ESPECTáCULOS
› TEATRO EL LARGO VIAJE DE CHACOVACHI
“La función del payaso es la crítica social”
De Plaza Francia a la costa atlántica, pasando por Europa, transitó todos los caminos del artista callejero. Este año en San Bernardo, el Circo Vachi montó una carpa y va por más.
› Por Silvina Friera
Desde San Bernardo
La gente de San Bernardo tiene puesta la camiseta de Circo Vachi. La lleva tan adherida a la piel, con tanta naturalidad, que no necesita mostrarla. “Siga derechito, nomás, ya la va a ver”, dice un hombre que camina sin apuro por la cuadra de la terminal de ómnibus de este pintoresco balneario de la costa atlántica. Y derechito, nomás, se va asomando la carpa multicolor –verde, violeta, naranja, azul–, ese soporte material y simbólico que apaga la cerrada monotonía de un sábado con lloviznas intermitentes. “Ojo con los perros, no entrar”, amenaza un cartel. Una de las perras, Luna, lleva en su boca una pelota, zarandea la cola, mira a esta cronista sin demasiadas expectativas y corre hacia el fondo. A las tres de la tarde, los artistas están durmiendo la siesta en la esquina de la avenida San Bernardo y Tucumán, donde todas las noches en dos funciones, a las 21 y a las 23, se presenta De Lujo. “Cuidado, payasos sueltos”, advierte un letrero pintado a mano. Pero ni los payasos aparecen. Después de varios e insistentes golpes de palmas, se escucha el chirrido de una puerta –la cocina y el baño del circo están en una pequeña casa chorizo de material– y se acerca el payaso Chacovachi, de civil, con el pelo revuelto, en remera, jeans y ojotas. Aunque tiene cara de “recién me levanto”, invita a pasar. “Esto es un sueño”, confiesa mientras echa un vistazo a las gradas y a las sillas que albergan a más de 300 personas por función. Enciende el primer cigarrillo y pilotea el humo que exhala y los recuerdos de cómo llegó de Plaza Francia a la costa atlántica.
Hacerse de abajo
Hace tiempo que Fernando Cavarozzi mira su documento de identidad con extrañeza. Chacovachi dejó de ser sólo su nombre artístico; es el payaso y la persona fundidos en un mismo modo de mirar la vida en las calles de Argentina y del mundo. Tiene 42 años, más de un metro ochenta de altura y la confianza adquirida de quien está habilitado a dar cátedra en la materia “hacerse de abajo”, pateando las calles y las plazas para juntar el mango. Algo le queda, en su forma de hablar, en el corte de pelo –rapado a los costados, con un jopo en el medio y largo atrás–, de sus inicios como bajista en una banda de rock adolescente. “Cuando terminé el servicio militar tenía que trabajar o estudiar, y me pareció que una buena síntesis era ser artista”, bromea ante Página/12. “Estudié en la escuela de mimo de (Angel) Elizondo y tuve la suerte de que a los meses de estar en la escuela pidieron estudiantes que se animaran a hacer algo en las plazas, y así llegó mi primera función en Parque Lezama. Yo no sabía lo qué era eso del teatro de calle, con la gente en redondo que te mira a los ojos –recuerda–. Fue maravilloso. Después de esa función era otro alumno. Para mí el teatro empezaba a las cuatro de la mañana, en un tugurio de San Telmo, con un tipo que se subía a un escenario y que no veía que del otro lado había un borracho que ni lo miraba.”
El payaso visceral
Las primeras influencias de Chacovachi fueron la referencia ineludible de los adolescentes promedio de la década del ’70: mucho Los tres chiflados, el Negro Alberto Olmedo y Pepe Biondi. “En mis primeros diez años como payaso, yo era una isla, trabajaba en la plaza, pero no tenía amigos artistas. Cuando vi, en una serie de televisión, a un mimo en el Central Park que pasaba la gorra me di cuenta de que podía vivir de esto. Ser artista es fantástico, pero no quiero ser Van Gogh, ni cortarme la oreja”, aclara. Después estuvo en Parque Centenario hasta que un día, en 1986, había un acto político y Chacovachi enfiló con su valija rumbo a Plaza Francia. “Me parecía una plaza muy gorila, muchas mujeres que no iban conmigo.” Antes había intentado trabajar en la plaza “gorila”, pero una señora le dijo: “Sacame esta villa de acá”. Pero algo había cambiado. “Volví a trabajar y me fue bárbaro en todo sentido. No sólo económicamente, sino que encontré un público para criticar.”
