Mié 09.02.2005

ESPECTáCULOS  › EL DVD “RUST NEVER SLEEPS” CAPTURA AL MEJOR NEIL YOUNG

Rock and roll inoxidable

El músico canadiense sorprende a los desprevenidos con un material visual y sonoro registrado en 1978, inédito aquí.

› Por Roque Casciero

Rust never sleeps: el óxido no descansa. Para mediados de los ’70, la mayoría de los rockeros de la generación hippie estaban más que oxidados: eran estatuas de sí mismos, dinosaurios tapados de drogas que no podían imaginar un futuro en el que ellos no dominaran el mercado. Entonces apareció el punk rock y desestabilizó los pedestales, y muchos de esos rockeros que antes hablaban de amor libre empezaron a mirar con ojos policíacos a esos salvajes de crestas y alfileres de gancho. Pero no Neil Young. El supo ver el aire fresco que los Ramones y los Sex Pistols le proporcionaban a su viejo y querido rock ’n’roll: “Me gusta esa música porque la gente que la hace está viva. Y todo le importa un carajo. No le importa ser número 1. No se preocupa por tener un producto pulcro y que suene fantástico. Lo que quiere es algo que salga de las entrañas, un buen ritmo y decir algo que significa algo para ella”. O sea, el mismísimo rock que Young había atesorado en su adolescencia en Canadá, el que lo había llevado a formar Buffalo Springfield en Los Angeles, el que motivaba cada uno de sus pasos junto a los Crazy Horse.
Entonces Young decidió que era tiempo de rockear como nunca antes, de entregar electricidad en forma de melodía, de salir a devorarse los escenarios. De eso se trató Rust never sleeps, el disco que publicó en 1978, y la película del mismo nombre que documenta la ruidosa y peculiar gira para presentar el álbum. La flamante edición en DVD le hace justicia con un material visual y sonoro que nunca se había visto fuera de los cines norteamericanos, y recuerda a los desprevenidos por qué Neil Young es un icono rockero de varias generaciones.
En esos días el cantante se involucró con los Devo, dos muchachos art-punk de Ohio a quienes les encantaba provocar. Young los invitó a participar de Human highway, una película sin guión (y con resultados acordes) que filmaba bajo el seudónimo de Bernard Shakey. Y una noche, en los estudios Diferent Fur, Devo y Young hicieron su única colaboración musical: una canción que el canadiense todavía no había terminado, llamada Hey hey, my my (into the black). En esa desenfrenada versión, Booji Boy, cantante de Devo, agregó la frase “rust never sleeps” en referencia a la corrupción de la inocencia. Para Young fue una iluminación. Enseguida empezó a diseñar un espectáculo alrededor de ese concepto, que es el que finalmente plasmó en vivo (y en el film). El escenario estaría cubierto de figuras (hechas en tela) de amplificadores de varios metros de altura, y habría un micrófono, un afinador y una armónica igualmente gigantes. Y todo sería acomodado por Road-eyes (una deformación de roadies, plomos): los asistentes llevaría togas y “ojos” hechos de luces rojas, un aspecto que recordaba a los jawas de La guerra de las galaxias (que fascinaba a Young). Los sonidistas, en cambio, estarían vestidos como otros personajes de Hollywood, los coneheads. Y en un momento del show, todo el público debía colocarse unos anteojos Rust-O-Vision (parecidos a esos para ver en 3-D que luego usó Kiss), que supuestamente permitían ver cómo Neil y los Crazy Horse se corroían en escena.
Pero también había música, por supuesto. Y era de lo mejor que Young había compuesto hasta el momento. Hey hey, my my (into the black) y su contrapartida acústica, My my, hey hey (out of the blue) son dos celebraciones de un estilo de vida: “El rock’n’roll no morirá jamás”, dice el cantante, que mezcla la historia de Elvis Presley con la de Johnny Rotten en unos pocos versos. Una canción-himno que han valorado desde Oasis hasta La Renga y que Kurt Cobain citó en su nota de suicidio: “Es mejor quemarse antes que desvanecerse”. El disco Rust never sleeps también traía otros tres clásicos de Young: Pocahontas, Sedan delivery y Powderfinger. Y en vivo se agregaba otra larga lista: Sugar mountain, I am a child, Cortez the killer, Cinnamon girl, Like a hurricane y Tonight’sthe night. Una especie de “grandes éxitos” dividido en dos mitades: un set acústico en solitario y un exceso de decibeles junto a Crazy Horse más tarde. O sea, Neil Young en su mejor forma.
Es inevitable: después de llegar a la cima, empieza el descenso. En el caso del canadiense, se dio más por motivos personales que artísticos. El 2 de agosto de 1978 se había casado con su segunda (y actual) esposa, Pegi Morton, y el 28 de noviembre nació Ben, hijo de ambos. Al poco tiempo, al chico se le diagnosticó una parálisis cerebral severa (recordar que Zeke, fruto del primer matrimonio del cantante, padecía la misma enfermedad). Durante cuatro años Young no tocaría en vivo, dedicado por completo a Ben, y sus discos serían erráticos durante largo tiempo. Rust never sleeps había sido, en palabras del propio músico, “el gran final de cierto período”. Un verdadero hito en la carrera de un artista fundamental.

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