ESPECTáCULOS
› CON RIFF, DIVIDIDOS Y BARON ROJO, COSQUIN TUVO SU JORNADA MAS MOVIDA
Una verdadera montaña de rock
La tercera fecha tuvo todo para los amantes del sonido fuerte. Incluyendo la reaparición de la maldita bengala.
Por Cristian Vitale
Desde Comuna San Roque, COrdoba
Poco aportó a la tercera jornada del Cosquín Rock que Fernando Ruiz Díaz, cantante de Catupecu Machu, insistiera con su arenga habitual acerca de las bondades de la tolerancia en el rock. Que haya soltado por enésima vez frases del tipo “Está buena esta cosa de comunión, Divididos, Carajo, Cabezones y Miranda! tocando juntos. La cancha es una cosa y el rock es otra”. A Pappo, otra vez protagonista, le importó soberanamente nada. En un bache sonoro entre Ruedas de metal y Quién eres tú forastero –subido a Riff, claro– retomó el camino histórico. “Loco, en el otro escenario paren de hacer ruido al pedo. Toquen rock and roll en vez de esa estupidez”. Y seguidamente remató con inconfundible tono futbolero: “Le vamos a romper el culo a éstos”. ¿Quiénes eran los otros?... casualmente Catupecu Machu ¿En qué derivaron las palabras de Pappo?... en un cerrado aplauso de su nutrido grupo de seguidores –carcajadas metaleras, chanzas y altivez incluidas– y en ciertos debates entre quienes estaban justo en el medio, a 190 metros de cada uno. “Es un sacado, no puede decir eso”, razonó una chica con remera de Hermética ante su novio con mismo atuendo. “Pappo es Dios, no se discute. A estos pibes les falta mucho. Fijate qué escenario agita más”, le contestó él.
El detalle explica bien el cruce de visiones acerca de cómo debe operar el respeto en el género –polémica nacida de la era de la diversidad en el rock–, pero sirve como guía, para confirmar el dato central de la tercera noche cosquinera, rebautizada como la “Próspero Montaña”: el ojo rockero con excepción de Divididos y el set hipnótico y tempranero de Los Natas -no estuvo en el escenario principal, como había ocurrido en la noche anterior sino en el temático–. Una gran cantidad de metálicos –dicen que la Docta es de cuero y cuarteto– copó el sector más cercano a las sierras y ni siquiera miró de reojo lo qué pasaba enfrente... la jornada era ajetreada y numerosa, y había que aprovecharla. Guerrero Inmortal, Tren Loco y los tucumanos de Karma Sudaka fueron encendiendo el fuego sagrado del metal para que O’Connor –a esta altura redunda comentar que su show fue impecable– y Horcas colmaran y calmaran la ansiedad de las huestes.Otro detalle: Pappo no estuvo solo en su ortodoxia ideológica. Tras una incendiaria versión del viejo clásico de V8 Destrucción, Walter Meza, cantante de Horcas, fue aún más contundente que el Carpo: “Qué me vienen con Bersuit y Babasónicos... acá está el rock and roll”, dijo, y no pocos lo vivaron.
Pero el rock and roll más bien apareció en su forma más acabada cuando los hermanos Armando y Carlos De Castro irrumpieron en escena con un sonido fuertísimo y cristalino, ante un público muy cerca del cenit. Barón Rojo confirmó en una hora que 25 años no es nada cuando se trata de rockear. Perfecta combinación de dureza y guitarras limpias, mucha nostalgia de la era dorada del hard rock –muñequeras, cuero negro en abundancia, tachas-y algunos “estrenos” que forman parte de Perversiones –último disco de la banda española– como Loneliness en clave pesada y una canción inevitable para recordar a los muertos de Cromañón: Canción para ellos. El set de Barón Rojo aportó además, una de las pocas invitaciones del día, en marcado contraste con la “noche de cruces” predecesora. Convocaron a “un viejo amigo de aventuras” –Miguel Botafogo– para remover de los lejanos y rurales años treinta al encrucijado Robert Jonhson, con Crossroads, necesario para mechar algo de blues en medio de tanta dureza.
“1980-2005, Las ruedas de metal no detienen su motor.” Con esa bandera negra como marco, Riff transformó en música el mandato de la historia y conmovió pese al exceso –o gracias a él– de clásicos. Pappo trocó el jean blusero que se había calzado en la noche previa por el típico de cuero negro y ajustado, y rockeó subido a un repertorio del que nadie, literalmente nadie, se quejó: Ruedas de metal, Susy Cadillac y No detenga su motor, entre otros, para evitar –acorde a su estilo– que la gente se cruce del otro lado “con los otros”. Con el aporte de Vitico e hijo –más Peyronel, claro– el nuevo Riff no tiene nada que envidiarle a la formación que incluía a Boff. Que no quepan dudas: quedó demostrado a pura música. Cuando subió Divididos, el escenario principal retomó su centralidad. En parte, inevitable, porque del otro lado las montañas habían recuperado la calma habitual, pero sobre todo porque el Cosquín Rock, por quinta vez, le entregó la posibilidad de cerrar una de sus noches. Precedidos por Carajo –una vez más, la banda de Marcelo Corvalán confirmó su ascenso en todo sentido– y Catupecu, Diego Arnedo, Ricardo Mollo y Catriel Ciavarella optaron por el plan eléctrico, hendrixiano y psicodélico de siempre, sin el bloque acústico del medio. A las 3 de la mañana, la exigencia popular orientaba hacia lo más arriba posible y en ese plan sonaron –demoledores, certeros, transpirados– Narigón del siglo, Rasputín, Ala delta, El 38 y una fulminante versión de Cielito lindo que contrarió el slogan del festival “100 por ciento aire libre, el pogo no cansa”: el inmenso pogo agotó un 100 por ciento a buena parte de las casi 25 mil personas que se habían quedado, estoicas, pisando tierra seca y arropadas en frazadas para ver a la aplanadora.
Tras una siesta corta y matinal, una cantidad similar de gente disfrutaba entrada la tarde noche de ayer de un cruce estilístico –a esta altura para nada sorpresivo– entre Dante Spinetta y Rata Blanca, a la espera de Vicentico, El otro yo y Babasónicos, frente a la alternativa blusera –Memphis, Botafogo (¡otra vez!) y Mississippi– del otro escenario. Hoy, la última fecha prevé las presentaciones de Jóvenes Pordioseros, Arbol, Kapanga, La 25, Las Pelotas y el ex baterista de los Ramones, Marky, encabezando el género restante: punk-rock y felicidad para todos, porque, si algo quedó claro hasta hoy, es que en Cosquín volvió la alegría.
Subnotas