ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA CON CARMEN BALIERO
“Siempre hablás de amor, ya seas monja o ninfómana”
La compositora e intérprete presenta mañana en La Revuelta otra de sus facetas musicales: Dame más, su disco de boleros.
› Por Karina Micheletto
El trabajo de la compositora, cantante y pianista Carmen Baliero discurre por caminos no siempre conectados entre sí, todos únicos. A saber: entre sus obras de música contemporánea figuran composiciones para tres máquinas de escribir o para ocho lectores de diarios de distintos idiomas. Compone música para cine, teatro en obras de directores como Cristina Banegas, Daniel Veronese, Laura Yusem y Ricardo Bartís (ahora acaba de componer la música para la nueva obra de Bartís). En un trabajo junto a biólogos compuso la música para la muestra El poder del ADN, que se exhibió en el último Buenos Aires Piensa, en la Facultad de Arquitectura de la UBA, basada en las letras que conforman el ADN (A, T, C y G) y en poemas de Antunes. De un tiempo a esta parte, la compositora ancló en los boleros y eso es lo que registró en su último disco, Dame más, y que mostrará mañana a las 21 en La Revuelta (Alvarez Thomas 1368), dentro del ciclo Otras Mujercitas, del que también participarán Mariana Baraj y Nora Sarmoria, entre otras.
En la voz de Baliero, los boleros dicen más que lo que dicen sus letras. La compositora echa mano de todas las posibilidades expresivas que tiene a su alcance, que son todas las de su voz, trabajada y adiestrada, pero también los silencios, las respiraciones, los tonos susurrados o casi al borde del grito, las formas del decir y del callar. Lo mismo ocurre con los arreglos, con las intervenciones de su piano, de la guitarra de Wenchi Lazo, del contrabajo de Carlos Vega, de los coros de Guillermina Etkin. No es la primera vez que Baliero aborda el género y, anuncia, tampoco será la última. “Empecé buscando qué era un bolero: si la armonía, si el ritmo, las letras. Qué era lo que le daba su identidad”, cuenta.
–¿Y a qué conclusión llegó?
–No llegué a ninguna conclusión, pero por lo menos llegué a temas. Y lo que hice fue dotar a todos esos temas de un concepto aggiornado del amor. Me planteé cómo es el amor hoy y acá, qué nuevas problemáticas surgen, el sida, el aborto, cómo cambia el sexo. Porque los boleros que conocemos tienen sus años, y encima son de tierras lejanas, como Cuba o México.
–¿Cómo se llega a esa lectura personal del bolero?
–El procedimiento es agarrar un tema y destruirlo (risas). Partir de un bolero concebido tradicionalmente e ir sacándole la piel hasta dejar el hueso. Así hicimos con Alma mía en el disco anterior, o con Tu pálida voz en éste, aunque no es un bolero.
–Durante mucho tiempo los boleros fueron considerados demodé, ahora parece que se los vuelve a sacar del ropero...
–Hay temas que socialmente son más relevantes que otros según las épocas. Hay épocas en que la denuncia social es más urgente, otras en que la sociedad pide perderse en el baile, como en las raves. El bolero toca un tema que es de toda la vida, pero no siempre están dadas las condiciones para meterse en tema. Siempre me gustó Bola de Nieve, que para mí es el intérprete por excelencia, o Elvira Ríos. Ellos pueden estar hablando de cualquier pavada, de un chivo que rompió un tambor, y hacerte emocionar hasta los pelos. El bolero te da ese lugar para que la palabra pueda hurgar, abre un abanico enorme de posibilidades: podés ser sadomasoquista, monja o ninfómana, y siempre vas a hablar de amor.
–¿Cómo trabaja las formas del decir cuando aborda un bolero clásico a su manera?
–Trato de que la voz sea un timbre más y que no se emita siempre de la misma manera, voy buscando el timbre ad hoc para cada textura. Una canción puede ser un excusa para cantar, o el canto puede ser una excusa para decir una canción. Sin irte al otro extremo e invadir el tema, haciendo que pierda la esencia. Busco que todo esté al servicio del tema. Que no perturbe ni siquiera la armonía. Por eso a veces ni siquiera hay acordes.
–Algunos la critican por hacer algo demasiado raro, poco accesible, para unos pocos.
–Es la forma que me sale, no puedo evitarlo. Todas las personas escuchan y ven de diferente formas, como todas hacen el amor de diferentes formas. Lo compruebo en mis grupos de composición: no hay dos personas que compongan igual. No puede sonar todo igual, cada uno hace lo que le sale. Pero hay miedo a transgredir las formas estandarizadas. No creo que la mía sea música hermética y tampoco es mi intención hacer cosas raras. A veces me parece que el espectador está esperando que uno le dé lo que ya estaba esperando escuchar. Si lo que escucha se sale de eso que ya tenía armado en su cabeza, ¡zas! sobreviene la desazón. Pero no se produce la misma desazón si es al revés, si lo que ocurre es algo totalmente previsible. Volvemos a los boleros y al amor: hay que amar al otro tal cual es, no como uno espera que sea. Esa es la cuestión.