ESPECTáCULOS
› “THE COMPANY”, DE ROBERT ALTMAN
Un audiovisual bailado
› Por Horacio Bernades
¿Qué quiso hacer Robert Altman con The Company? Según declaraciones, lo que le atrajo de esta “idea original” de la actriz Neve Campbell (aunque viendo la película es difícil saber en qué consistió esta idea, dada la casi total inexistencia de asunto, trama, drama y personajes) fue el hecho de que transcurriera enteramente en el mundo de la danza, lo cual daría al veterano director (acaba de cumplir 80) la posibilidad de hacer hablar a los cuerpos, a las imágenes, antes que a las palabras. Será por ello que en la película cada número presentado por el cuerpo de baile que la protagoniza está filmado enteramente. Casi como si se hubiera querido hacer de The Company un audiovisual, un testimonio de la labor de The Joffrey Ballet, un grupo de danza de la ciudad de Chicago, que se caracteriza por sus puestas eclécticas y renovadoras. Y también por el peso puesto en la producción escenográfica y visual, con abundancia de efectos lumínicos, de tramoyas y dispositivos.
El problema es que The Company no es un documental. E incluso si lo fuera no se caracterizaría por la penetración de su mirada. Podrán admirarse o no los números de The Jo-ffrey Ballet que aquí se presentan, en los que bailarines y coreógrafos reales hacen de sí mismos, entre ellos los prestigiosos Lar Lubovitch y el canadiense Robert Desvoisier (a quienes a su vez se ridiculiza, durante una fiesta de fin de año celebrada por la compañía). Admiración difícil de extender a la citada Neve Campbell, a la sazón también una de las productoras de la película, que parece haberse dado el gustazo de bailar “como si fuera una auténtica bailarina”. Aunque, por mucho esfuerzo que ponga, es evidente que las pirouettes y pas-de-deux no son lo suyo.
Habituado a trabajar con guiones escuetos y mucha improvisación sobre la marcha, los planos secuencia, la cámara distante y el montaje acompasado –scaracterísticos en el realizador de Mash y Ciudad de ángeles– generan, cuando hay un interés que los sostenga, un efecto de realidad capturada al vuelo, de inconclusión y fugacidad. La mirada de un intruso, un furtivo cazador de imágenes que intentara atisbar, al paso, el funcionamiento de un microcosmos cerrado. Es lo que sucedía en películas como Nashville o Gosford Park, en las que ese registro distanciado parecía tener tanta o más importancia que la trama narrada. Aquí, sin embargo, el intento queda a medio camino, como si Altman no se hubiera decidido a mostrar o narrar.