–¿Por qué?
–En Plaza Francia está todo, el Centro Cultural más careta de Buenos Aires, el cementerio más caretón, los turistas a quienes yo les decía que Plaza Francia no era argentina, muchos intelectuales y artistas. Yo me critico a mí mismo. La función del payaso es la crítica social, conseguir la risa con una verdad, no con la mentira. Y así se fue armando este payaso contestatario que soy yo, y que cada vez se hizo más visceral.
De la calle a la carpa
Muchos lo vieron en 1995 en la plaza de San Bernardo, justo enfrente de la carpa, colgando una cuerda indiana de un árbol y dos tachitos de luces. Así de precario e improvisado era el asunto, aunque Chacovachi ya era un veterano en el arte de viajar a Europa para participar de las fiestas populares y festivales de artistas callejeros en Zaragoza, Bilbao, Andorra, Santander y Galicia. El año pasado más de 70.000 personas presenciaron las funciones en la plaza del balneario. “La historia de Circo Vachi tiene que ver mucho con San Bernardo –explica el director artístico de la compañía–. El hecho de trabajar en un mismo lugar durante diez años hace que la gente crezca con vos y tenga tu recuerdo, y para ellos San Bernardo es el Circo Vachi. Ahora apostamos con todo: alquilamos este terreno y montamos la carpa. Porque una de las cosas que nos mataba era la lluvia, cuando llovía había que suspender.”
El Circo Vachi está integrado por artistas callejeros: María Eugenia Favale, alias Maku Jarrak; Mariana López Pérsico, la “Rana”; Fernando Santillán Palmeiro, más conocido por “Furman”; Sebastián Marcelo Guz, alias “Costrini”; Tomate y Mariana Luna Ruffolo. Todos trabajan en España o en Europa durante el invierno y están en contacto con las nuevas tendencias. “Esa es una diferencia que tenemos con el circo tradicional. Los números son nuestros, no hay un concepto de copia.” Además, los distancia del circo tradicional la forma en que llegaron a la carpa. “La gente de circo ama lo que hace pero esgrime su pedigree; nacen en un circo y van a ser cirqueros porque es la forma de vida de sus padres. Nosotros nos enamoramos del circo, éramos artistas que buscábamos una excusa para estar en escena y descubrimos el circo, en mi caso ya grande, porque empecé a hacer malabares a los treinta años”, compara Chacovachi.
El nuevo circo
“En lo callejero hemos llegado a un techo, pero en la carpa es nuestra primera experiencia, y estamos aprendiendo mucho. La carpa tiene una magia muy especial, el espectáculo más importante por naturaleza hace 70 años atrás era el circo. Tratamos de recrear eso, vivimos como los artistas trashumantes de hace muchos años, porque estamos acá, y después nos vamos a Europa y giramos de fiesta en fiesta.” Chacovachi dice que en la Argentina, en la calle, “te hacés bueno sí o sí. Aprendés a los cachetazos. En España trabajás sin problema, la gente te respeta, la policía no te corre y podés decir cualquier cosa. El año pasado, frente a la catedral de Santiago de Compostela, arranqué la función gritando: ‘Españoles, Franco ha muerto’. Franco era gallego, iba a esa iglesia. La mitad de los espectadores se rieron y la otra mitad se incomodaron, pero nadie me vino a decir que no lo podía decir. Respetan a los artistas callejeros”.
Chacovachi cuenta que para componer a su payaso se alimentó de sus pensamientos. “No sé si lo que quise fue hacer reír directamente. Si escuchás a mi payaso, todo el tiempo está diciendo cosas trágicas. Hagosubir a un chico del público y le pregunto: ‘¿Te gusta vivir en este mundo?’ ‘Sí’, me dice. ‘Ya se te va a pasar’, le contesto. La gente estalla de risa, pero es algo dramático”, subraya el payaso. “La calle me hizo así. Hay que tener cierta agresividad para mantener la atención y el control de la gente. Al principio era más agresivo porque no sabía manejar sutilezas, pero con el tiempo me fui transformando en un payaso más visceral, pero también más tierno.” Un payaso que busca “divertir sin estupidizar”.
Subnotas