTáCULOS
› CONTACT IMPROVISACION
El baile, como una vorágine de energía
Se trata de una forma de danza libre, improvisada y apta para todo público. En Buenos Aires gana adeptos día a día.
› Por Analía Melgar
Buenos Aires, enero del 2005. Cuando todo parece sumido en el sopor de una siesta macondina, algunos cuerpos entusiastas vienen a desmentir eso de que en verano la actividad de la danza se detiene. Son los fanáticos del Contact Improvisación (CI), que siguen con su disciplina, haga frío o calor. Esta forma de danza destinada a un amplio público no requiere de conocimientos previos. Por eso, invita a ser conocida y vivenciada por bailarines profesionales, así como también por pataduras declarados. Personas de todos los sexos, edades y estados físicos pueden acercarse a ella para lograr un momento de salud, bienestar y enriquecimiento personal no contabilizable en billetes. Creado en la década del ’70 en Estados Unidos por un grupo de revolucionarios de la danza y estudiosos de artes orientales, el CI cada día gana más adeptos en todo el mundo, formando una red global que llega hasta las pampas.
Buenos Aires es uno de los centros más importantes de CI, a la par de Berlín y París, entre otras ciudades. Durante este mes tórrido siguen las actividades. La maestra Andrea Fernández dicta un seminario en Malabia 1725. También hay clases en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551) y en el estudio Epuyén (Aranguren 45). Además funcionan dos encuentros semanales para ir a bailar (los llamados jams), también en Malabia 1725: jueves a las 22 y domingos a las 20.30. Por último, a fines de enero se realiza la inscripción para los cursos de verano de la maestra Cristina Turdo en el Centro Cultural Rojas.
La denominación en inglés Contact Improvisation puede ser traducida como improvisación por contacto, de donde se extrae una definición de esta danza. El contacto del propio cuerpo con otro estimula movimientos sólo regidos por decisiones instantáneas del intérprete, sin la intervención de ningún coreógrafo o director. Pura improvisación, puro presente, pura acción, en una vorágine de energía que arrastra a hombres y mujeres de toda condición. Entre las muchas diferencias que el CI presenta con respecto a otras corrientes de la danza contemporánea, está su capacidad de inclusión. Privilegia la experiencia personal por encima de la sola observación. Si bien existen performances destinadas a la mirada de un público, el CI es sobre todo una danza participativa, a través de clases o a través de jams.
¿Y qué es un jam? Como una jam session de jazz, no tiene partitura preexistente ni instrucciones a seguir; consiste en una improvisación colectiva. Semejante a una milonga, es un espacio donde se congregan muchas personas con ganas de bailar. Pero, en este caso, no es un ámbito social sino puramente kinético, no tiene fines de lucro sino que apenas se pagan los costos por el alquiler de la sala, no hay orquesta, música ni tragos sino silencio y concentración, no se llevan tacos ni polainas sino pies descalzos. Las reglas de convivencia se establecen en el interior de ese encuentro absolutamente autogestivo. Sin jerarquías, novatos y conocedores comparten sus búsquedas, sin usar palabras, mediante ese lenguaje universal hecho de espalda, cabeza y extremidades.
La comunidad del CI se abre a nuevos miembros, aunque no transige en modificar ninguno de los pilares que lo sostienen. Los nodos que lo constituyen son tanto ideológicos como físicos. Entre los primeros se destaca el hecho de que el CI existe sin una institución que lo reglamente, sin marca registrada ni líderes. No hay una escuela que lo enseñe. No hay título. En términos físicos, el CI es una búsqueda de posibles resoluciones al impacto de la fuerza de gravedad. Si la danza clásica concibe un cuerpo estilizado que reniega de la gravedad para devenir etéreo, el CI asume el cuerpo inmerso en la influencia de las fuerzas del Universo y lo piensa como minúsculo objeto redondo que rueda, gira, cae y rebota. El resto es libre: no hay formas fijas ni coreografías en el CI. Basta con ser fiel a los impulsos del momento. Aunque no, no basta. Cuidado y respeto por el compañero son dos componentes igualmente fundamentales que, en el marco de una clase, el coordinador debe promover para asegurar la comodidad de los participantes. Al tratarse de una danza compartida entre dos, tres o más performers, se vuelve imprescindible escuchar no sólo las propias necesidades sino las ajenas también, con una visión periférica del conjunto. Las individualidades se funden para producir un encuentro profundo.
Los bailarines cumplen roles: guiar y ser guiado, sostener y descargar. En todos los casos, no hay diferencias genéricas: hombres y mujeres pueden igualmente alternar sus funciones. A medida que aumenta la confianza y el entrenamiento, se logran figuras fuera de eje y se producen caídas, roladas y vuelos en un diálogo que exteriormente puede recordar la capoeira o posturas acrobáticas. En su profundidad, el CI es mucho más porque la verdadera comunicación con el compañero de danza se consigue a través de un estado de meditación, de profunda concentración. No cuentan los resultados visuales sino las sensaciones internas. Sumergirse en las impresiones y emociones produce inquietud y desorientación. Ese “no saber” es el principio de la riqueza del CI, una búsqueda de caminos en el preciso momento del hacer, en el proceso del bailar.
Buenos Aires cuenta con gran cantidad de maestros (Cristina Turdo, Andrea Fernández, Gabriela Entín, Gustavo Lecce, Marina Tampini, Laura Barceló, entre tantos otros), alta frecuencia de jams (la sala de Malabia, el Espacio Ecléctico, la ex Biblioteca Nacional), visitas de instructores de todo el mundo y la regularidad del Festival Internacional realizado aquí anualmente desde 1999, con una fuerza que inspiró al Primer Festival Internacional de CI en Brasil: ahora, entre el 22 y el 30 de enero, en Brasilia. Esta práctica ya se propagó hacia Rosario, donde también existen clases y un jam. Con los brazos abiertos, espera nuevos interesados.
Subnotas